Nosotras, cuidadoras. Historias de personas como tú.

Hasta el 2011 tuvimos una vida normal, yo terminé el colegio, entré a la universidad, me gradué, comencé a trabajar, mi papá tuvo un trabajo en el que usaba sus conocimientos como químico, mi mamá consiguió un trabajo que podía hacer en la casa, teníamos una típica dinámica de familia estrato 3. Pero en ese diciembre, quedamos patas arriba. Un huracán entró a nuestra familia y nos dejó sin piso, flotando en un camino desconocido.

Mi papá se enfermó el 27 de diciembre de 2011. Fue como si la vida se cortara en dos, como si te arrancaran la mitad del corazón, así me sentí. Mi mamá sintió que el mundo se le derrumbó, siempre guardó la esperanza de que fuera algo pasajero. Un ACV nos dijeron los neurólogos de la Clínica Shaio. Hasta hicieron un dibujo para explicarnos de la forma más sencilla qué era lo que le había pasado a mi papá: cerebro, arterias del tallo cerebral, columna, un tachón en la mitad para indicar el corto circuito.

En ese instante mi mamá intuyó que el cuidado de mi papá iba a quedar todo a su cargo. Que puto dolor escuchar eso. ¿Por qué no fui más presente? ¿Por qué no fui más fuerte? Malditas preguntas que me rodean pero que hoy su respuesta ya no sirve. Aunque mi mamá me recuerde mi falta de ayuda en algunos momentos, sobre todo cuando me fui de la casa, siempre ha dicho que soy su bastón, que entre las dos pudimos asumir esta prueba de quién sabe qué. Luego de casi 3 meses, y el paso por un centro de cuidado mientras adecuaban la recién entregada casa propia —el sueño de muchos colombianos y colombianas—, mi papá por fin llegó. Hasta ese momento mi mamá pudo dimensionar la magnitud de este revolcón.

¿Cuidadora? Mi mamá se reconoció en este rol desde que los médicos la empezaron a llamar así. ¿Pero acaso no ha estado cuidándonos todo el tiempo? Antes era ama de casa, ahora era cuidadora. Así comenzó su nuevo rol, como por instinto como cuando una mujer se convierte en madre. Todo era prueba y error. Aplicábamos el método de la observación y nuestras maestras fueron las enfermeras, que cuando tenían vocación se notaba, y cuando no, también. Así pasamos el primer año, consiguiendo una silla de ruedas prestada, comprando una cama hospitalaria de segunda, recibiendo ayudas de familiares y amistades, yo con miedo de volver a trabajar y dejarlos solos, y mi mamá llorando todas las noches en la oscuridad de su habitación para que mi papá ni yo la viéramos. Estaba deprimida y no lo sabíamos.

El foco cerrado del estrés, la carga y la depresión, muestra parte de la realidad de la experiencia de cuidado en situaciones de cronicidad.

Colofón

Esta es la sexta entrega de una crónica que fue el resultado de mi participación en el Taller de Crónica 2024 del Instituto Distrital de las Artes – Idartes de Bogotá. Encuentra todas las entradas.

Avatar de Nathalia Monroy Veloza

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