
Chicago es una ciudad fría todo el año, especialmente por los fuertes vientos, dada su proximidad al gran lago Michigan, pero los días miércoles 30 y jueves 31 de enero se vivió un fenómeno que no se veía en una generación, el llamado vórtice polar, cuando la sensación térmica superó ampliamente lo que marcaban los termómetros, pasando los menos cincuenta grados centígrados. Una percepción solo comparable a zonas extremas como el Polo Norte o la Antártida, la cual resultaba altamente riesgosa para la salud y la vida misma.
Desatendiendo las prudentes recomendaciones de autoridades, especialistas y amigos, decidí salir a la oficina a trabajar, ya que presto servicios en el Consulado General de Colombia en Chicago. Debido a mi condición de funcionario consular, había una cita inaplazable de una persona que venía desde Minneapolis, ciudad distante a más de ocho horas de Chicago, quien manifestó que era un asunto extremadamente urgente, el trámite de un documento colombiano. Con otra colega, quien vive cerca del consulado, acudimos a la oficina, tomando todas las precauciones, no era necesario arriesgar a más funcionarios.
Nunca en mi vida me había puesto tanta ropa junta, aparte de ropa térmica interior de manga larga y hasta los tobillos, camisa, chaleco, chaqueta de paño gruesa y un abrigo impermeable, el pantalón de algodón más generoso que encontré, medias de lana gruesas, gorro térmico, orejeras, bufanda, lentes para los ojos. Creo que era lo más parecido a un astronauta y sin embargo, el frío era palpable, más que el frío, el viento helado que parecía atravesarlo todo. De esas sensaciones difíciles de explicar, solo quienes las han experimentado pueden hacerse una idea, porque ni siquiera metiendo la mano en el congelador de la nevera se aproxima a ese tipo de frío. Lo supera ampliamente.
Afortunadamente durante esa mañana no nevó, pues con nieve, habría sido mucho más dramático el asunto. Sin embargo, la Michigan Avenue, la calle más transitada del centro de Chicago estaba inusualmente desierta, aunque me impresionó ver a un par de personas que iban caminando, sin mayor protección, incluso una sin gorro en la cabeza. Ignoro si se trataba de un asunto de carencia, negligencia o auténtico intento de suicidio climático. Muy pocos automóviles pasaban por una vía frecuentemente congestionada. El Gobernador del Estado de Illinois decretó la emergencia, las entidades públicas cerraron, así como lo mayoría de empresas privadas. Es posible que el Consulado de Colombia fuera la única oficina diplomática extranjera que estuviera abierta por unas horas.
Lo mejor o peor de la anécdota, es que en la oficina, afortunadamente los sistemas y equipos respondieron sin problemas, despachamos varios asuntos pendientes como consultas por correo electrónico pero pasó la hora de la cita de la persona que estábamos esperando. Así que se le llamó a su teléfono celular, pues bien, la misma señora que un día anterior nos había dicho que su asunto era delicado y urgente, inaplazable, que había viajado desde Minnesota exclusivamente a este trámite, nos contestó diciendo que si acaso no habíamos visto los noticieros, en donde no aconsejaban salir a la calle, que finalmente había decidido no exponerse y que lo dejaba para otro día, sin una disculpa o algún tipo de consideración para quienes nos habíamos expuesto en vano por esperarla. Afortunadamente pudimos atender a un señor que llegó sin cita a reclamar un documento, quien pasó “por si acaso estaba abierta la oficina”, con lo cual, valió la pena el desplazamiento para atender a ese compatriota.
De todas formas, queda para el anecdotario personal, la experiencia que difícilmente uno podrá olvidar del vórtice polar, cuando hasta las ideas quedan al borde del congelamiento. Solo con mirar la desolación, el espíritu queda igual de frío a los huesos trémulos. Algo difícil de olvidar.
Dixon Acosta Medellín (en Chicago me conocen como Dixon Moya, funcionario diplomático colombiano, en Twitter como @dixonmedellin ).