Manual de sombras

Publicado el Camilo Franco

El pasado somos nosotros

Cuando acabes, lector, este texto, ya habremos sido historia. Es posible que este instante no quede registrado más que como un irrelevante momento de nuestra existencia, que nadie aparte de nosotros lo recuerde o le dé importancia, pero es pasado, vivido, es lo que fue y ya no será, es lo que ha sido y de alguna incomprensible manera deja de ser sin poderlo aprehender en todas sus dimensiones. El pasado (que ahora estamos produciendo) somos nosotros: los incontables sueños que no podremos rememorar porque se sobreponen unos a otros en el curso de los días; las millones de caras que vemos y que dan forma a los conceptos estéticos que a lo largo de nuestra existencia desarrollamos; los sabores que disfrutamos y cuyos evocadores olores son otra forma carnal del pasado que hemos saboreado y se tornan bolo deslizándose por el esófago de nuestra historia. El presente es ilusión de trascendencia, palabra que usamos como si se pudiera poseer a pesar de la presión de sus miles de atmósferas, realidad evanescente, limitada, que otros presentes ajenos han ido vertiendo en la consciencia inmanente del hoy sin que nadie haya conseguido inmortalizar la llamada eternidad y plasticidad emocional del instante. Pero entonces ¿qué hacer con él?

En los textos que más nos emocionan, en las melodías que nos remueven, en las películas que nos hacen llorar, revivimos otros presentes y actualizamos o deformamos momentáneamente nuestra temporalidad. No obstante, cada vida que vivimos en el papel, en la pantalla o cada frecuencia que recorre halagadora o agorera nuestros tímpanos es un gramo de pasado que sumamos al tonelaje del carro corporal que nos habrá de llevar al olvido. ¿Les suena todo a tragedia griega o a adagio de rezandero? Dependiendo del lugar físico, intelectual y emocional en que se halle el viviente (el que vive el momento, me refiero) tomará con la resignación de lo inevitable lo venidero y lo aislará como espacio exacto en un momento dado (o viceversa), añadiéndole un significado en función de su pasado y de sus expectativas futuras, o como arcilla húmeda, lo moldeará sin miedo a los manchones ni a las imperfecciones o errores  y hará de esa materia, la única que conoce, una obra que considere digna e imperfectamente genial.

Ora unos tiñen los momentos de melancólicas angustias, presentes que, según ellos, habrán de perderse en un lejano pasado idealizado, ora otros los exponen como cénit de efímera plenitud en una plataforma web y brevan del elixir de la inmediatez ilimitada que no dejará rastro en sus discos duros. ¿Es acaso mejor o más válida alguna de las dos opciones? La creación de expectativas y los arquetipos de la felicidad que nos prescribe la industria cultural dominante y el sistema económico problematizan aún más la condición de pasado que somos y del presente que, ustedes y yo, estamos dejando atrás al leer esto. Dentro de este circo, hay quien toma la ubicua medicina publicitaria para curarse en salud, haciendo regir su vida por designios de otras voces, pues el miedo al fracaso impide deformar presentes que hoy en día parecen empacados al vacío y listos para consumir. Otros nos negamos a tragarnos un destino que consideramos apelable, negociable, intercambiable, revolucionable y todos los –ables que nos recuerdan la posibilidad de llevarlos nosotros mismos a cabo.

En un mundo donde los presentes parecen estar ya determinados y preconfigurados, donde los pasados son como ropas viejas que tiramos o regalamos por la carga y la tristeza que representan, tal vez valga la pena pensar que a lo que nos referimos con estos dos términos no es más que a lo que somos, queremos ser y querremos haber sido cuando echemos la vista atrás: podríamos ser el ladrillo con el que se alce una casa, la piedra que le falta al jardín para estar completo, la semilla que otros recogerán germinada, con un fruto delicioso que en otras bocas volverá a ser presente, o un fardo insoportable y maloliente, un libro con pocas páginas, ninguna destacable, del que no recordaremos su historia y en el que el polvo sea más visible que en las estanterías mismas de la biblioteca. Yo opto por la primera opción, cuya condición sine qua non es conocer ese mismo pasado del que soy producto y del que seré, cuando acaben estas líneas, el productor. Y ustedes ¿qué están haciendo con su presente?

Ahí los dejo con la duda…

 

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