Una ardillita con cola de fuego venía corriendo a toda velocidad, saltando de rama en rama de distintos árboles. Su destino: el árbol de níspero que visita todos los días para desayunar unos deliciosos y maduros frutos. Pero esta mañana, su viaje diario tuvo un duro e inesperado inconveniente: habían cortado todas las ramas del árbol de matarratón, el último de todos sus saltos que la llevaba directo al árbol de níspero. Antes del matarratón, hay un pequeño árbol de mango, y cuando la ardillita iba a saltar de este al matarratón, frenó en seco. Se quedó en silencio, mirando aterrada el desolador panorama: las ramas del matarratón ya no estaban. “¿Cómo cruzo al árbol de níspero?” debió pensar la pequeña ardilla.

Ella calculaba, hacía el amago de saltar, cambiaba de ángulo, miraba hacia arriba, hacia abajo, pero no encontraba cómo hacerlo. Supongo que debe haber sido difícil porque ya no quedaban ramas. De repente, saltó. Casi cae al suelo, pero logró aferrarse al tronco desnudo del matarratón. Sin embargo, entre el tronco y el níspero había un largo trayecto que, en otras circunstancias, hubiera cruzado fácilmente de una rama a otra. Esta vez, tuvo que valerse de unas endebles ramitas de una veranera espinosa, desde las que finalmente saltó al níspero.

Estando por fin sobre una de sus ramas, se detuvo y respiró profundamente varias veces. Creo que intentaba analizar lo sucedido. Recuperada, empezó a recorrer el árbol en busca del níspero más delicioso. No era una ardilla adulta, más bien, si la comparáramos con los humanos, sería como una niña de unos 12 años, a la que su mamá envía a buscar el desayuno.

A ese árbol de níspero lo visitan muchas ardillas, provenientes de distintos lugares. A veces pienso que es la cafetería favorita para desayunar de todas las ardillas de la zona. Sin embargo, el tema que nos reúne en torno a estas letras no es el próspero árbol de níspero, sino el recién “asesinado” árbol de matarratón.

¿Por qué se cometió ese arbolicidio? Porque a mi poco apreciada vecina le molestaba muchísimo barrer las hojas del árbol de matarratón que caían en su terraza. ¿Cuántas caerían? ¿Dos toneladas diarias? ¡Por favor! La ilustre señora, para evitar quedarse renga por barrer, prefirió cortar el árbol, sacrificando incluso la frescura que este ofrecía. Ahora, sin las ramas, el sol que da sobre su casa es intenso y desolador. Pero supongo que enciende el aire acondicionado y así soluciona el problema del calor.

Debo decir que los árboles de matarratón son mis favoritos. Me encanta su olor y el bonito verde brillante de sus hojas bajo el sol. Pero lo que más amo de ese árbol es la vida que alberga. Es el preferido de muchos pájaros. Una de mis aficiones en los tiempos libres era sentarme a observar toda la vida que convocaba: sus hojas, pequeñas flores y semillas.

Las flores y semillas del matarratón son las favoritas de periquitos y loritos, que podían pasar horas jugando, revoloteando y comiendo. Lo visitaban también cuervos, que venían en bandadas impares: 3, 5, 7, 9, 11… al menos los que se pasaban allí todas las tardes, alrededor de las 4 pm. Ya me quedé con la curiosidad: voy a googlear si los cuervos siempre andan en grupos impares. Denme un momento, ya regreso… Pues no encontré evidencia que lo confirme. Pero los que visitaban el matarratón llegaban en grupos impares. Una vez conté 11. Jugaban entre ellos, se correteaban, comían semillas y la pasaban delicioso.

A ese árbol también lo visitaban pájaros carpinteros, guacharacas (una de mis aves favoritas), entre muchos otros. He contado más de 14 especies distintas que lo visitaban. Hoy, en la tarde, como siempre, llegó la bandada de cuervos y se sorprendieron al encontrar el árbol de matarratón sin ramas, volaron alrededor e hicieron un escándalo con sus graznidos en señal de desconcierto. Se fueron. Luego, la misma escena se repitió con una bandada de loritos, que también se sorprendieron y armaron una alharaca.

Debo confesar que, al ver el desconcierto de los pájaros y cómo se devolvían tristes, le menté la progenitora a mi vecina. Varias veces me salió un profundo: “¡Desgraciada!”.

La mentalidad de mi vecina, que ve los árboles como problemas, como una molestia, es común en estas latitudes caribeñas. Muchos los consideran un estorbo y no comprenden lo maravillosos que son.

Cuando talaban el matarratón, recordé un libro y varios artículos que leí hace tiempo, donde explicaban que las plantas y los árboles “hablan”, se comunican entre ellos y se advierten los peligros.

Entonces, mientras le cortaban las ramas con el machete, lo imaginaba gritando, pidiendo auxilio, llorando, despidiéndose de los árboles que lo habían acompañado toda su vida: el mango a su izquierda, el pequeño matarratón que sembramos en casa junto a él, el níspero a su derecha, y el guayabo al frente, quienes seguramente intentaban consolarlo o tranquilizarlo. Imaginaba su agonía, y creo que incluso llegué a sentirla.

Los árboles “hablan”, se comunican entre sí y con su entorno, aunque su lenguaje sea diferente al nuestro: es silencioso y discreto, imperceptible para nosotros. Todo en el mundo vegetal está conectado subterráneamente, desde pequeños jardines hasta grandes bosques.

La ciencia ha demostrado que hay una conexión subterránea entre ellos, una red de comunicación que perdura generaciones. Esta conexión la explican en un estudio publicado en Nature Ecology & Evolution, los investigadores denominan esta red subterránea de comunicación como ‘Wood Wide Web’.

