Las palabras y las cosas

Publicado el Diego Aretz

Los guardianes del Baudó.

Estuve recorriendo con mi equipo una de las regiones más lejanas de Colombia, en las selvas del Chocó y de cara al océano Pacífico, donde una comunidad lucha por un desarrollo en paz y sostenible. Desde el año 1997 las comunidades de Sivirú, Usaragá, Pilizá y Pizarro buscan proteger uno de los ecosistemas mejor guardados del país. Esta es su historia. 

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“Coco sí, coca no” nos dice Carlos el presidente del Consejo Comunitario de la Isla de Sivirú en el Bajo Baudó. Este municipio del Departamento del Chocó, tiene una población de alrededor de 18 mil habitantes, en su mayoría son comunidades Afro e Indígenas Emberá Catío y Dobida. El transporte, las formas de vida y el sustento de los habitantes de esta región se construye en torno al Río Baudó y al océano Pacífico. Viven de la pesca, del manglar, de la tala artesanal y comercial, y de la agricultura. Es una región que no tiene conexión terrestre con el interior del país, para llegar a Pizarro, la cabecera municipal, se debe volar desde Medellín o tomar una lancha en Buenaventura tres horas hacia el norte. Todos los pueblos y caseríos tienen conexión fluvial, bien sea a través del océano Pacífico o a través de varios ríos que generan una malla hidrográfica compleja donde hay laberínticos esteros rodeados de miles de manglares. El Chocó es una de las regiones con más lluvia y más biodiversidad del planeta.

Es por este aislamiento geográfico pero también por sus inmensas riquezas que está región fue y es un lugar de tránsito para muchos grupos armados de este país, grupos que por un lado se lucraban del narcotráfico a través del cultivo de la coca y la producción de la cocaína y por otro de la extracción de maderas preciosas.  Las maderas del Chocó son famosas por ser unas de las maderas más finas del mundo y por lo tanto altamente cotizadas en el mercado internacional, según el Ideam el Pacífico Colombiano es la región más deforestada del país, para 2018 constituyó el 47% de toda la deforestación del país, seguido por un 27% de la Amazonía, un 17 % de la región Andina y 8% corresponde al Caribe. 

En una lancha por entre los esteros y manglares de Sivirú, una vereda del Bajo Baudó que se dedica principalmente al coco, nos contaba Catalino (líder social y cultivador de Coco) como hace más o menos 20 años comenzaron a llegar los grupos armados al territorio, “llegó la coca, la plata “fácil” y con ello los grupos armados”. Muchas personas dejaron la pesca para dedicarse al cultivo de la coca, con el tiempo la comunidad, organizada a través de los consejos comunitarios, comenzaron a plantear  posibilidad de salir de la coca y de la tala de madera no sólo como una manera disminuir la influencia de los grupos armados en el territorio pero también para recuperar formas de vivir más armónicas con el territorio. Según Catalino muchos de estos logros han sido por la organización social que se ha dado a través de la articulación de los consejos comunitarios. 

Los consejos comunitarios cumplen el próximo año 20 años de constituidos, estos fueron creados a partir de la ley 70 de 1993, la ley 70 estableció la titulación colectiva en las comunidades afro del Pacífico y el derecho a la consulta previa en estos territorios. Desde la creación de los consejos comunitarios se frenaron algunas de las dinámicas de expansión del latifundio ganadero y de la deforestación. En ese momento se inició el fortalecimiento de la gobernanza territorial y el gobierno propio de las comunidades afro en todo el andén Pacífico colombiano.  

