Una mirada desprevenida de la circunstancia presente de la política, tanto nacional como mundial,
y en general de la democracia, debe producirnos un desasosiego indefinible pues, si bien sus
causas no son fácilmente identificables, sus efectos sí lo son, al impregnar de incertidumbre y de
desasosiego el ambiente de la cotidianidad. El horizonte de vida se ha reducido al día a día, los
sueños se marchitaron y con ellos los proyectos colectivos. El horizonte y las expectativas del
momento presente, quedaron reducidos a un pequeño egoísmo, a un hedonismo chato.
La crisis del sentido de la democracia es, a su vez, causa y efecto de otra crisis, la del sentido de la
política y de los partidos. Crisis entrañablemente entrelazadas, que se retroalimentan. La política
se redujo a un espacio vaciado de contenido y de propuestas, que no desaparece por ser parte de
la vida, de la experiencia humana, pero que ha sido capturado por dirigentes endiosados que,
imbuidos de un espíritu mesiánico y de ambiciones ilimitadas, actúan como amos del ciudadano
raso, aprovechando el vacío producido por la crisis de democracia y partidos. La sociedad necesita
del poder y su vacío, lo llena de alguna manera.
El autoritarismo propio de los mesías, es lo contrario de la práctica y el talante de la democracia;
no buscan lograr acuerdos sino imponer su voluntad y, en el límite, su capricho. La democracia se
fue estructurando al reconocer que la sociedad funciona y progresa a partir de acuerdos amplios,
no de imposiciones o de acuerdos de cúpulas. Los caudillos suelen ser vistosos, teatrales, mientras
que la práctica democrática y sus líderes, suelen ser de bajo perfil; la medianía rodea la vida y los
procedimientos democráticos basados en los acuerdos y no en la imposición de la voluntad o el
capricho del caudillo o del pequeño grupo oligárquico, que controla el poder; y esto, aunque se
revistan con ropajes democráticos.
El empobrecimiento de la democracia, la crisis de la política y de los partidos, como los hemos
conocido, es fruto de procesos de la sociedad, de la vida moderna, de su masificación en buena
medida consecuencia del aumento de la población que, desde mediados del siglo pasado,
desborda las instituciones y procedimientos existentes; densificación demográfica y aceleración
del cambio tecnológico han hecho que hoy la vida se viva en un ambiente de eterno presente, en
espacios finitos; mientras tanto, la política y la democracia siguen operando en el viejo mundo.
El desbordamiento de la población borra fronteras e identidades, masificando y borrando
diferencias que aíslan y no acercan, exacerbando un sentido de individualidad defensivo y no
creativo. Es la pérdida del sentido de territorialidad, de manera fantasiosa se es “ciudadano del
mundo”, sin raíces. El resultado, es el reino de la mochila, del desarraigo, precario y móvil, donde
se va libre, ligero de equipaje, desapegado. La familia, aún en su simple sentido biológico, pierde
importancia, porque “me roba libertad”; el compañero empieza a ser el perro, un acompañante
que no exige, que es servil ante el dueño; se busca para llenar el vacío de la soledad; el afecto se
traslada del humano ausente, al fiel perro.
Ese camino no abre futuro, es simplemente escapista, pero señala los elementos que la sociedad y
nosotros debemos recuperar y valorar, para devolverle a la vida, sentido y contenido Se necesita
reconocer que la familia, los amigos, los intereses compartidos, la comunidad/el barrio, son los
componentes y espacios de vida, concretos y definidos; que como seres sociales, necesitamos
espacios de vida, de acción y de sueños, que permitan combinar e integrar los intereses y
necesidades individuales, complementándolos con los colectivos, por la interacción e
interfecundación, entre mi yo y mi circunstancia, que configuran mi totalidad, mi unidad
ontológica como ser humano. A partir de lo que somos y queremos/podemos ser, urge construir
nuestro espacio y compromiso colectivo, que se da en el ámbito de lo público/político, alimentado
por el sentido de la política, del compromiso político. Los nuevos partidos u organizaciones
partidistas, han de nacer de esta nueva sociedad; concretos porque se alimentarán de las
realidades concretas (“terrenales”) y de la presencia y acción de ciudadanos concretos en sus
actividades y territorios. En ese sentido, todos somos políticos, con responsabilidades y
posibilidades políticas, no como políticos profesionales sino como ciudadanos políticos.
Lo actual se fundió, se agotó, cumplió su tarea. No se trata de maquillar lo existente, sino de
entender las nuevas posibilidades y exigencias de la sociedad, para adecuar la política, en su
sentido amplio de ámbito de lo ciudadano como vivencia social, para trascender el espacio cerrado
en que cayó, de satisfacción de intereses particulares de individuos o de pequeños grupos.