En ella, los árboles, sin importar su especie, se comunican a través de sus raíces, usando un lenguaje común que todos comprenden. Los hongos micorrízicos conectan sus raíces, permitiendo esta red de comunicación.

Los investigadores explican que los árboles más grandes y antiguos pueden enviar señales de defensa a través de sus raíces. ¿Qué le estaría diciendo mi amigo matarratón a los otros árboles mientras lo talaban? Quizás: “¡Socorro, me talan, ayuda!”, o “Con tristeza les aviso que hay unos humanos locos cortándonos, empezaron conmigo”. No sé que dirían las raíces de ese hermoso matarratón mientras cortaban sus ramas y en realidad hasta para la ciencia es muy difícil comprenderlo, porque recordando a Kant, nosotros no vemos el mundo tal y como es, sino que lo vemos como somos nosotros mismos.

La ciencia indica que, a través de sus raíces, los árboles se comunican constantemente, intercambiando aquello que nosotros consideramos útil e importante para ellos: información sobre nutrientes, plagas, el ambiente e incluso otras especies. Esto es lo que los investigadores han descubierto de manera incipiente.

La ecóloga forestal, Suzanne Simard, dice que los árboles no solo se comunican, sino que también interactúan entre sí. ¿Pero cuál es el lenguaje de las raíces? Según ella, es el intercambio de sustancias, hormonas, impulsos eléctricos y químicos. A través de sus raíces, los árboles interactúan con otros árboles, hongos, semillas, insectos y toda la vida que los rodea.

Leí hace poco un libro fascinante, La vida oculta de los árboles, escrito por el ecólogo forestal Peter Wohlleben. En él cuenta cómo un día encontró un antiguo árbol, que tenía 500 años sin hojas y estaba vivo. Algo que, a simple vista, es difícil de comprender, tanto para los ecólogos como para cualquiera de nosotros. Descubrir esto cambió por completo su percepción sobre los árboles.

Wohlleben investigó y descubrió que, durante esos 500 años, los árboles de la zona, a través de la red subterránea de comunicación e interacción de raíces, han alimentado al árbol sin hojas con una solución nutritiva, manteniéndolo vivo. Esto demuestra que los árboles son solidarios y se cuidan entre sí. Comprender esto es sobrecogedor y hermoso. Mientras escribo y recuerdo esta historia científica, siento una mezcla de esperanza y alivio. Quizás, a través de la conexión de sus raíces, el mango, el níspero, el pequeño matarratón y el guayabo puedan mantener con vida al gran matarratón al que le cortaron todas sus ramas. Es posible que mi amigo matarratón no muera.

Peter Wohlleben descubrió, desde una perspectiva científica, que los árboles son solidarios, que se cuidan mutuamente, que forman familias y crean comunidad. Este hallazgo es realmente fascinante.

Y otro descubrimiento fascinante es que los árboles y las plantas emiten sonidos. Un equipo de científicos de la Universidad de Tel-Aviv publicó un estudio en la revista Cell. Esta investigación muestra que las plantas emiten sonidos, producen una clase de tronido con el que se comunican cuando sienten estrés. Por supuesto, este tronido no es audible para los humanos. El tronido se intensifica cuanto más estrés o sufrimiento presenta una planta. Es un sonido ultrasónico con el que comunican su estado de ánimo. Pero no solo otras plantas son capaces de escuchar este lamento de estrés, también lo hacen ratones, murciélagos, polillas, mariposas y algunas aves. Es decir, las plantas le comunican a su entorno cuando se sienten estresadas.

Pero, si las plantas y los árboles no tienen ni cuerdas vocales ni pulmones, ¿cómo emiten sonidos? Estos tronidos o clics, se producen por un mecanismo relacionado con burbujas de aire dentro de los xilemas de las plantas, que son los “tubos” encargados de transportar agua, minerales y otros nutrientes.

Estos tronidos por estrés y sufrimiento que emiten las plantas podrían ser el equivalente a nuestro llanto. Está todo por investigar sobre la comunicación de los árboles y las plantas, y seguramente lo que sabemos y lo que alcanzamos a comprender desde nuestro egocéntrico pensamiento es minúsculo.

Hoy mi vecina intentó asesinar a su árbol de matarratón, talándole todas sus ramas, dejando solo su tronco. Ese árbol de matarratón colinda directamente con mi casa y convive con los árboles de mi terreno y cercanos: mi guayabo, varios de mis pequeños matarratones, dos mangos, el glorioso níspero (desayunadero de ardillas) y otros árboles más. Todos, debajo de la tierra, tienen una hermosa conexión de raíces por donde se comunican. Y hoy esa comunicación fue de tristeza y angustia, talaron a uno de ellos.

Es un día triste, para las ardillas, los pájaros, los insectos, los otros árboles… y para mí. Hoy talaron un árbol que amo y no pude hacer nada para evitarlo. Tengo la esperanza de que quizás no muera. Es posible que su tronco viva, si sus amigos árboles lo nutren. Es posible que de su tronco salgan nuevas ramas. Eso deseo, eso espero.

Los árboles, son los testigos silenciosos de la vida, llevan en sus troncos los anillos donde está la historia de todo lo que hemos olvidado. Los árboles nos dan todo lo que tienen, sus frutos, sus semillas, su sombra, su oxígeno y su belleza, lo único que piden en silencio es que los dejen existir. Talarlos porque “estorban” es un acto vil.

Para muchos es difícil comprender que cada machetazo es un golpe al entorno natural, a la vida que albergan y dan. Si pudiéramos escuchar su dolor, si sus tronidos los sintiéramos en el corazón, quizás entenderíamos la conexión profunda con ellos.

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