La conspiración del olvido

Publicado el Ramón García Piment

Forum to Forum (Por Carlos Julio Hoyos)

Nos acompaña el artículo originalmente titulado «Foro Vs Foro», del escritor, abogado e ingeniero Carlos Julio Hoyos,  con su mordaz manera de entretejer los hechos históricos con la actualidad que en ocasiones se cubre con el velo del olvido sobre actuaciones pasadas que dejaron consecuencias que de no recordarlas podrían perderse en el olvido.

 

La creatividad no tiene límites porque hoy ya no son tanto las guerras en caliente como los foros, los llamados a inclinar la balanza de la geopolítica mundial, unos porque son de tendencia izquierdista (o progresista, como se dice hoy), y otros porque son de tendencia supremacista (o globalista, como se dice hoy). Y no sé si sus promotores escogieron este nuevo campo de batalla, el de la organización y realización de foros en reemplazo de la OTAN y del Pacto de Varsovia, que hasta 1989 representaron el auténtico símbolo de la guerra fría, con el objeto de minimizar el impacto que suponen esas viejas contiendas de izquierdas contra derechas y de comunistas contra capitalistas, que mantuvieron entretenidos a interesados y no interesados en estas materias durante los duros años de la guerra fría, como magistralmente lo interpretó en 1985 la banda de rock americana Survivor en su «Burning Heart», retratando con sorprendente exactitud la metáfora de esa guerra fría que sólo podían resolver Rocky IV  y su «asesino» contendor ruso.

Batalla que cincuenta años atrás ya habían protagonizado Joe Louis y Max Schmeling (en una guerra que no se llamó fría, pero que sí fue fría), quienes fueron tomados como marionetas por sus respectivos gobiernos, el norteamericano y el alemán de Hitler respectivamente, para que le demostraran al mundo la supremacía racial. Disputa que se dio en dos contiendas. La primera ganada por el «ario» Schmeling, permitiéndole a Hitler sacar pecho, mostrando su trofeo a todos los chicos alemanes aspirantes a soldados, y a los soldados en ejercicio, aparte de colmar de condecoraciones al «héroe», inundándolo de los más privilegiados lujos. Pero al perder la revancha a manos de Louis, no dudó su Führer en enviarlo «al frente» como castigo por haber permitido pisotear la raza aria a manos de un negro; negro que luego de conseguir su victoria, también fue enviado a la guerra,  para luego de su regreso, llegar a la cima en la que duró poco, debido a que fue desposeído de todos sus bienes por el fisco nacional, llevándolo a vivir en la ruina, sólo con la ayuda que con frecuencia le hacía llegar su antiguo contendor, y ahora amigo Schmeling. Vivo ejemplo de la guerra entre poderes políticos.

Pero esta nueva guerra fría, la de hoy, la de la supremacía económica, la de la «contienda entre Foros», no deja de recordarme la primera guerra fría, o la de la lucha por la supremacía ideológica, que sufrió la humanidad después de que Churchill hiciera descender esa enorme «cortina de hierro» desde Trieste en el Adriático hasta Stettin en el Báltico, aquella tarde de marzo de 1952 cuando pronunció el discurso que agitaría la bandera blanca y negra a cuadros que  dividió al mundo en Oriente y Occidente (como lo dijeran los rockeros de Survivor en su canción), impulsándolos a iniciar esa carrera armamentista que tendría al mundo comiéndose las uñas desde entonces hasta su finalización en 1989 con la «caída del muro». Carrera que comenzó años antes del discurso de Churchill con el Plan Marshall entre el Este y el Oeste de la Alemania dividida, pasando por las guerras de Corea y de Vietnam, por el macartismo y, cómo no, por las bufonadas de Nikita Khrushchev, que a pesar de recordarme las del Rigoletto de Verdi, no me causaron tanta risa como las de éste último, sino más bien intensos escalofríos, después de que el Premier ruso decidiera enviar misiles balísticos a Cuba, en una movida de ajedrez tan osada, que ni su compatriota Boris Spasski hubiera lanzado en contra del gringo Bobby Fischer en días en que la guerra fría también se disputaba en los tableros reales de ajedrez.

Y me recuerda también al general MacArthur, quien debió colgar su uniforme por contradecir a su presidente Harry Truman, que se negaba a lanzar una nueva bomba atómica sobre Corea del Norte por insistencia de aquél, quizá por temor a cargar sobre sus hombros con tres bombas atómicas en cambio de las dos que ya lo habían hecho protagonista de la historia.