Según la Defensoría del Pueblo desde el año 1997 hay presencia de grupos armados en el territorio. La alerta temprana de la Defensoria del Pueblo de Julio de 2020, señala que las Autodefensas Gaitanistas de Colombia  y el Ejército de Liberación Nacional hacen presencia en el municipio, sin embargo en nuestra visita al territorio sólo pudimos constatar un graffiti en una pared, como huella de este conflicto. Según la alerta temprana se presentaron riesgos para las poblaciones de Belén de Docampadó, Playa Siviru, San Andrés de Usaragá, Terrón, Birrinchao, Agua Clara, Villanueva y Pizarro (cabecera) en el del municipio del Bajo Baudó, por la intensificación de la disputa territorial entre el ELN y las AGC. La defensoría dice que estas disputas se organizan en torno al control de las vías fluviales y esteros que comunican con el océano Pacífico por donde se transporta la cocaína hacia los mercados centroamericanos.

Carlos es profesor de filosofía, líder social y presidente del consejo comunitario de Pizarro. Con Carlos recorrimos las calles de Pizarro, la cabecera municipal del Bajo Baudó, un pequeño pueblo con calles pavimentadas y casas de madera de colores brillantes. Nos contó cómo las grandes riquezas ambientales habían generado problemáticas para las comunidades pues por un lado, el mercado global generaba más presión por maderas preciosas, por el otro lado la comunidad debía generar recursos para su propia sostenibilidad y por último el gobierno nacional generaba presiones para la conservación y la preservación de la naturaleza “el gobierno nos declaraba siempre reserva, reserva nacional, y los que vivimos acá [en el Chocó] qué ¿No vamos a tener desarrollo nunca? Pero en cambio si dan permiso por debajo de la mesa para la explotación” Carlos nos muestra cómo esta presión por la preservación del medioambiente se convirtió en una pregunta por la supervivencia de las propias comunidades.

Desde Adam Smith y David Ricardo, economistas y filósofos han explicado que la relación básica del capitalismo es el antagonismo entre los humanos y la naturaleza. Esta relación de explotación generó la revolución industrial y el desarrollo de la mayoría de países del mundo, incluyendo por supuesto a Inglaterra, Francia y Alemania. Colombia, por sus incontables guerras civiles, su inmensa riqueza natural, su fragmentada geografía, de una u otra manera no explotó sus recursos naturales a la escala de otros países del mundo. 

Hoy en día, cuando el planeta lleva 40 años hablando del cambio climático y de la crisis ambiental, nos encontramos que Colombia es una reserva de biodiversidad incalculable. Es tal vez una de las mayores reservas de biodiversidad del mundo. Y el resto del mundo se da cuenta, cada vez nos está pidiendo que preservemos mejor estos recursos. Sin embargo, en palabras de Carlos “la calidad de vida y la supervivencia de las comunidades no es negociable”. Entonces ¿cuál es el destino de Colombia y su desarrollo? ¿Es posible el desarrollo de las comunidades a partir de la conservación del medio ambiente? 

Esta encrucijada entre supervivencia y preservación, en la que se encontraron los consejos comunitarios del Bajo Baudó, impulsaron a esta comunidad a conectarse con el mercado global de carbono, pues esto les prometía una posibilidad de preservar el entorno y a su vez crear alternativas productivas sostenibles. Esta relación entre los consejos comunitarios del Bajo Baudó y el mercado global del carbono se empezó a generar a través del proyecto Redd+, según sus siglas en inglés significa las “Salvaguardas Ambientales y Sociales para implementar las medidas de Reducción de Emisiones por Degradación y Deforestación de Bosques y la función de la conservación, el manejo forestal sostenible y el aumento de las existencias forestales de carbono“ (REDD+). Este programa hace parte de lo acordado por el gobierno colombiano en la conferencia de las partes de las Naciones Unidas en 2012 y tiene como objetivo “tomar acción frente a la crisis climática y para movilizar recursos que contribuyan al desarrollo local en los territorios de comunidades indígenas, negras y campesinas” según el Ministerio de Ambiente.

Los bonos de carbono fueron introducidos como un mecanismo en el protocolo de Kyoto para la disminución de las emisiones de Carbono a nivel global. Tiene un principio muy simple, aquellos que contaminan deben pagar por sus emisiones de carbono, cada gobierno establece las cantidades de carbono que puede emitir cada industria, en caso que las industrias contaminen más deben pagar por sus emisiones y si una compañía contamina menos, puede vender este bono. Esto generó el establecimiento de un mercado global del carbono y a su vez se generaron mecanismos para que el dinero en bonos de carbono pudiera contribuir al desarrollo local de los territorios. En palabras de las comunidades “toda la vida hemos sido guardianes de la tierra, ahora por lo menos nos están pagando por eso”.

