Seguimos sentadas en la sala de mi apartamento con mi mamá y Renata, mi perra que nos acompaña. Estamos llegando a nuestro límite porque la enfermera de mi papá, que lo cuida todas las mañanas, está por irse y él no se puede quedar solo.
Seguimos sentadas en la sala de mi apartamento con mi mamá y Renata, mi perra que nos acompaña. Estamos llegando a nuestro límite porque la enfermera de mi papá, que lo cuida todas las mañanas, está por irse y él no se puede quedar solo.
Seguimos sentadas en la sala de mi apartamento con mi mamá y Renata, mi perra que nos acompaña. Estamos llegando a nuestro límite porque la enfermera de mi papá, que lo cuida todas las mañanas, está por irse y él no se puede quedar solo. Cuando hablamos del matrimonio, recordamos que se casaron el 31 de enero de 1988. Contra viento y marea, y luego de correr la fecha por un posible sabotaje, lo lograron. Tuvieron fiesta, regalos, luna de miel en Cartagena, un apartamento en Fontibón, y nueve meses después una hija: yo. A mi mamá se le iluminan los ojos porque para ella el embarazo fue una gran experiencia, como algunas mujeres, tuvo pocos síntomas, y solo un antojo que fue comerse todos los perros calientes de Bogotá —comida chatarra que amo—. Yo llegué para crear una triada que nos hacía poderosos.
Y si, éramos tres partes independientes pero que al unirlas nos convertimos en una fuerza más poderosa. Creo que eso es lo que nos hacía increíbles. Recuerdo momentos que vivimos —los de las vacas flacas que llaman— en las que ambos se levantaban muy fuertes y lo daban todo para que yo ni me enterara, aunque a veces desde mi habitación los veía haciendo cuentas y viendo de dónde sacaban dinero para pagar alguna deuda. Creo que la resiliencia era su mejor arma.
Luego de que se casaron y yo nací, mi mamá decidió no trabajar más en oficina para hacerlo en la casa, —y no me refiero al homeoffice—. Su trabajo, no remunerado como su rol de cuidadora, consistía en cocinar, algo que nunca le ha gustado, pero lo hacía porque alguien tenía que hacerlo; lavar, planchar, organizar la vivienda en donde estuviéramos en ese momento, pagar recibos, y por supuesto, llevarme y recogerme del colegio, ayudarme a hacer tareas —con los métodos que las monjas de su colegio le enseñaron. Ya se imaginarán la exigencia—, entre muchos otros que hacen las, erróneamente llamadas, amas de casa.
Entre el 1 de marzo de 2021 y el 29 de febrero de 2024, el Sistema de Cuidado de Bogotá, brindó servicios a 666.284 mujeres cuidadoras y sus familiares.
Colofón
Esta es la quinta entrega de una crónica que fue el resultado de mi participación en el Taller de Crónica 2024 del Instituto Distrital de las Artes – Idartes de Bogotá. Encuentra todas las entradas.
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