Líneas de arena

Publicado el Dixon Acosta Medellín (@dixonmedellin)

Breve defensa de la corbata

 

"El hijo del hombre", René Magritte (1964)
«El hijo del hombre», René Magritte (1964)

La corbata es, dependiendo del cuello que lo piense, una completa estupidez o signo de refinada distinción. Para algunos se trata de una incomprensible pieza de tortura, un trozo de tela, que se amarra al cuello, impidiendo la circulación sanguínea, semejante a la cuerda de la horca. Algo inventado para atormentar al hombre, o por lo menos para hacerlo ver ridículo.

Otros pensamos diferente, producto quizás de largos años de llevarla puesta. La corbata es la única pieza del vestido masculino, realmente cambiante en cuanto a color y diseño. Mientras las demás partes de la vestimenta son generalmente monótonas, monocromáticas, llámese chaqueta, pantalón, camisa o zapatos, la corbata ofrece la posibilidad de la combinación. Lo cual puede resultar acertado o catastrófico. Hacer un nudo de corbata, mide la distancia exacta entre un hábito rutinario o una obra de arte. Eso lo entendían los militares croatas, que con su pañuelo en el cuello, impresionaron a Luis XIV, quien denominó cravette (término derivado y semejante a croata en francés) a tal accesorio. La elegancia masculina se reduce a la corbata. Haga la prueba, puede usar el mismo traje, en una reunión informal o formal, la diferencia está en la corbata. Por algo, en medio de un emotivo partido de fútbol, no es extraño ver a directores técnicos luciendo una elegante corbata, o pastores protestantes caminando bajo el sol, en plena misión evangélica con su corbata negra.

Para quienes conformamos la tan criticada e incomprendida nómina burocrática, es nuestro uniforme de trabajo, así como existe el casco, el delantal, la blusa. Si usted ve en la playa a un hombre con vestido de baño y corbata, entenderá que se trata de un funcionario público. Lamentablemente la burocracia, se ha convertido en sinónimo de ineficiencia y despersonalización, alejada del sentido que el sociólogo alemán Max Weber entendía, una forma organizada y estructurada de la administración pública y privada. Ni Weber ni la corbata, tienen la culpa que todavía cueste aceptar el principio de meritocracia y profesionalización. El término corbata, en Colombia por ejemplo, adquiere otro significado, el cargo o puesto que algunos consiguen por ser amigos, familiares o recomendados políticos.

En mi caso, la corbata durante la época universitaria fue un signo personal de rebeldía, aunque suene extraño. Estudiante de universidad pública que se respetara, siempre vestía desaliñado, con una mochila o morral al hombro. No discuto la comodidad de esa vestimenta, pero se convertía en un lugar común, un uniforme más. Algunas veces vestía la corbata, sólo para sentirme diferente dentro de la galería homogénea y repetida, quizás para provocar. Ignoraba en esa época que esa pieza, sería mi disfraz cotidiano en el carnaval de la vida. Claro que el uso de la corbata, así como de la minifalda, debería estar reglamentado, no todo el mundo puede usar estos adminículos a su antojo. Hay corbatas de corbatas y realmente es fácil caer en los colores rechinantes, los anchos o largos desproporcionados. No es casual, que payasos y personajes cómicos en sus caracterizaciones utilicen la corbata como elemento distintivo. La corbata, se encuentra entre lo cáustico y lo desenfadado.

La corbata, ofrece uno de los mejores placeres a cualquier hombre, justo en el momento de despojarse de ella. Después de un arduo día de trabajo, no hay como llegar al hogar, desajustarse el nudo y dejar volar el trozo de tela. Si no existiera la corbata, no sabríamos lo bien que se siente estar sin ella.

Dixon Acosta Medellín

A ratos en Twitter con corbata o sin ella como @dixonmedellin

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