UN MUNDO SIN FUTURO

En el mundo de ayer se tenían referentes, mojones de vida que ayudaban a darle a esta un sentido, una perspectiva, con un antes en términos de historia, de herencia familiar, social, cultural, que generaba un sentido de pertenencia – que no se es un átomo flotando solitario en un vacío social -, pero también, al menos se tenía el vislumbre de un después, de una perspectiva de futuro con contenidos que aunque vagos e inciertos, existían. Éramos sujetos, independientemente de nuestra edad o posición social, desenvolviéndonos vitalmente en espacios y temporalidades definidas, con un pasado, un presente y un futuro.

Pero las fronteras espacio-temporales empezaron a borrarse por obra de dinámicas complementarias y en mucho interdependientes, nacidas de la acelerada revolución tecnológica de las comunicaciones. Desaparecieron las barreras de espacio y tiempo; por ello, especialmente los jóvenes, que no han conocido otra experiencia vital, en su mayoría viven inmersos en un presente perpetuo, en un espacio indeterminado, plano y homogéneo, sin fronteras que lo diferencie y acote. La mochila es hoy su signo, al no tener la vivencia de raíces ni de dependencias; viven y se ven a sí mismos libres y sin compromisos; las relaciones humanas, especialmente entre ellos, están marcadas por esas dos características. El momento que se vive, el presente, lo es todo.

 Esa realidad crecientemente impacta el mundo del trabajo, cada vez más escaso y el existente en muchos casos no constituye un proyecto de vida, no trasciende el día a día, sumido en una intemporalidad omnipresente. Expresión de esta realidad, con reminiscencias yuppies, es el creciente nomadismo laboral, hecho posible porque ahora muchas tareas, con solo un computador, se pueden hacer individualmente y desde cualquier sitio que tenga buena conectividad. Se escogen lugares para trabajar en estadías temporales, de paso, un poco como se escogen para unas vacaciones: agradables, con un costo de vida razonable y una buena oferta de actividades y de distracciones (“zonas  rosa”).

La otra dinámica de cambio actuante, reforzada por los desarrollos  y revoluciones tecnológicas en curso, es la económica, en un mundo donde las fronteras nacionales han desaparecido al impulso de una globalización desenfrenada; las economías nacionales con su lógica, ventajas y problemas  y con su capacidad para generar riqueza, han quedado reducidas a ser abastecedores de materias primas, fruto de su patrimonio  natural, y de una mano de obra barata que crecientemente busca llegar al mundo del desarrollo, que no es el suyo, a donde al menos tiene la esperanza de un empleo, de cualquier empleo.

 Riquezas, recursos naturales y mano de obra barata son los aportes extraídos al mundo no desarrollado, pero no pobre, para alimentar la prosperidad de un mundo desarrollado y rico. Es la migración de los pobres y de jóvenes sin futuro, que intentan llegar a donde están los empleos y la esperanza; muchos desde los territorios de la explotación y de la violencia, realidades entrelazadas. Es la tragedia humana, aprovechada por los vivos de siempre, verdaderos mercaderes de la muerte en su negocio de traficar el ingreso ilegal de los necesitados, que se vive en el Mediterráneo y cerca de nosotros, en Centro América y el río Grande, la frontera física que separa dos mundos, el de la necesidad latinoamericana y el de la prosperidad norteamericana.

Mientras el escenario no cambie, continuarán los flujos humanos con sus injusticias y conflictos, buscando en principio sobrevivir. Esto lo deben entender los que controlan la economía mundializada, y lo deben hacer casi como condición de supervivencia, pues no es con “limosnas humanitarias” cómo se resuelve una situación que es estructural.  No es tampoco reprimiendo, cerrando fronteras. Es reconociendo que su origen está en el desarrollo y prosperidad de los ricos que los excluye; que por consiguiente la solución parte de replantear el modelo económico y político dominante, al comprender que superar la actual situación, es tarea y responsabilidad de todos, empezando por sus principales causantes. Así como lo ambiental se tuvo que entender que es una amenaza para todos, para que solo entonces sus principales responsables empezaran a tomar finalmente cartas en el asunto, así pasará con el orden económico internacional, que empieza a hacer agua por todos lados, convertido igualmente en una creciente amenaza global.

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