“Todo lo que pasa en la vida tiene probabilidad 0, pero pasa”: las reflexiones de Alejandro Gaviria sobre Colombia y su historia personal. Una conversación con el economista y escritor, ex rector de los Andes y ex ministro de Juan Manuel Santos y Gustavo Petro. Esta conversación transcurrió en un evento público en la librería Wilborada de Bogotá.

D: Este libro que acabas de publicar, ¿cómo nació la idea de escribirlo?

AG: Tenía en mente escribir algo que jugara con la distopía, con un enfoque irónico, serio y no tan serio al mismo tiempo. En el fondo, hay una crítica a la distopía como género y a cómo muchas veces puede ser tomada demasiado en serio. La idea surgió de un recuerdo de infancia: un viaje familiar a San Agustín cuando tenía unos 10 años. Ese viaje, en un viejo Simca azul con mis padres y hermanos, me marcó profundamente. También hay una conexión con mi padre, quien falleció en 2019. Al recordar ese viaje y algunas conversaciones pendientes con él, surgió la idea de contar una historia que mezclara recuerdos personales, mitología y crítica social. Quería explorar temas de la humanidad desde lo pequeño, lo íntimo.

En San Agustín, las estatuas que vi de niño adquirieron un nuevo significado con el tiempo. Recuerdo que, durante ese viaje, mi padre hacía comentarios que repetía incluso en clase, como una vez cuando dijo que un discurso político lo habían escrito “los generales”. Ese detalle, junto con otras anécdotas, me llevó a construir narraciones que conectaran con ese pasado, con la figura de mi padre y con preguntas mayores sobre la memoria y la identidad.

El libro se escribió con disciplina. Escribo unas 500 palabras diarias, reviso constantemente y busco una estructura clara. Tengo una obsesión con la simetría: los capítulos deben ser pares y bien organizados. Este método me permitió construir algo que inicialmente eran historias sueltas, pero que luego tomaron forma como un libro cuando escribí el cuento Los inmortales. Ese cuento marcó el punto de partida para entrelazar las narraciones y profundizar en el diálogo entre la ironía y lo trascendental.


D: ¿Cómo ves ahora tu decisión de dejar la Universidad de los Andes?

AG: Mi vida como investigador era cómoda, pero sentía que mi aporte a la sociedad era difuso. La academia, aunque respetable, puede ser un espacio aislado de los problemas más urgentes. Mi experiencia como profesor e investigador me hizo reflexionar sobre el exceso de especialización, cómo dedicarse a temas que solo leen tres o cuatro revisores limita el impacto real que uno puede tener. Eso me llevó a buscar formas de conectar la academia con la sociedad, un proceso que comenzó cuando fui decano de Economía y continuó como rector.

Dejar ese espacio seguro fue difícil, pero necesario. Quería ser algo más que un académico encerrado en su torre. Entrar a la política fue un salto, y aunque no soy un político natural, fue una experiencia que me permitió conocer nuevas sensibilidades y enfrentar la complejidad de las decisiones públicas. No me arrepiento. Fue una forma de salir de mi zona de confort y darme cuenta de que lo académico y lo político pueden dialogar.


D: Como ministro de Salud enfrentaste muchos desafíos éticos. ¿Cómo influyeron en tu vida y en tu obra?

AG: Uno de los momentos más difíciles fue cuando, siendo ministro, me diagnosticaron cáncer. Decidí hacer público el diagnóstico y comprometerme a tratarme únicamente con los servicios del sistema público de salud. Quería mostrar que el sistema puede funcionar para todos. Pero también enfrenté dilemas éticos. Recuerdo recibir una carta de un bioeticista que me sugirió renunciar a cualquier tratamiento adicional que otros colombianos no pudieran costear. Esa reflexión me marcó profundamente, porque me enfrentó a las tensiones entre mi propia ética personal y la responsabilidad pública.

En el libro, abordo estos temas en relatos como Los inmortales, donde reflexiono sobre los dilemas de la búsqueda de la inmortalidad. En la historia, una científica se enfrenta a las consecuencias éticas de un descubrimiento que promete prolongar la vida, pero que también deshumaniza. Es una reflexión sobre la paradoja de querer vivir para siempre mientras se pierde el sentido de la existencia.

Otro ejemplo de estas tensiones fue una tutela relacionada con una joven que pedía un tratamiento de cáncer en el exterior. Aunque logramos encontrar una solución dentro del sistema, el desenlace fue trágico. Ese caso me hizo reflexionar sobre la percepción de las decisiones en salud como utilitarias, cuando en realidad son profundamente humanas y complejas.

Mi paso por el ministerio me mostró las desigualdades del sistema y cómo estas afectan la vida cotidiana de las personas. Decisiones aparentemente pequeñas pueden tener consecuencias enormes, y eso lo intento plasmar en mis cuentos.


D: El tema de la mortalidad está muy presente en tus cuentos. ¿Cómo abordas esta reflexión?

AG: Una frase que me marcó desde joven es de Antonio Machado: “Detén el paso, belleza esquiva, detén el paso.” Siempre he sentido que la belleza es un recordatorio de la muerte, de lo efímero. Esta sensibilidad impregna mi obra: lo bello es trágico porque anuncia su fin, pero también nos invita a celebrar la vida. Es una dualidad constante entre la resignación y la protesta contra lo inevitable.