Y a la par de éste, Joseph McCarthy, el execrable senador, creador del macartismo, traducido éste como un «comité» (más tenebroso que el de Las brujas de Salem, según lo dijera Arthur Miller), dedicado, no a perseguir falsas brujas sino a perseguir supuestos comunistas,  entre los que cayeron empresarios, políticos, deportistas, escritores y personalidades del espectáculo, claro está, ayudado por el «soplón» y entonces actor Ronald Reagan, quién, sin pensar que algún día sería presidente, se dedicó a señalar como comunistas a sus compañeros de «set», entre los que se contaban Bertolt Brecht, Orson Wells, Charlie Chaplin, Gregory Peck, Thomas Mann y hasta Walt Disney,

todos ellos, símbolos de una guerra fría que, quién lo creyera, el mismo Reagan terminaría ya no como «actor soplón» sino como presidente de EEUU, después de convencer a Gorbachov de que «derrumbara el muro» para dar paso al capitalismo «salvador del mundo», que lo único que provocó fue paranoia colectiva y nuevas cacerías de brujas hacia los últimos reductos del comunismo mundial, que dieron sus últimos coletazos creando el Foro de Sao Paulo al darse cuenta de que eran las «brujas» de este juego geopolítico, y así continuar con la Guerra Fría 2.0 mediante la creación de esta tribuna de denuncia y de cooperación entre países parias, con el objetivo de oponerse a las políticas neoliberales, y salir en la defensa y  protección de los recursos naturales de sus países llamados del Tercer Mundo.

Y aunque esta exposición se asemeje a un discurso mamerto-progresista, no lo es, aun cuando sus detractores lo miren con ojos «macartistas», quienes no pudiendo repetir la ominosa modalidad del «execrable senador», optaron por combatir al Foro con otro Foro, el Foro Económico Mundial, el cual, a diferencia del de Sao Paulo, que fue creado por gobiernos, éste lo fue por particulares, financiado por particulares y dirigido por particulares para crear una «agenda» que permita orientar los destinos, ya no de los países capitalistas, sino de los del Foro de Sao Paulo y del mundo entero, en un acto de temeridad sólo comparable con la «voluntad divina», que desde los confines del universo se atrevió a trazar el destino de la humanidad sin su permiso, y que, de esta misma manera, el Foro Económico Mundial pretende engullirlos a todos juntos, y a lo que ellos representan, como sus costumbres sociales, alimenticias, laborales, religiosas y de todo orden, mediante la «imposición» de una agenda (nombre que se le dará a la nueva «legislación universal» o Constitución Globalista) que señalará las directrices a seguir por  los «ciudadanos» del mundo con el único propósito de salvarlos y, ante todo, proteger al planeta,  para que todos podamos vivir en el nuevo «green paradise» (cómo me recuerda «La creación» del Génesis bíblico), en donde, si creías en Dios, tendrás que olvidarte de él y llevarlo sólo en tu corazón porque el paraíso prometido por él nunca lo viste, en cambio ahora sí verás el que te ofrecen, aquél en donde «no comerás carne» porque «tus nuevos Dioses» han determinado que tu naturaleza ha cambiado de omnívora a hervívora. Aquél en donde no tendrás nada, pero serás feliz. Aquél en donde todas las fronteras del mundo estarán abiertas para que unos y otros puedan abrazarse sin temor, y «sin pudor», porque la nueva filosofía llamada «ideología de género» ha determinado que a partir de ahora el género humano no lo otorga la ley natural al nacer, sino que lo elige el hombre a su conveniencia, moda o gusto.

La «agenda globalista» será el «nuevo renacer de la humanidad», que permitirá que todos sean felices en un eterno «green dream», una especie de «fórmula socialista», sólo vista así por los más ingenuos soñadores que creen que sus «filántropos creadores» (como se hacen llamar) pondrán sus riquezas sobre la «nueva mesa de la concordia» para que la pobreza de la humanidad sea cosa del pasado.

¡Necios! Sólo basta con escuchar las intervenciones de sus dos grandes invitados a la última sesión del Foro realizada virtualmente, en donde el presidente chino manifestó que a partir de ahora «el mundo ya no será como lo conocíamos porque ha llegado un nuevo actor a poner las condiciones…». Declaraciones tan contundentes como las del presidente ruso, Vladimir Putin, quien, por vía diferente a la de su homólogo chino, expresó que ese «embeleco» de un gobierno único mundial no será posible porque a Rusia nadie puede trazarle su destino, debido a que ya quedó demostrado que sus armas de última generación podrían acabar con el mundo en solo cuarenta y cinco minutos. Postura que, aunque apocalíptica, veo cargada de sensatez si se tiene en cuenta que cualquier cambio que se plantee para la humanidad, así sea que esté cargado del mayor altruismo, no podrá ir en contravía de la ley natural, como la de pretender, obstinadamente, sobreponer la voluntad humana por encima de la realidad universal, mediante la imposición de experimentos sociales de los que no se tiene certeza de cuál será su resultado, jugando a ser los nuevos Zaratustras, creando superhombres, «cyborg’s» que puedan destruir a los demás «sin su culpa», (porque al fin y al cabo son máquinas). Y ya que ni a MacArthur ni a McCarthy les prosperó la «cultura de la bomba atómica», a uno; y la del «comité», al otro, para «limpiar» al mundo de los comunistas, seguramente el «transhumanismo» ideado por las «grandes tecnológicas» sí lo logrará. Y si el experimento no funciona, qué importa, al fin y al cabo, puede ser que terminada la tercera guerra, aparezca por allá dentro de cinco mil años un nuevo «Neandertal» con mejores ideas.

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