Por: Alejandro Martínez A*

Hace dos semanas presentamos la propuesta de “Familia Democracia”, una visión de la familia como sujeto democrático, vital y convivencial.

Este fue el punto de partida de una conversación necesaria sobre la familia como protagonista dentro de una democracia entendida más allá de las elecciones y los procesos políticos formales. Nos distanciamos de la visión antifamilista conservadora, que percibe a la familia moderna como una amenaza a valores autoritarios como la obediencia, el abuso de poder y la violencia, así como del antifamilismo seudoprogresista, liberalizado e individualista, que critica un ideal de familias del pasado. La propuesta generó reacciones intensas, que fueron desde el interés hasta el rechazo, generando un diálogo invaluable. En particular, se nos pidió profundizar en una afirmación que resonó para algunos y provocó fricciones para otros: “la familia como sujeto democrático”. Consideramos que abrir y continuar esta conversación es crucial, tanto para las familias de hoy como para un país que se construye desde el tejido familiar y comunitario, especialmente en un contexto de desdemocratización y en una encrucijada decisiva para la democracia.

La familia como sujeto democrático. Más allá del sistema electoral hacia el Sistema de cuidado

Reconocer e impulsar a la familia como sujeto democrático implica una transformación profunda en nuestra comprensión de la democracia y de la familia. En lugar de entender la democracia solo como un sistema electoral, la propuesta de la familia democrática nos invita a concebirla como un “sistema de cuidado”. Este enfoque implica que la familia no solo practique valores democráticos en su interior, sino que también defienda y construya activamente estos principios en la sociedad. Una familia democrática es, en esencia, un espacio de democratización constante, donde los derechos y las responsabilidades se comparten y se proyectan hacia su entorno social. La familia se convierte en un espacio donde se promueve un paradigma, una ética y un modo de vida basados en el cuidado, como “emocionar democrático” planteado por Maturana en su obra pero principalmente en la Democracia es una Obra de Arte.

Reconocer e impulsar a la familia como sujeto democrático implica una transformación profunda en nuestra comprensión de la democracia y de la familia. En lugar de entender la democracia solo como un sistema electoral, la propuesta de la familia democrática nos invita a concebirla como un “sistema de cuidado”. Este enfoque implica que la familia no solo practique valores democráticos en su interior, sino que también defienda y construya activamente estos principios en la sociedad. Una familia democrática es, en esencia, un espacio de democratización constante, donde los derechos y las responsabilidades se comparten y se proyectan hacia su entorno social. La familia se convierte en un espacio donde se promueve un paradigma, una ética y un modo de vida basados en el cuidado, como “emocionar democrático” planteado por Maturana en su obra pero principalmente en la Democracia es una Obra de Arte.

Humberto Maturana insiste en que este “emocionar” se desarrolla esencialmente en la experiencia familiar. Bernardo Toro, por su parte, nos propone una nueva forma de ver la realidad, y entre esas realidades está la familia. Anthony de Mello nos invita a educar la mirada hacia la belleza.

La familia como paradigma ético y estético

Esta noción de familia como sujeto democrático entrelaza las afirmaciones de tres pensadores cuyas ideas y vidas fundamentan este proyecto: cuidado-democracia (Humberto Maturana), amor-cuidado (Bernardo Toro) y amor-mirada (Anthony de Mello). Esta estructura plantea la democracia como una forma de vida entendida desde el cuidado y la belleza, como un paradigma, una ética y una estética cuyo “emocionar” más profundo se desarrolla en el seno de la familia, concebida como un escenario protector y formativo.

Este enfoque se distancia de la noción de familia como contrato o como espacio privado y privatizado, para colocarla en el ámbito de lo público. No es más la familia del feudo o del castillo, con sus señores o señoras feudales, sino una familia en el ágora, que construye su intimidad y domesticidad como lugar de vínculos y solidaridad, y no como espacio de impunidad y ocultamiento. Son familias que se reconocen como constructoras y construidas por una sociedad.

Democratización dentro de la familia

La democratización dentro de la familia comienza cuestionando y replanteando las estructuras de poder tradicionales que a menudo persisten en el hogar. En muchos modelos familiares patriarcales, las decisiones recaen sobre unas pocas voces autoritarias, dejando poco espacio para la participación equitativa. En cambio, una familia democrática promueve una estructura horizontal, donde cada miembro, desde los más jóvenes hasta los mayores, tiene el derecho y la responsabilidad de ser escuchado, de participar y de contribuir en las decisiones que afectan a todos. Esta práctica fomenta una cultura de respeto mutuo, responsabilidad compartida y compromiso recíproco.

Este proceso de democratización se extiende a las normas y prácticas de convivencia en el hogar, que no se imponen, sino que se discuten y elaboran de forma conjunta. Al consensuar las reglas familiares y respetar las diferencias de opinión, la familia construye un ambiente de diálogo y resolución pacífica de conflictos, donde cada miembro experimenta y aprende la democracia en lo cotidiano. Este modelo demuestra que la democracia no es un concepto exclusivo de las instituciones políticas, sino un modo de vivir y de relacionarse en cada aspecto de nuestra vida.

