Los teatros sirven para todo. En el mismo lugar donde hace años se firmó el acuerdo de paz, el Teatro Colón volvió a transformarse, esta vez en una playa insólita. Se llenó de arena, como un coliseo romano, listo para una batalla distinta: la del arte contra la indiferencia. Inaugurado en 1892, el Colón ha sido testigo de episodios clave en la historia del país, desde discursos políticos hasta representaciones que han desafiado los límites de la escena. Su arquitectura, inspirada en la ópera de Garnier en París, lo ha convertido en uno de los espacios culturales más imponentes de Bogotá. Pero esa noche, su majestuosidad quedó soterrada bajo la arena y los cuerpos relajados de unos veraneantes ficticios.

El pasado jueves 20 de marzo, el Teatro Colón se transformó en una playa improbable. Sun & Sea, pieza central del Festival NO Convencional 2025, desmontó las coordenadas habituales de la ópera para ofrecer algo más cercano a una postal en movimiento, una instantánea de la humanidad expuesta a su propia inercia.

El espectáculo, premiado en la Bienal de Venecia, ha sido celebrado por su enfoque innovador, y con razón. Al entrar a la majestuosa sala del Colón, el espectador se topa con un paisaje de arena extendida, cuerpos en reposo y la luz tenue de un verano estático. Lo que sigue es una ópera sin grandilocuencia, donde los personajes –veraneantes de traje de baño y resignación climática– cantan sobre la banalidad cotidiana, el turismo de masas y el peso invisible del cambio climático.

Es una obra que engaña. En la superficie, los protagonistas parecen entregados a una tarde anodina, pero sus letras dibujan un cuadro más oscuro. La playa es una trinchera disfrazada de descanso, la música –repetitiva y envolvente– se desliza entre lo hipnótico y lo ominoso. No hay moralejas ni proclamas, solo la confrontación sutil con nuestra propia indiferencia.

Quizás su mayor acierto sea la manera en que esquiva el panfleto. No es un grito, es un murmullo que se instala. Su minimalismo no es ausencia, sino una forma de depurar el mensaje hasta lo esencial. ¿Qué es más aterrador: la catástrofe anunciada o la pasividad con la que la observamos?

La obra nos recuerda que el arte, cuando es verdaderamente inquietante, no necesita gritos ni aspavientos. A veces, basta con un gesto cotidiano, con una imagen tan familiar que pasa desapercibida, para desatar una incomodidad persistente. Sun & Sea, en su aparente liviandad, nos enfrenta a esa sensación incómoda de estar flotando en un tiempo que avanza hacia lo irreversible.

No es difícil entender por qué este montaje ha recorrido escenarios de todo el mundo. En un tiempo donde el exceso de información a menudo anestesia más que despierta, Sun & Sea propone una alternativa: dejarnos llevar por una experiencia sensorial y, al final, hacernos preguntas incómodas. No es teatro en el sentido tradicional. Es una invitación a observar el mundo con otros ojos, como si viéramos, por primera vez, la playa en la que hemos estado acostados todo este tiempo.

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