Es hora de empezar a despedir a Iván Duque, quien recorre a rastras los últimos días de su período en la Casa de Nariño, sede que ocupó por cuatro años de un gobierno que no ejerció ni un solo día y que le costó a este país toda clase de vergüenzas, de destrozos, de fetideces, de muertes incesantes de líderes sociales, de reactivación de las mil guerras que tenemos y que habíamos empezado a terminar, de ridículos humillantes por el mundo entero, de cinismo rampante, de desprecio crónico por la decencia, de probada incompetencia, de crueldad con las protestas, de concupiscencia con los legisladores más torcidos para arrastrar a los sacos de la inmoralidad todo cuanto pudiera servir a su codicia.
Es hora de empezar a despedir a quien debió ser despedido desde los primeros dos meses, cuando se vio que el elegido por las mafias del centenario clientelismo y la política de la peor estofa, siguiendo la orden del entonces mandamás, no servía, no sabía, no entendía y, sobre todo, no le importaba; su comportamiento pueril lo llevaba de brinco en brinco, como en una inagotable Marisola, por los jardines, los pasillos, los salones palaciegos y los despachos de la Casa de Nariño, haciendo la 21 con su pelotica de letras, estrujando notas en su guitarrita de mentiras y bailando malabares con su estrambótica figura.
Iván Duque fue todo menos un presidente. Por su tarda cabeza pasó la más cruda realidad nacional, sin que se diera cuenta la mayoría de las veces y sin que se le diera algo en las restantes. Jugó al poder con sus amigos más cercanos, se repartieron las propiedades y la plata como en el monopolio del Tío Rico y se burlaron del país, de frente y a escondidas, sin reparo, sin vergüenza y sin hartazgo.
Estamos terminando una travesía ignominiosa por la manigua de la corrupción desatada y desenfrenada; del gobierno se apoderó una clase política abyecta que sin temor y sin pudor satisfizo sus instintos más básicos, en un festín protervo y desalmado. Asistimos, sin dudarlo, al más anodino y vulgar de los períodos presidenciales de la historia, debido a que las mayorías, hace cuatro años, envilecidas por mentiras y mancilladas por amenazas, votaron no como querían, sino como creyeron que les tocaba, lo que al final de cuentas nos deja en la historia republicana esta vulgaridad, esta ordinariez, esta plasta de irrespeto y desgobierno.