Nos complace presentar el artículo del escritor, abogado e ingeniero CARLOS JULIO HOYOS amante de la ópera, de los clásicos, de la argumentación, la política y de la verdad, quien nos deleita con viajes a través de la historia que se conectan de manera indiscutible con los temas de la actualidad, porque todo pareciera estar escrito, aunque se nos olvide, las experiencias del pasado son el sustento necesario para nuestro actuar y el consejo sabio para el devenir, esa es la manera como conspiramos contra el olvido.
Parecía imposible, pero en el mundo de hoy veo que nada lo es, pues nada hacía presagiar que después de algo más de dos siglos de abolido el feudalismo, volviera a resurgir la figura de «Le tiers état» «El tercer estado» como lo expresara Sieyèz en su memorable volante publicado en París hacia 1789 ¿Qu’est-ce que le tiers état? ¿Qué es el tercer estado?, en donde de manera sutil azuzaba al pueblo para que se alzara en contra de la monarquía del «ancien régime» o «antiguo régimen» francés. Situación que contribuyó para encender la chispa de la posterior revolución, y que, guardadas proporciones, parece estar resurgiendo alrededor del mundo de hoy, especialmente en Colombia, en donde ese pueblo inconforme, o tercer estado, ha comenzado a levantarse en contra del establecimiento en total desconocimiento de las instituciones. Sólo que el de hoy, a diferencia del tercer estado francés, cuenta con un arma mucho más poderosa que la de sus predecesores franceses: la tecnología, que representada en las redes sociales hará más letal la protesta.
Y como para no desentonar, también comienzan a surgir los émulos de Robespierre y de Fouchet, guillotinador el primero, y ametrallador el segundo, a la espera del momento justo para poner a funcionar sus métodos represivos en modo «máquina de coser».
Muchos han sido los detonantes (hoy conocidos como falsas banderas) que han servido al ser humano para iniciar una protesta, una revolución, una agresión unilateral, un saqueo, una guerra o una confrontación de cualquier naturaleza. Detonante que hoy vemos cómo se ha venido acumulando en ese pandemonium de razones que está haciendo casi inevitable un alzamiento social a gran escala.
Ayer fueron unas águilas volando sobre el Palatino para justificar la muerte de uno de los gemelos de Roma; el rapto de la bella Helena para asolar Troya; o un florero para iniciar una revolución. Cualquier motivo siempre fue idóneo si lo que se perseguía era provocar una situación que se creyera justa. En tanto que desde hace poco, ha sido el asesinato de personas a manos del Estado, el que está haciendo las veces de volante de Sieyèz para excitar a ese tercer estado, y desentrañar en él esos otros inconformismos que guarda en su interior.
María Antonieta prefirió depositar su cabeza en una cesta de fique, antes que ceder a sus lujos palaciegos. Al igual que la zarina Alexandra, que prefirió adherir sus joyas a los cuerpos de sus hijas y al suyo, antes que aceptar que con el importe de su venta podía alimentar al hambriento pueblo ruso, para terminar asistiendo al más maravilloso espectáculo de juegos pirotécnicos que produjeron las balas al rebotar chispeantes en los diamantes adheridos a sus corsets, mientras morían acribilladas al interior de una fría y lúgubre habitación de Siberia a manos de los rojos revolucionarios.
Así, de esa misma manera, como Alexandra y María Antonieta tienen adheridos a sus cuerpos la codicia, el ego y la indolencia, los gobernantes de hoy que no se han percatado de que están a punto de provocar una revolución social de mayúsculas proporciones, cuyas consecuencias no serán ni parecidas a las de 1789 en Francia o a las de 1917 en Rusia, sino impredecibles, envueltas en auténticos y sangrientos pogromos de saqueo y muerte. Y para que esto suceda sólo bastará con el más fútil de los motivos para justificar el momento de dar inicio al alzamiento social, porque en estos momentos el hilo que une al Estado con la sociedad es tan delgado que hasta la más pequeña pulsación servirá para desatar la curiosidad de Pandora.
No hay que olvidar que la masa es un ente amorfo, acéfalo, sin ideología, que arrasa como enjambre de langostas sin medir consecuencias, y que su excitación nace de la espontaneidad y no del consenso, porque si bien la convocatoria inicial es consensuada, rápidamente deviene en monstruo destructor llamado masa, razón por la cual no pueden ser juzgadas sus acciones violentas debido a que en ella, al igual que en la democracia, toda responsabilidad individual se diluye en tantas partes como integrantes la conforman.
Y del mismo modo que en el tercer estado de Sieyèz, la población de hoy siente que no hace parte de los privilegios jurídicos y económicos de que goza esa pequeña sociedad a la que mantiene con el pago de sus impuestos, y que la hace sentir relegada a terceros planos, al punto de añorar el antiguo feudalismo o la destrucción total. Punto de quiebre que constituirá esa leve excitación que requiere la población común, o tercer estado, para transformarse en masa.
Por tanto, permitir el alzamiento social no producirá una consecuencia diferente que la guillotina de Robespierre para el provocador, y la ametralladora de Fouchet para la masa del tercer estado. Todo el mundo perderá y las cosas no volverán a ser iguales gracias a la tozudez y a la codicia de esos gobernantes, émulos de María Antonieta y de Alexandra, la zarina.