La paz total ofrecida por Gustavo Petro en la campaña presidencial, sugestivo nombre para una política que fue acogida con entusiasmo por muchos compatriotas, dada la mamadez nacional con una violencia sin fin, que hacía años había perdido el propósito de la revolución social y política. Al no poder realizarla, los viejos grupos guerrilleros, ELN y disidencias de las FARC, terminaron convertidos en mafias entregadas definitivamente al narcotráfico y a la minería ilegal, eso sí buscando conservar el ropaje de ser una insurgencia política armada, para mantener abiertas las puertas de una eventual negociación, que les permitiera continuar con sus negocios “como de costumbre”, evitando que el gobierno las enfrente militarmente, lo que sucedería, si este reconoce que ya son una organización criminal y no un grupo insurgente.
Petro creyó que, él sí, iba a llegar fácilmente a acuerdos, especialmente con el ELN, como proclamó hace casi tres años, cuando asumió el poder. Hoy los hechos le están demostrando que estaba equivocado ¿Fue ingenuidad suya o sobreestimó su capacidad de convencerlos de que dejaran las armas? El resultado fue contrario a lo esperado y hoy el país vive un aumento de la violencia, en intensidad y en cobertura, inclusive regresando a regiones de donde había salido. Por los resultados, parecería como si el Presidente, lo que tenía en mente, no era la paz total, si no la guerra total. Si ese hubiera sido su descabellado propósito, lo estaría logrando.
Habrá que insistir en que a la fecha, el fondo del conflicto, de la violencia, no es político sino vulgarmente económico, un negocio criminal y violento, donde se juntaron grupos que fueron opuestos, paramilitares y guerrilla, reunidos en torno al dulce aroma del negocio, cuyo motor es la insaciable demanda internacional por psicoactivos, fundamentalmente la cocaína que en estas tierras encuentra condiciones naturales, sociales y económicas óptimas para pelechar en territorios donde la presencia y acción estatal es débil y en ocasiones, simplemente inexistente. Es un negocio multimillonario de poderosos y violentos carteles, donde los colombianos van siendo absorbidos o controlados por los mexicanos. Estados Unidos es el gran mercado, el gran motor del negocio, y los gobiernos suyos, de Nixon al desafiante Trump, han simplificado una situación bien compleja, al sostener que sus ciudadanos son víctimas inocentes de los malvados latinos, todos hampones y asesinos, que abusan del buen gringo. El asunto lo reducen a uno de víctimas y victimarios, donde estos son los únicos responsables y beneficiarios de las millonarias utilidades del negocio. Con esa lógica equivocada y maniquea, la solución del gobierno norteamericano ha sido la misma, extremada hoy por un Trump que desprecia a los latinos, a los que equipara con los peores criminales. Simplemente amenazante, los pone contra la pared, para que actúen y terminen con un negocio, cuyo combustible está esparcido en las calles de su país, La simple lógica económica nos dice que la oferta, persigue a la demanda.
Volvamos a nuestro gobierno y pregunto, y no es una chanza, ¿el gobierno sí quiere negociar y tiene espacio para ello, cuándo ya no se está frente a grupos armados que pretendieron defender a campesinos cocaleros, apoyándolos en su proceso de ingreso a la legalidad. ¿Hoy son grupos armados que, a sangre y fuego defienden los narcocultivos, sus cultivadores y la comercialización de la coca? Llamemos por lo que son, narcotraficantes camuflados de grupos con propósitos políticos, que pretenden protegerse con ceses al fuego, otorgados por un gobierno que parece no saber dónde está parado. Y mientras tanto, estos grupos criminales avanzan controlando territorios y poblaciones, no para liberarlos de “la tiranía burguesa”, sino para proteger y aumentar su negocio transnacional y criminal.