Líneas de arena

Publicado el Dixon Acosta Medellín (@dixonmedellin)

Crónica de una vida anunciada

Nota preliminar: A pesar del dolor que produce saber la noticia del fallecimiento del escritor más querido en el mundo, es cuando se debe celebrar la vida del genio de las letras colombianas, Gabriel García Márquez. Reproduzco sin quitar o agregar una coma, un texto que ha tenido el propósito de festejar la existencia de García Márquez y el cual ha visto la luz dos veces con anterioridad, primero en el suplemento literario del periódico nicaragüense La Prensa y posteriormente en Letralia, hogar virtual de escritores en español, la única diferencia es que el autor los publicó originalmente con su apellido de pila.

Paz en la tumba del más grande, consuelo para todos nosotros sus huérfanos lectores.

Vivir para Contarla

La memoria suele ser antónimo de amnesia. Esta palabra dicha en plural y condensada en libro puede ser síntesis de una vida o sinónimo de otra palabra clave: historia. En cierto libro de reconocido autor universal, hay un pasaje en donde se narra que los habitantes de un pueblo de nombre mítico, sufren del mal del olvido aunado a la enfermedad de insomnio y para no claudicar ante la falta de memoria, deciden escribir los nombres de objetos, seres y sucesos.

El anterior prefacio es buen pretexto (pre-texto), para comentar la lectura muy personal del libro Vivir para contarla,primer volumen de la autobiografía del maestro Gabriel García Márquez. En la presente y breve nota, enfatizaré en la relación estrecha entre literatura (ficción) e historia (realidad). Ante todo debo aclarar que no pertenezco al coro de áulicos que cada vez que sale un libro de García Márquez exclaman que se trata de su mejor obra, aquellos que le llaman Gabo o Gabito con sorprendente confianza. Tampoco soy miembro del ejército secreto de cazadores de gazapos e imprecisiones en sus textos, grupo que sospecho se mueve por el combustible de la envidia.

Hay una anécdota que resume muy bien el juego entre lo real y lo ficticio que en manos de García Márquez se convierte en obra de arte. Se trata del episodio de la matanza de las bananeras, relato que su abuelo coronel no se cansaba de contar y marcó por su crudeza al niño, futuro premio Nobel. El problema es que a pesar de consultar diferentes fuentes, el reportero nunca pudo establecer el número real de muertos, algunos hablaban de pocos, decenas o centenares. Entonces el escritor, para darle visos de magnitud literaria le puso cifra concreta: tres mil muertos. Sin embargo, el recurso novelístico se ha convertido en el dato oficial, pues maestros y libros de historia retoman el número de la novela para enseñarlo como información cierta.

Encuentro tres grandes capítulos: los años de infancia mágica, el hallazgo del frío con violencia, y finalmente su nacimiento como escritor. La primera parte de la obra rastrea los orígenes de García Márquez y su entorno familiar, es el retorno a las horas dichosas de la infancia. El lector habitual de García Márquez reconoce las claves y huellas del mapa que luego trazaría en cuentos y novelas. Macondo es la niñez, si quisiera ubicarse geográficamente trasciende el perímetro de Aracataca para confundirse en un mundo mágico llamado «el Caribe»; tal vez por ello esta parte pareciera ser un relato más, producto de la mente calenturienta y creativa de García Márquez, sin embargo se concluye que esa mente es producto de aquel medio.

El segundo capítulo es la metáfora del recuerdo de un niño cuando su padre lo llevó a conocer el hielo, pues se trata del descubrimiento de una nueva realidad matizada por el frío y la violencia política de un país descuadernado. La narración del encuentro con una ciudad triste, disfrazada de elegante, Bogotá, centro introvertido de la nación, desde cuyos cafés se pontificaba y legislaba sobre esa colcha de retazos llamada Colombia, considero que es la mejor parte de estas memorias. Como dije antes, el primer capítulo de la infancia ya se conocía por sus obras de ficción, pues como dice el escritor sus cuentos y novelas no son más que fantasías sobre su vida. En cambio, su estancia en Bogotá, sus recuerdos de la Universidad Nacional, la primera máquina de escribir que nunca utilizó, pero sobre todo el recuento del 9 de abril de 1948, posee una fuerza y un tono nuevo de una historia mil veces contada. De nuevo García Márquez juega con la historia, sobre el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, lanza un dato (dardo) para los investigadores, la presencia de un misterioso hombre elegantemente vestido, que dirige en la penumbra las primeras acciones de violencia para luego desaparecer en un auto negro.

La tercera parte es su doble nacimiento (reconocimiento) como literato y reportero, sin que prevalezca una actividad sobre la otra. Los inicios inciertos, las horas sin reposo frente a las máquinas de escribir de los periódicos costeños, las tertulias con los amigos inclementes frente a sus primeros escarceos, la lenta consagración en la sala de redacción de El Espectador, en donde a fuerza de narrar historias de desastres, desplazados por la violencia y náufragos rescatados, se va convenciendo de su vocación como contador de historias.

Vivir para contarla se convierte en lo que podría llamarse la «crónica de una vida anunciada». Al leerla se descubre de nuevo la naturaleza, el estilo, la forma y el fondo de un autor cuya propia vida se mezcla con la historia de nuestra patria. El libro ofrece además una grata noticia sobre este híbrido entre novelista y reportero, pues confiesa que está dispuesto a vivir cien años. Y conociendo la legendaria longevidad de las gentes del Caribe, creo que no se trata de otro verso de ese poeta de la exageración.

En mucho tiempo no se veía que una noticia cultural eclipsara las cotidianas informaciones sobre nuestro conflicto, la política, los goles y las dosis diarias de silicona ambulantes. Noticieros audiovisuales, periódicos de papel e intangibles (Internet), abrieron sus reportes con la noticia de un libro que no es sólo la memoria de un hombre, sino la de un pueblo, famoso por su mal de amnesia. Esa quizás es su mayor virtud, como en el legendario libro que cito sin nombrar en el primer párrafo, Vivir para contarla es un buen remedio contra el insomnio y el olvido.

Bogotá, noviembre de 2002.

Dixon Acosta Medellín

@dixonmedellin

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