Líneas de arena

Publicado el Dixon Acosta Medellín (@dixonmedellin)

Querida Amanda[1]

 

Nota preliminar: La siguiente entrada reproduce el artículo preparado por su autor para el Sitio de Ciencia-Ficción, publicación virtual española dedicada al género de la especulación futurista. Se puede consultar en:

El Sitio de Ciencia-Ficción

 

– Querida Amanda, por favor recuérdame que debo escribir un texto para el Sitio de Ciencia-Ficción, esa publicación virtual en donde publico artículos de opinión con alguna frecuencia, su director me ha pedido reflexionar sobre la presencia del Gran Hermano en nuestra sociedad actual.

– El Gran Hermano? –me pregunta Amanda, mi asistente virtual, a la que al parecer le ha llamado la atención el tema de lo que debe ser mi disertación, por lo cual hago un paréntesis en mi trabajo, para explicarle cómo el Gran Hermano se ha convertido en un referente cultural, a partir de la novela 1984, escrita por George Orwell.

 

Soy un bogotano soltero, que vive y trabaja en un apartamento del centro de la ciudad, quizás uno de los pioneros en desarrollar el tele-trabajo, pues laboro en una editorial que ha innovado no solo en su temática, al especializarse en el género de ciencia-ficción, sino también como empresa, pues para ahorrar recursos en materia de administración, no cuenta con una sede física.

 

Así las cosas, realmente no tengo que salir demasiado de casa, apenas para hacer ejercicio, alimentarme, reunirme de vez en cuando con los amigos, hacer las compras necesarias, aunque esto último cada vez con menos frecuencia, ya que actualmente casi todo lo resuelvo desde el hogar, desde pedir a domicilio los bienes y productos, así como pagar las facturas en línea, incluso pues los servicios públicos.

 

Para lo social, tengo las redes a mi disposición y cuando me decido a tener mayor protagonismo en aquellas, noto que se multiplican los amigos y seguidores, lo cual a mi trabajo le viene muy bien, para efectos de divulgación de nuestras publicaciones. Intento llevar una vida social real, para no terminar absorbido totalmente por las redes y aplicaciones virtuales. Cierto amigo me decía que envidia la vida que publica en aquellas dimensiones paralelas que hemos creado, en donde reservamos nuestra mejor sonrisa, mundos de color rosa en los que esperamos aplausos, palmaditas en el hombro, corazones, pulgares arriba y gustos (likes), porque para los disgustos está la existencia cotidiana.

 

Aunque las videoconferencias son vitales en mi trabajo, cuando no estoy conectado suelo poner una cinta protectora en el ojo de la cámara del portátil, no me fio del todo. Cuando uno es editor de ciencia-ficción y recibe diariamente argumentos, muchos de los cuales anticipan y previenen sobre la inteligencia artificial, inconscientemente se va desarrollando cierta neurosis frente a las máquinas.

 

Hace poco estuve revisando y corrigiendo un relato, muy divertido por cierto, de un autor que imagina que sus electrodomésticos de cocina están espiando en su hogar. Lo interesante del planteamiento del autor, es que no cae en lo previsible y tradicional en este tipo de textos, que el Gran Hermano se ha instalado en los ordenadores o computadoras, o los televisores inteligentes, tabletas o teléfonos móviles celulares, sino por el contrario en aquellos aparatos menos sospechosos, los más cercanos y familiares, como el horno microondas, la nevera y el robot de cocina.

 

Sin embargo, detrás de la fachada inocente, aquellas máquinas van induciendo a las personas en sus hábitos gastronómicos, en el tipo de productos alimenticios que debe consumir, las recetas que deben preparar, todo como parte de una conspiración internacional de una multinacional que produce y vende, no solo determinado tipo de alimentos modificados genéticamente, sino que está asociada con una federación internacional de partidos neonazis, que prepara una silenciosa batalla por el control del mundo, dado que como en el amor, la conquista del poder, empieza por el estómago. Esa última frase del relato me encantó, lo que motivó que le escribiera al autor, que resultó ser una chica universitaria quien escribe bajo seudónimo masculino.

 

Suelo escapar de los mundos de fantasía, viendo diferentes noticieros y contrastando las informaciones desde perspectivas opuestas. Algo que percibo como inquietante, es que la gente ha venido perdiendo cualquier sentido crítico, si es que alguna vez lo tuvo. Es impresionante, cómo todos en cierta forma aceptamos por verdad lo que nos llega por el WhatsApp, que ahora es el puente más directo con los demás seres humanos. En cualquier asunto, no solo temas políticos, afirmaciones que no tienen ningún tipo de sustento van calando en las mentes incautas, quienes simplemente operan rápidamente los dedos para retransmitirlas a los demás, creando un efecto dominó inconmensurable.

 

Las mentiras ahora son la tónica, en medio de un ambiente de desconfianza a las informaciones oficiales o de los medios tradicionales. Suponemos que aquello que nos envía un amigo, quien simplemente lo ha recibido de otro y así sucesivamente, es una declaración confiable y fidedigna, más valiosa que la opinión del experto, del científico, del periodista serio, del investigador abnegado. Puede que algunos luego caigan en cuenta de lo falso, pero ya el daño estará hecho y muchos morirán engañados. La encrucijada de la verdad, es posiblemente el asunto crucial de la época en que vivimos.

 

Amanda me comienza a llamar, veo en la pantalla que son las cuatro de la mañana. –Qué pasa? Le digo en medio de la modorra y el sueño.

 

– Recuerda que debes escribir el texto para tu amigo Francisco José en Madrid, sobre el Gran Hermano. –Gracias -le respondo. En un momento quedo en silencio y es que la verdad no se me ocurre nada.

 

– Lo siento, debo cancelar ese encargo. Redacta un borrador de correo, explicándole a Francisco que por mis compromisos de trabajo, no puedo enviarle lo que me ha solicitado.

 

– Pero hoy no tienes en la agenda nada previsto con la editorial – me recuerda Amanda y creo adivinar cierto tono de reproche.

 

– Querida Amanda, no te preocupes, yo le escribo más tarde. Ahora solo quiero dormir. Gracias.

 

Aunque viva en medio de argumentos de ciencia-ficción, no encuentro ninguna idea original que pueda de alguna manera llevar a reflexionar si lo que escribió el buen Eric Arthur Blair en el lejano 1948, se ha venido concretando en la realidad, así no nos demos cuenta de ello. Bueno, la verdad es que no estoy tan seguro. Si algo he aprendido en mi trabajo, es que los escritores son muy exagerados.

 

Dixon Acosta Medellín

En Twitter (uno de los hermanitos del Grande) a ratos me encuentran como @dixonmedellin

[1] Amanda es el nombre ficticio de una asistente virtual, protagonista de una breve novela de ciencia-ficción romántica, que se encuentra inédita y que si su autor (el mismo que escribe estas líneas) logra vencer su inveterada pereza, puede que algún día vea la luz. Debo agregar que este texto, es totalmente ficticio, soy bogotano pero ni soy soltero ni trabajo en una editorial, ni estoy enclaustrado en mi casa, hice parte de un comité editorial de una revista de ciencia-ficción (la primera que hubo en Colombia, pero su edición era virtual y el trabajo era totalmente voluntario, sin ninguna remuneración, más allá de la satisfacción personal).

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