“Si aprendes a oír las historias de las personas y puedes encontrar lo que valoran en ellas, podrás forjar relaciones duraderas«.
La frase es de Barack Obama, hablando de su oficio de escritor y de lector. Un hombre que aprecia que le regalen libros y toda la vida ha regalado libros a sus hijas y a las personas que respeta, y que seguramente, en su papel de exjefe de estado, volverá a dedicar tiempo a escuchar historias, a pensar y a escribir.
A partir de esta reflexión, publicada en la prensa esta semana, me puse a revisar lo que me han dicho algunas de las personas con las que he relacionado en los últimos días (algunas de ellas, entrevistadas en Magazín del Cauca, programa radial que tengo el gusto de dirigir).
El ejercicio de escuchar con atención (verdadera) sirve para aprender de cultura general, valorar la vida propia y saber del pensamiento, la felicidad y la contrariedad en la vida del otro (que a su vez me sirve para saber que no soy el único residente de este mundo).
Siendo realistas, muchos de los que hablan con nosotros solo quieren hablarnos de sus cosas y no escuchan las nuestras (o viceversa, claro), convirtiendo el encuentro de dos (o más personas) en diálogos de sordos; en un forcejeo invisible de vanidades, en una obra teatral donde lo que el otro dice es lo único que vale la pena escuchar y es importante para el universo; ¿y lo que yo digo o quiero decir, qué?
Escuchar al otro implica prestar atención, y eso es difícil en tiempos de promiscuidad mental cuando creemos que podemos hablar, escuchar música, ver televisión, ir trabajando y atender redes sociales al mismo tiempo.
Escuchar al otro implica dedicar tiempo a ese otro, y eso es difícil de dar cuando no lo hay; o cuando hay gente que no tiene la más mínima idea del valor del tiempo en el otro y lo convoca para decir nimiedades que no afloran o importan en el corazón.
Escuchar al otro es difícil cuando no se cree o no se está de acuerdo con la opinión del otro y sus razonamientos en vez de alegrarnos nos sacan de quicio, como por ejemplo escuchar a un maestro decir -el disparate brutal- que no le gusta leer.
Escuchar al otro es difícil cuando al otro le importa un pepino lo que yo le digo.
Pero sin duda, de verdad, aprender a escuchar vale la pena.
Escuchando a otros, por ejemplo, esta semana aprendí tanto como si hubiera leído libros o asistido a clases en la universidad.
La señora María del Carmen, aficionada al cultivo de orquídeas, me describió su amor por el cultivo de plantas ornamentales como “una fascinación por la belleza”. Entonces tenemos que hay varias formas de mirar: la que no nos dice nada, la que sirve para identificar que una mesa es una mesa, pero cuando miramos prestando atención podríamos ser capaces de encontrar en las personas, las cosas y las flores algo más hermoso de lo que a simple vista se ve.
Oscar Orozco, observador de aves, encontró en la fotografía, en el goce de ver la belleza y el colorido de plumajes espectaculares, que la metáfora de libertad que implica el vuelo de los pájaros, no solo es poesía, sino que sirven para explicar las ansias del hombre en su relación y transitar por el mundo.
Fernando Vargas, líder sindical, me contó que a partir de observar las políticas injustas del gobierno y la pobreza que muchas ellas generan, le nació su vocación de líder sindical; pero que fue a partir de la lectura de grandes pensadores que hizo de la resistencia pacífica y la protesta social sus banderas de lucha.
Y mi querida Margot, periodista de profesión, me contó que el año pasado se quedó sin empleo, enfermó y tuvieron que operarla. Sin amigos y sin familia que se ocuparan de ella creyó morir. Pero que un día se levantó de la cama y comenzó a escribir su historia a partir de penas, amores y días buenos, y que fue allí, en la escritura de su biografía donde encontró las fuerzas y la alegría de la vida.
Tal vez, lo mismo le pase a Obama, cuando escriba sus memorias, tirado en una cama, sin el poder presidencial a su derecha, y viendo pasar el barco de Trump atropellando su legado.
Escuchar, escribir. La historia de cada uno de nosotros vale la pena.