Nosotras, cuidadoras. Historias de personas como tú.

Así como la vida de mi mamá fue de ensueño en una época, también lo fue la de Rosa Palacios, una cuidadora que conocí por medio del programa de boccia, un deporte que mi papá y su hijo practican en el Centro de Discapacidad de Funza.

Rosa me abre la puerta de su casa con una sonrisa. Yo le agradezco, pero lo primero que pienso es en dónde voy a dejar mi bicicleta, por qué no me vine en bus. Su casa es diminuta —algunos dirían acogedora— para ella y su hijo que se moviliza en silla de ruedas sin tropezarse con nada. Me dice que puedo sentarme en el sofá de su sala que queda a dos pasos del comedor, cinco de la cocina y tres de la puerta.

Rosa es ama de casa y cuidadora de su hijo de 17 años que tiene retraso psicomotor. Ellos viven la mayor parte del tiempo juntos en una casa de un barrio popular de Funza. Su esposo conduce un camión y viaja por largos periodos. Rosa y su esposo —que ya tenían un hijo de 20 años—, quedaron esperando a Nicolás. Ella tenía 45 años, cosa que le asustó mucho, pues un embarazo de alto riesgo no tiene beneficio para nadie. Aún así esto no la hizo nunca pensar en no tener a su hijo. Fue la primera prueba de amor hacia Nicolás.

Rosa trabajó en una cigarrería durante todo el embarazo y cuando el niño nació le dijeron que algo no estaba bien. Estuvieron un tiempo en el hospital sin saber cuál era el diagnóstico hasta que le dijeron que era una parálisis cerebral. Rosa no creyó mucho en esto porque, según ella, el niño no tenía las características de esta enfermedad. Con un pie afuera de la clínica, Rosa se entregó por completo al cuidado de su hijo, al que ha defendido a capa y espada en todas las circunstancias. Esto lo compartimos mi mamá y yo con Rosa. Si pudiéramos encerrar a mi papá en una burbuja para que no recibiera comentarios o miradas lastimeras de la gente, lo haríamos.

Rosa —a quien afortunadamente no le duele nada físicamente— me cuenta que se levanta todos los días entre semana a las 5:00 de la mañana, pasa a Nicolás a la ducha, lo baña, lo viste, le da el desayuno y salen al colegio en donde es el único joven en silla de ruedas, y donde la educación especial o incluyente no lo es tanto, pues si no hay alguna clase o llega el descanso, Rosa debe ir al colegio para estar con él. Esta dinámica no le permite encontrar un trabajo ni siquiera de medio tiempo.

Durante nuestra conversación, yo hacía mis apuntes y le prestaba atención, pero lo único en lo que pensaba es que esta mujer de 62 años es una dura, y que era paradójico que el mismo día de su mayor felicidad fue el día de su mayor tristeza. 

Al programa Cuidando a los Cuidadores de la Universidad Nacional, como en muchos otros, la mayoría de sus asistentes son mujeres. El 86,8 % están entre los 56 y 61 años.

Colofón

Esta es una crónica cuya primera parte la publiqué en una anterior entrada aquí.

Avatar de Nathalia Monroy Veloza

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