En el Bajo Baudó este proyecto inició en 2011 con la realización de diagnósticos, líneas base, objetivos generales y específicos, incluyó a cuatro consejos comunitarios del Bajo Baudó; Sivirú, San Andrés de Usaragá, Pilizá y Pizarro. El proyecto general fue apoyado por USAID a través del programa de Páramos y Bosques que tiene como objetivo fortalecer la gobernanza y el gobierno propio, generar alternativas productivas sostenibles para las comunidades buscando así disminuir la deforestación y por otro lado hacer un monitoreo del estado de los bosques y las aves en este territorio. El proceso inició formalmente en 2013 cuando las comunidades se inscriben al proyecto REDD +, en la medida en la que se protegen los manglares y los bosques se van generando los certificados de carbono. Los recursos que entran a las comunidades a través de los bonos de carbono deben a su vez permitir que el proyecto continúe y generar beneficios generales a la comunidad como escuelas, emprendimientos o centros comunitarios. 

Los proyectos productivos sostenibles buscan disminuir la presión sobre los bosques creando alternativas. Para los miembros de la comunidad “estos proyectos buscan disminuir la tala indiscriminada y la gente poco a poco va cogiendo conciencia. La gente no va a cambiar la conciencia de la noche a la mañana pero van cambiando la actividad poco a poco pues hay otro proyecto productivo que les funciona.” Desde 2021 los distintos habitantes de los consejos comunitarios llevan desarrollando alternativas productivas relacionadas con el coco, el Viche, el Naide, la pesca y los pollos.

Sivirú es el consejo comunitario que más tiene plantaciones de Coco de la región, llegamos a Sivirú en lancha por entre los esteros desde Pizarro, las plantaciones se encuentran en medio del manglar, hay hectáreas de coco entre el inmenso manglar. Es evidente el delicado equilibrio que se genera entre el manglar, el monocultivo de coco y la subsistencia de los habitantes del territorio.

 Marco Fidel, uno de los empresarios del coco de la región nos cuenta como el coco es la mayor fuente de ingresos para esta comunidad, antes se pescaba pero gracias a la pesca masiva por parte de grandes empresas o multinacionales en el Pacífico la comunidad ha tenido que volcar sus esfuerzos al coco. Teniendo cuidado claro de no hacerlo de manera extensiva para cuidar los manglares, además se hace en lugares específicos, entre los maguales que son tierras fangosas al interior del manglar. Para Marco Fidel, a pesar del abandono estatal que ha vivido esta región sus habitantes han encontrado maneras creativas, para subsistir y vivir mejor.

La historia de Marco Fidel de alguna manera evidencia cómo en vastos lugares del territorio nacional el estado no ha logrado hacer presencia y en ese sentido sus habitantes se han tenido que organizar para generar leyes, formas de vida y economías. Es muy interesante este panorama pensando en el hecho que Colombia, al ser uno de los países del mundo con mayores riquezas naturales y que además históricamente no ha sido capaz de administrar estos recursos, se encuentre hoy en medio de una economía globalizada. La cooperación termina irónicamente tomando el papel del Estado y apoyando el desarrollo de las comunidades, esta labor en territorios como el Chocó y en el caso de Sivirú, es absolutamente visible.

El Viche una bebida ancestral y artesanal hecha de caña es otra de las maravillas de esta región, una alternativa productiva a la que se ha volcado la comunidad, especialmente desde la emisión de la Ley del Viche que declara este producto como un patrimonio de las comunidades afro del Pacífico colombiano permitiendo su comercialización en todo el país y en el exterior. El Viche se realiza en alambiques y son las mujeres las portadores de los saberes en torno a estas bebidas. 

