Nota preliminar: Esta columna se publica simultáneamente en el Correo del Golfo, en donde el autor, firma con su nombre de pila (Dixon Moya).

Con cariño para la familia Hussein en Palmira y Chicago.

El presente texto va dedicado en particular a una querida familia de raíces palestinas radicada en Palmira, ciudad señorial de Colombia colindante a Cali y que casualmente lleva por nombre el de aquella mítica urbe localizada en Siria y referente del pueblo árabe, pero de forma más general, deseo ofrendar esta columna al pueblo palestino, concretamente a los habitantes de Gaza, que están siendo exterminados a ojos de todo el mundo, sin que nadie reaccione, en una afrenta a la dignidad humana. Como le decía a la colega diplomática y amiga Margarita Manjarrez, no sé qué duele más, si la maldad de unos o la indiferencia o incapacidad de los demás para detener el primer genocidio transmitido en tiempo real.

Sofia Carson (Sofía Lauren Daccarett Char) ​

Debo confesar que no tenía idea del arte de trabajar el nácar, tradición palestina que nació en Belén, lugar tan especial para todos los cristianos del mundo. Gracias al querido amigo y colega mexicano Pedro Blanco, quien hace un tiempo me comentó sobre un precioso libro editado en Colombia, titulado precisamente El arte palestino de tallar el nácar, obra concebida por la familia Daccarett, barranquilleros de origen palestino. Una de las descendientes más destacadas de la familia es la cantante y actriz Sofía Carson, de fulgurante carrera en los Estados Unidos y brillante futuro.

Enrique Yidi Daccarett

Enrique Yidi Daccarett es un artista y especialista en el arte de tallar el nácar, tradición que nació en el siglo XVI en Belén y que tuvo su auge a finales del XIX y mediados del XX, especialmente en la elaboración de figuras religiosas católicas, como los nacimientos o pesebres como le llamamos en Colombia a la escena del nacimiento de Jesús en Belén. Lamentablemente las políticas restrictivas de las autoridades de Israel bloquearon la consecución de las materias primas, así como la comercialización de los productos, lo que trajo el cierre paulatino de aquellos grandes talleres artesanales y muchos de los artistas migraron a otros países como Colombia, en donde este trabajo les trajo reconocimiento en sus nuevos hogares de destino.

Quiero recomendar este libro que es una maravilla y dejo el título completo y los datos bibliográficos para quien desee buscarlo: “El arte palestino de tallar el nácar. Una aproximación a su estudio desde el Caribe colombiano.” Autores: Enrique Yidi Daccarett, Karen David Daccarett y Martha Lizcano. Barranquilla, 2004. En su portada aparece el escudo de la República de Colombia, realizado en ese fino material, salido de las conchas de perlas marinas, obsequio de la comunidad árabe a la Gobernación del Atlántico (Departamento caribeño de Colombia, cuya capital es Barranquilla), la preciosa obra fue realizada en el taller del maestro artesano Bichara Zogbi, como muestra de agradecimiento al país que acogió a tantas familias palestinas, como si fuera su propio hogar.

Es un bello texto, no sólo por las fotografías y el bello arte que plasma en sus páginas, sino por la historia del nácar, el desarrollo que tuvo en Palestina y ese viaje increíble que han denominado del Mar Rojo al Mar Caribe, es una experiencia estética, sin fronteras ni diferencias entre las sociedades que relaciona. Debe decirse que esta tradición, no se cierra al terminar la última página del libro. Desde 1998 justamente por iniciativa de la familia Yidi Daccarett, se encuentra el Taller Palestina en Barranquilla, desde donde se han elaborado piezas de arte increíbles, muchas que han terminado en manos de presidentes o reyes como el monarca británico Carlos III.

Como hemos hablado en otras columnas en el pasado, Colombia no estimuló las migraciones extranjeras en el siglo XX, la verdadera migración importante hacia nuestro país en las primeras décadas del pasado siglo la protagonizaron personas de origen árabe, especialmente desde El Líbano, Siria y Palestina. A los migrantes árabes se les empezó a conocer como turcos y en principio no era un error, como podría pensarse, pues muchos de quienes llegaron portaban el pasaporte del antiguo Imperio Otomano. Con el tiempo, la denominación turca se institucionalizó pues así resultaba más fácil identificar a quienes encontraron en Colombia su nuevo hogar. 

En esa corriente migratoria, llegaron personas que se integraron a la sociedad colombiana, siendo ellos mismos o sus descendientes, protagonistas del progreso, tanto material como cultural de la nación. A todos ellos, nuestro eterno reconocimiento. Pero también son personas que son referentes del cariño y la amistad, como la querida familia a quien va dedicada esta columna.

Dixon Acosta Medellín

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