Desde que escuché a Gustavo Petro hablar de paz total, hace ya más de dos años, me pareció que era una idea atractiva pero quimérica, un sueño cargado de ingenuidad de quien se cree omnipotente, o simplemente una bandera atractiva, para pescar votos y nada más. Una propuesta que suena a música celestial en un país sumido en una violencia interminable y sin sentido que, aunque no amenaza al país, si descompone y castra su realidad presente y su escenario de futuro, afectando la cotidianidad de sus ciudadanos.  

Pero también me pareció entonces, y ya es una certeza, que no se correspondía con la realidad, porque hoy nuestra violencia ya no es la de un conflicto armado revolucionario con su pretensión de  transformar radicalmente la realidad, para  pasar de un capitalismo parasitario, dependiente y excluyente, a una sociedad socialista, humana y justa, como si todavía viviéramos en los sesentas, bajo  el embrujo de la Revolución Cubana,  los encantos de las revueltas juveniles del Mayo del 68 francés (“prohibido prohibir”) y la derrota norteamericana en Viet nam. Fue la revolución que no llegó pero sí se instaló el narcotráfico, transformando radicalmente la naturaleza del conflicto armado y de sus actores.

 La causa del cambio, fue la búsqueda de plata para financiar la revolución y que acabó transformando a la guerrilla de grupo armado revolucionario a grupo armado dedicado al narcotráfico y a la defensa de los narcocultivos, y luego de la minería ilegal y criminal. Los enemigos de ayer, paramilitares y guerrilleros, terminaron encontrándose en la mesa, repartiéndose los negocios criminales y sus utilidades; hoy siguen sentadas las disidencias de las FARC y el ELN. Abandonando toda lógica política y acogiéndose a un burdo realismo, a estos grupos de origen guerrillero y paras, el gobierno de Petro ha pretendido que puedan ser sujetos de una política de supuesta paz total, que podría funcionar en una negociación con actores políticos, no con delincuentes comunes, los que solo podrían aspirar a reducciones de penas por colaboración con la autoridad.

 El gobierno ha creado una confusión, por llamarla suavemente, que impide entender fríamente la realidad, sin la cual es imposible trazar un camino cierto de salida de la violencia y criminalidad en que está sumido el país. Confusión que cierra el horizonte de acción a la par que se consolida y expande la violencia. Como resultado, el escenario se transforma en uno de conflicto total y no de paz total. La situación demanda claridad y cabeza fría, hoy ausentes, para enfrentarla y poder decidir, con una mezcla de firmeza y de apertura, donde sean los hechos tozudos y no las buenas intenciones y las complacencias o cálculos políticos de ocasión, los que guíen la acción de las autoridades.

El momento demanda estadistas con experiencia, no es para demagogos o entusiastas estrenando poder. Y ojo, que esto no significa que unos sean “de derecha” y otros “de izquierda”. El tema no es ideológico, es de experiencia, madurez y serenidad, de cabeza fría, dejando de lado posiciones de cabeza caliente que, en vez de ayudar pueden complicar aún más, un escenario ya bien complejo. Y esto sucede cuando empieza a configurarse un escenario preelectoral mientras  entramos en una turbulencia política fuerte, tanto acá en Colombia, como en el mundo con Trump.

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