Reencuadres

Publicado el Manuel J Bolívar

Casting moral

Un alto porcentaje de personas en edad de hacerlo no tienen claro por quién votar. A la gran confusión por el excesivo número de precandidatos y la complejidad de los tarjetones se agrega la escasa credibilidad que estamos dispuestos a otorgarles. Está disparada nuestra trillada fracasomanía sobre el estado del país, que algunos políticos alientan sin piedad. 

Que todo está mal, que somos un caso perdido histórico, que aquí no hay señales de democracia, que todos aguantamos hambre, que los políticos son villanos, que en los últimos 20 o 30 años no hemos hecho sino retroceder, que la prosperidad de los empresarios es fruto del desangre a los colombianos.  

Este tipo de diagnósticos son una característica destacada de los precandidatos del Pacto Histórico (Petro, Francia Márquez, Romero, Arelis Uriana, y Saade), y, con menos intensidad, de Robledo, Fajardo y Galán en la Coalición de Centro Esperanza.

Quizás con la ilusión de detener esta decadencia, sometemos a los aspirantes presidenciales a implacables exámenes morales. Elevamos la vara de exigencias hasta una altura donde prácticamente ninguno pueda alcanzarla. A los precandidatos no les aceptamos la menor tacha en su manera de hablar y de vestirse; ninguna conducta inapropiada en su infancia, adolescencia o madurez: si tuvo una rabieta, si se pasó de copas, si perdió una materia en la secundaria, si tiró piedra en la U, si militó en un partido tradicional, si ejerció como funcionario público en el pasado reciente o remoto, o como ejecutivo de una empresa, si apoyó algún proyecto de Duque o de Santos, si es hijo o cuñado de alguien conocido, si conversó con un proscrito. Nada. Su perfil debe ser el de un arcángel.

Buscamos el político o la política que sea un acrisolado manojo de virtudes, nada de fisuras en su carácter, en su biografía, en sus propuestas y en la forma en que quiere llegar el poder.

Le aplicamos un umbral de cualidades que nosotros mismos no alcanzamos. Ni Gandhi ni Mandela ni el Papa. Y además pretendemos un sistema político perfecto que solo existe en la imaginación de los maximalistas.

Este rigorismo nos ha llevado a una incredulidad y una desconfianza generales. No creemos en nada ni en nadie.  

De ahí que términos como partido político, acuerdo, coalición, estructura partidista, asignación presupuestal, negociación y concesión política, etc. se consideren poco menos que heréticos, inmorales, sinónimos de corrupción.

Desestimamos premisas esenciales que definen la política: que es el arte de lo posible, no de lo perfecto; que es el mundo de los acuerdos para llegar a metas superiores. Y que puestos a escoger es preferible contar con sólidas instituciones y sistemas que con mandatarios celestiales. 

En Alemania, tres partidos políticos —el Socialdemócrata, el Verde y el Liberal— firmaron la coalición del semáforo, por sus colores rojo, amarillo y verde. En un documento de 500 páginas, largamente negociado y después sometido a votación de los afiliados a cada partido, acordaron las condiciones para formar un gobierno compartido que garantice la gobernabilidad de su país. Cada agrupación cedió en algo sus máximas pretensiones programáticas, impuso otras, aseguró ciertos cargos claves y partidas presupuestales para algunos renglones de su ideario, y diseñaron acciones comunes en temas fundamentales (infraestructura, impuestos, protección del medio ambiente, europeísmo). Ninguno de esos partidos ha estado libre de escándalos de corrupción, ni de extremistas, ni de malas gestiones. Cada rebaño tiene ovejas negras. Es una coalición de partidos y líderes imperfectos para asegurar el progreso de su nación, que optó por un pragmatismo razonable y decente por sobre la ideología y la moralina.

Circula poca sangre alemana por nuestras venas pero nos sobran genes para aprender lecciones de otros. Por ejemplo, que la idiotez de lo perfecto conduce directo a la rigidez, la susceptibilidad, la parálisis, y la procrastinación. «Lo perfecto es enemigo de lo hecho».  

Hay una canción de Milanés que reza «…no es perfecta, más se acerca a lo que yo simplemente soñé». Ese debería ser un criterio de escogencia de opciones electorales. No este inútil casting moral para el que nadie está calificado ni con autoridad de aplicar. Por supuesto no se trata de aceptar a quienes defienden los «falsos positivos» ni tampoco a los simpatizantes ocultos de modalidades del «chavismo», ni a ningún tipo de corrupto. Estamos hablando de organizaciones políticas que sin ser impolutas han coordinado intereses y representado a millones de ciudadanos, que deben comprometerse a controlar las malas prácticas y delitos de algunos de sus cuadros, y sobre todo estar dispuestas a promover reformas sustanciales en Colombia.

Cuántos hombres y mujeres han terminado solitarios y a veces desdichados por la imposibilidad de encontrar la pareja perfecta. No se percatan de que no existe: que el paquete viene con virtudes y defectos, y que la relación amorosa —como la política— es un proceso permanente de negociación, conciliación, aceptación, decepción, evolución, en aras de algo mejor. 

El candidato triunfador debe ser capaz de construir coaliciones virtuosas y transparentes —que, recalco, implican cuotas burocráticas, partidas presupuestales, inclusión de nuevas ideas y recorte de otras— encaminadas al fortalecimiento de la gobernabilidad del país para resolver los problemas. Seguramente no podrá ejecutar a plenitud su programa pero avanzará en el camino correcto si logra construir consensos alrededor de temas fundamentales. «El ejercicio del poder enseña a que se quiera todo lo que se haga aunque no se haga todo lo que se quiera» (Carlos Peña). De lo contrario, ni Petro ni Fico ni Fajardo ni cualquiera otro que surja, podrán garantizar mejores tiempos para Colombia.

(Aunque puede ser ingenua, espero que esta reflexión sea interpretada como una invitación a emprender acciones que eviten el regodeo entre el perfeccionismo y el fatalismo estériles).

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