La familia como espacio de transformación

Entender a la familia como un sujeto democrático implica que esta se encuentre en un proceso de transformación y aprendizaje constante. Una familia democrática se autoevalúa continuamente, ajustando sus prácticas y dinámicas para ser cada vez más inclusiva y justa. Reconoce y aborda activamente cualquier forma de violencia, maltrato, discriminación o exclusión que pueda surgir dentro del hogar, ya sea por sexo, edad o capacidades, promoviendo una igualdad genuina entre todos sus integrantes.

Este proceso de auto-democratización también requiere la disposición de cada miembro para reflexionar sobre sus formas y evolucionar hacia una convivencia más solidaria y respetuosa. Al interiorizar y practicar los valores democráticos, la familia se convierte en un “laboratorio de justicia social”, donde cada persona experimenta y valora la importancia de los derechos y las responsabilidades compartidas. Así, los principios que rigen la democracia se consolidan y preparan a los miembros de la familia para llevar estos valores a la esfera pública, participando activamente en la construcción de una sociedad más justa y equitativa.

La familia como defensora y constructora de la democracia en la sociedad

Al vivir internamente estos valores, la familia democrática se convierte en un agente de cambio social que no solo defiende la democracia en el hogar, sino que también la promueve y protege en la sociedad. Como escenario de vida y socialización, la familia juega un papel fundamental en vivenciar valores de justicia, igualdad y participación en sus miembros. Estos principios, experienciados en el ámbito familiar, se proyectan en el entorno social, fortaleciendo las bases democráticas de la comunidad y de la sociedad.

Las familias democráticas tienden a involucrarse activamente en asuntos de interés común, participando en organizaciones comunitarias, actividades de voluntariado y en la defensa de los derechos. Esta implicación externa no solo convierte a la familia en un ejemplo de democracia en acción, sino en un defensor activo frente a políticas y prácticas que amenacen la justicia y la equidad social. Al participar en estos espacios de acción colectiva, la familia contribuye a fortalecer el tejido social y a construir una democracia basada en la solidaridad y el compromiso con el bienestar común.

La democracia del cuidado: una visión integral de la democracia

La propuesta de la familia como sujeto democrático invita a expandir nuestra visión de la democracia, pasando de un modelo centrado en el sistema electoral a una democracia del cuidado. Este enfoque no implica reemplazar las instituciones formales de la democracia, sino enriquecerlas mediante prácticas de convivencia democrática y apoyo mutuo. La democracia del cuidado se fundamenta en una ética de relaciones horizontales y de corresponsabilidad y colaboración, donde los derechos y el bienestar de cada miembro son igualmente valorados y respetados.

Una familia democrática, en este sentido, es un pilar de una democracia del cuidado, ya que promueve un ambiente donde se practican la igualdad, el respeto y el compromiso diario. Al construir una democracia en casa, la familia ofrece a cada miembro una formación en valores que trascienden el ámbito privado, promoviendo una ciudadanía responsable y consciente de su rol en la sociedad. Este enfoque, que comprende la democracia como un sistema de cuidado, puede transformar tanto a las personas como a las estructuras sociales.

La familia como sujeto democrático en una sociedad que se construye desde el hogar

La propuesta de la familia como sujeto democrático representa una visión transformadora de como vivimos y entendemos la democracia, colocando el cuidado y la corresponsabilidad en el centro de nuestras relaciones cotidianas. Una familia democrática, que practica y defiende los principios de justicia, igualdad y solidaridad, se convierte en un agente clave en la construcción de una sociedad democrática y participativa.

Para una sociedad que aspire a la justicia y la equidad, es vital que las familias se conviertan en espacios de democratización, en un “nosotros” inclusivo, colaborativo y corresponsable. La familia es el “nosotros” de la intimidad, lo doméstico y la vida cotidiana; desde ahí se crea la base de una sociedad donde el cuidado y la dignidad humana son valores centrales.

Este reconocimiento de la familia no es ingenuo ante las amenazas a la democracia ni entroniza a la familia como un modelo perfecto. Al contrario, reconoce que estas familias están en constante construcción, fortalecidas por su fragilidad, colectividad y perfectibilidad. Aunque la familia perfecta no existe, hay búsquedas compartidas de solidaridad y destino que constituyen ese “nosotros” bello y cotidiano que son las familias.

Esta familia democrática no es una invención metafísica ni idealista. Si observamos los procesos sociales que han contribuido a democratizar nuestras sociedades, en ellos podemos reconocer la marca de la familia y la familiaridad en su sentido más inclusivo y colectivo. Si vuelvo la mirada a casa necesariamente encuentro a mi mamá y a mi tía Elena como calidez, como ternura y como motores de democratización, ellas me vuelven a repetir: “Mijo… no hay que dejar apagar el fogón”.

*Ashoka Fellow, docente Investigador Universidad Externado de Colombia. Maestría Transdisciplinaria en Sistemas de Vida Sostenible. Pedagogía de la Ternura – Pedagogía de la posibilidad.

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