Hoy he decidido abordar el caso del video que circula, supuestamente evidenciando la infidelidad que vivió un policía. En el vídeo, se aprecia a su pareja y a un compañero de trabajo siéndole infiel, desencadenando una serie de eventos que llevaron a la mujer, pareja del policía, a intentar quitarse la vida.

Es un ejemplo impactante de cómo, en la cruel danza que tejemos al replicar una y otra vez la vida privada de alguien en redes sociales revela la capacidad destructiva que podemos alcanzar. Nos arrogamos el derecho de burlarnos, señalar, ofender y ridiculizar situaciones íntimas y personales, sin reflexionar sobre el daño infligido.

El supuesto ofendido por la infidelidad no solo grabó la situación, sino que lo hizo con la intención dolosa de difundirla en redes para dañar a las personas con las que tiene problemas. Sin su autorización, subió el video, para que un ejército de ciudadanos anónimos convierta una situación privada en el hazmerreír nacional y dejando cicatrices emocionales a su paso, en una mujer que fue su pareja y que él expuso a la burla.

Al cuestionar a un amigo sobre esta conducta, me señaló, comparándola con el caso de Geraldine. Sin embargo, la situación es distinta. Geraldine Fernández, al aceptar más de cinco entrevistas en medios y redes, contribuyó a amplificar una mentira pública. Aunque se expuso, el mundo la trató como piñata, propinándole golpes sin tregua. Incluso yo compartí memes, una acción de la que ahora me avergüenzo.

Hoy, Colombia suelta a Geraldine para enfocarse en atacar a esta mujer y al hombre que la acompañaba. Convertimos una situación triste, difícil y dramática en una burla nacional, sin límites ni decencia para detenernos.

En la antigua Roma, las mujeres infieles eran castigadas con la lapidación; hoy, realizamos una acción equiparable, aunque ya no sea física. Ahora, optamos por destruir emocionalmente a las personas a través de las redes sociales, sin detenernos a reflexionar y sintiéndonos con el derecho de hacerlo.

Esta situación me hizo recordar un incidente de hace algunos años: una mujer en Barranquilla recibió el encargo de elaborar una torta con la forma de un personaje animado. Sin embargo, la persona que la compró no recibió lo que esperaba y compartió en redes un video y fotos burlándose tanto de la torta como de la persona que la elaboró.

Lo lamentable es que esta burla se extendió de manera tan generalizada en las redes sociales, llegando incluso a afectar el entorno cercano de la mujer. En su propio barrio, la comunidad se sintió con derecho a burlarse de ella cada vez que salía de su casa. Esta situación tuvo un impacto devastador; su negocio quebró, nadie volvió a comprarle una torta, y entre la constante burla y la desesperación, la señora se suicidó.

Hoy, estamos llevando a ese mismo limite a la mujer del vídeo de la supuesta infidelidad, sintiéndonos con la moral y el derecho de burlarnos de ella, de convertirla en un meme, de arrebatarle su humanidad y su derecho a ser respetada. Nos hemos convertido en una sociedad vergonzosa, carente de empatía, prepotente, que se cree con el derecho de destruir emocionalmente al otro, usando la burla como un arma de destrucción, con plena conciencia de ello.

Somos conscientes de que infligimos daño al burlarnos sin cesar de una situación privada, dramática y difícil. De la que desconocemos por completo el contexto y, aun así, nos colocamos en una posición superior para emitir juicios sobre ella.

Pertenecemos a una sociedad hipócrita, donde aquellos que hoy se burlan comparten publicaciones sobre prevención del suicidio y frases cliché de apoyo. Cínicamente dañamos emocionalmente a personas desconocidas.

El hombre que sufrió la supuesta infidelidad también cometió violencia contra la mujer al exponerla deliberadamente a la burla nacional. Hoy, miles reproducen esta violencia sin reflexionar sobre las consecuencias.

Aunque es poco probable que ella lea estas palabras, quiero pedir disculpas en nombre de todos aquellos que la han herido emocional y mentalmente. Somos una sociedad cínica que, paradójicamente, clama por la empatía que nos negamos a otorgar.

Finalizo este escrito con una frase polémica y reflexiva de Godfried Bogaard: “En el pasado, eras lo que tenías. Ahora eres lo que compartes”.

 

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