En el libro, esta reflexión aparece en varias historias. Por ejemplo, en Contracorriente, un migrante conecta su experiencia con los manatíes, que migran hacia el sur en busca de libertad. Es una metáfora sobre el regreso, la búsqueda de sentido y la lucha contra la deshumanización. Este cuento nace de una anécdota real, pero también aborda temas universales como el valor de la vida y el peso del tiempo.


D: Sobre tu salida del gobierno, ¿cómo fue tu última reunión con Petro?

AG: Fue una comida privada en la Casa de Nariño, solo nosotros dos. Al principio comimos en silencio; luego, él empezó a hablar de su idea de escribir un libro inspirado en El capital de Marx, adaptado a la crisis climática del siglo XXI. Fue una conversación tranquila, aunque sabíamos que nuestras diferencias eran claras.

Aunque trabajamos juntos en algunos puntos, Petro y yo tenemos visiones distintas. Él tiene un sentido exacerbado de justicia, mientras que yo tiendo a ver la experiencia humana desde una perspectiva más trágica, reconociendo que hay límites a lo que podemos cambiar.

En el libro, algunas historias dialogan indirectamente con estas ideas. Por ejemplo, Humano demasiado humano reflexiona sobre la crisis climática desde una perspectiva antropológica, argumentando que la voracidad y el ingenio humano son tanto la causa como una posible solución. Otra historia, Las matemáticas y la violencia, aborda el radicalismo frente a problemas globales y cómo la violencia puede surgir como una expresión de desesperación y cambio.


D: En el libro, hay mucho cinismo. ¿Cómo se relaciona con tu perspectiva personal?

AG: Más que cinismo, diría que hay ironía. La ironía permite reflexionar con cierta distancia, pero sin perder la sensibilidad. Por ejemplo, en Probabilidad 0 cuento una historia autobiográfica basada en mi vida en Medellín durante los años 80, en pleno auge del narcotráfico. Viví momentos traumáticos, como un asalto y una bomba, que marcaron mi visión del mundo. Escribir sobre esos eventos me permitió sublimarlos, transformarlos en una forma de entendimiento.

En la política, uno debe abandonar el cinismo y adoptar cierto optimismo. La política te exige creer que puedes cambiar algo, aunque sea una pequeña parcela de la realidad. Mi tiempo en el gobierno fue un ejercicio de ese optimismo, aunque no siempre fue fácil.


D: ¿Cómo evalúas la situación actual del país y su futuro?

AG: Cuando entré al gobierno, mi mayor preocupación era la estabilidad macroeconómica. Esa tensión ha disminuido, pero persisten riesgos en áreas clave. En salud, por ejemplo, me preocupa que se pierda la protección financiera que ha beneficiado a miles de personas. La idea de que el sistema garantice una cobertura universal es fundamental, y he defendido esto no como una defensa de las EPS, sino como un modelo que asegura la responsabilidad frente al paciente.

En cuanto a la política, temo que la polarización y la deslegitimación del sistema electoral puedan generar crisis en las elecciones de 2026. Es crucial preservar la confianza en nuestras instituciones democráticas para evitar conflictos mayores.


D: En tus relatos hay una conexión especial con los animales. ¿Cómo surgió esa sensibilidad?

AG: En la última década, he desarrollado una conexión espiritual con otros seres vivos. Antes tenía una visión más antropocéntrica, pero eso ha cambiado. Por ejemplo, en el cuento Contracorriente, un migrante encuentra en los manatíes una metáfora sobre el retorno y la lucha por la libertad. Este cuento refleja mi interés en cuestionar la deshumanización y fomentar una sensibilidad ética hacia la naturaleza.


D: Has mencionado varias experiencias traumáticas de tu vida, como el asalto en Medellín o tu diagnóstico de cáncer. ¿Cómo esas vivencias influyen en tu escritura?

AG: Creo que la escritura siempre es una forma de sublimación, de procesar aquello que no entendemos completamente en el momento. Las experiencias traumáticas, como el asalto que sufrí en los años 80, dejaron una huella profunda en mi visión del mundo. En ese entonces, la violencia en Medellín era algo omnipresente, casi cotidiano. Escribir sobre ello me permite darle un sentido, encontrar conexiones entre lo personal y lo colectivo.

En Probabilidad 0, por ejemplo, intento captar esa dualidad: cómo los hechos improbables, como sobrevivir a un ataque o a un incidente con un hipopótamo, se convierten en metáforas del caos de nuestra existencia. En otras historias, como Los inmortales, esas vivencias se transforman en preguntas universales: ¿qué significa estar vivo cuando todo parece tan frágil? Así, mi escritura no solo narra, sino que también intenta encontrar consuelo y comprensión.


D: ¿Crees que tus libros tienen un propósito político o son principalmente personales?

AG: No me propongo escribir con un fin político explícito, pero creo que es inevitable que las reflexiones personales tengan una dimensión política. Los problemas que vivimos—la desigualdad, la crisis climática, las tensiones éticas en la salud—son universales y están presentes en mi obra, aunque abordados desde lo humano.

Un cuento como Contracorriente, que habla de migrantes y manatíes, nace de una reflexión personal, pero al final interpela a los lectores sobre temas políticos: ¿cómo deshumanizamos a quienes migran?, ¿cómo buscamos libertad en un mundo que constantemente nos pone límites? La literatura, creo, tiene la capacidad de plantear preguntas que van más allá de las ideologías. Mi objetivo es abrir conversaciones, no imponer respuestas.

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