En nuestro viaje conocimos a Nicolasa y a María, maestras Vicheras del municipio de Pilizá, a 30 minutos en lancha de Pizarro. Maria y Nicolasa aprendieron de sus madres la realización de esta bebida. El viche y su comercialización ha sido importante para esta comunidad pues no sólo llegan ingresos a las familias sino además se revaloran prácticas tradicionales que durante mucho tiempo fueron invisibilizadas por la sociedad colombiana. Es interesante que no sólo se pueda dar un desarrollo económico de las comunidades a través de la preservación del ambiente sino a su vez la preservación de prácticas ancestrales “La esencia ¿sabe donde está? en lo ancestral, en el conocimiento, en la gente“ nos dice Nicolasa mientras visitábamos su alambique.

Una historia que nos conmovió fue la de Eneida, ella se desplazó por la violencia en la zona rural de Pizarro hace doce años y vive en la cabecera municipal. Desde entonces, vive en una casa de madera cerca a la bocana del río Baudó, los pollos se escuchan en los galpones en la parte de atrás de la casa, alrededor de los galpones hay pequeñas terrazas de madera donde hay sembrada espinaca, albahaca, cilantro cimarrón y lulo. Como campesina, a pesar de vivir en una zona urbana, vive rodeada de plantas y comida para el pancoger. Eneida nos cuenta cómo hace doce años escaparon amenazados por paramilitares por entre los esteros y se radicaron ella, sus hijos y su esposo, en Pizarro. Desde entonces ha liderado el proceso comunitario “Mujeres triunfadoras” que en este momento está desarrollando un proceso de cría de pollos para la venta. 

Eneida nos cuenta cómo el proceso de organización de mujeres inicia a partir de un grupo de mujeres campesinas, desempleadas, muchas desplazadas por la violencia que necesitaban dinero para el estudio de sus hijos. Ellas tenían claro que el estado y los distintos programas de cooperación solo apoyan organizaciones y no personas individuales, entonces comenzaron a organizarse “éramos mujeres campesinas pocas letreadas y como en el tiempo de nosotros nuestros padres ellos eran más pobres que uno prácticamente, entonces todos los hijos no iban a estudiar. Y ya nos unimos nosotras y a nosotras que veníamos del campo nos dejaron solas pero gracias a dios, logramos triunfar y nos organizamos y hasta el día de hoy estamos. Y bueno nos pusimos triunfadoras, porque triunfamos, a pesar de todo triunfamos y acá estamos.” Es evidente como la vida de Eneida está atravesada por el conflicto profundo que viven muchas zonas de nuestro país, sin embargo es también una historia de resistencia y dignidad, dos características de lo que también somos como sociedad.

Una de las lecciones que nos deja este viaje al Bajo Baudó, al corazón de nuestro país, es que en muchos casos las comunidades entienden, viven y administran mejor los territorios y los recursos que el propio estado.

Colombia se debate hoy en una crìsis social y econòmica donde las comunidades tienen que ser las protagonistas del desarrollo sostenible y el cambio que necesitan. Las comunidades del Bajo Baudó, Piliza, Siviru, Usuruga y Pizarro. Son un ejemplo de que es posible un desarrollo en paz, liderado por las comunidades. Un ejemplo para un paìs polarizado y un ejemplo en un momento en que la humanidad enfrenta una crisis climática sin precedentes.

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Diego Aretz es un periodista y activista Colombiano, ha sido columnista de medios como Revista Semana, Nodal, El Universal, colaborador de El Espectador, ha sido jefe de comunicaciones del Festival Internacional de Cine de Cartagena, jefe de  Comunicaciones del Festival Internacional de Cine por los Derechos Humanos. Así mismo es jefe de comunicaciones del Consejo Nacional de Bioética y consultor de Terre Des Hommes Alemania.

María Ochoa es sociologa, especializada en  educación e investigadora para Por La Frontiere.

Fotografía: David Bolívar.

 

 

 

 

 

 

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