Internet pa’l diario

Publicado el internetpaldiario

¿Nadie extraña al cartero?

Mis abuelos aún tienen memoria del señor que llegaba cada semana a la casa dejando las cartas que sus hermanos les enviaban desde Venezuela. Ellos no tenían buzón, por lo que el señor, de algunos 47 años y a quien se le asomaban los cabellos de la madurez, las tiraba debajo de la puerta.

El cartero es de esas figuras de antaño, que causa cierta nostalgia al recordarlo. De ellos quedan muy pocos en el mundo, la convergencia digital, el boom de las tecnologías de a poco ha empezado a reemplazarlos. En Canadá ya pasó: se acabaron los carteros, “ocho mil puestos de trabajo desaparecerán porque cada vez más el servicio es deficitario. En el primer semestre del año se obtuvieron pérdidas que alcanzaron los 200 millones de euros”.

En realidad cuando escuché la noticia no me causó ninguna clase de sorpresa. Pero sí me ha hecho reflexionar sobre lo que estamos viviendo justo ahora, nos hemos vuelto demasiado tecnológicos. Hay una demasía en todo el contexto contemporáneo, donde se ha construido una Sociedad de Información hiperconectada. No es que exista una desconexión de la realidad física, es solo que ésta se ha trasladado a las pantallas, a los teclados táctiles, a las aplicaciones, a la inherencia de un siglo tecnológico que día a día es reinventado por las tendencias que surgen de las plataformas y comunidades sociales.

cartero

Y es ahí cuando viejas costumbres, hábitos, acciones, comportamientos, creencias y ese pasado de antaño de juegos y rondas infantiles empieza a quedar solo en memorias. El auge digital se los ha tragado y al cartero también. Hoy, las generaciones de cada época son separadas por el uso de y no uso de la tecnología, son encasilladas y nombradas de acuerdo a las habilidades de sus individuos.

Con el cartero sucede igual. Su longevidad dentro de la sociedad obedecía a una necesidad: la gente necesitaba comunicarse con sus seres queridos, y además del teléfono, las cartas eran el medio que encajaba perfectamente en el siglo pasado. El papel, el sobre, las estampillas, la reelectura de ellas. Las esquelas perfumadas, las fotografías a blanco y negro pegadas en el sobre. Eso es lo que ha desaparecido, convirtiéndose en parte de las memorias de otras generaciones.

El cartero en tiempos pasados era el mensajero de buenas y malas noticias. Él sin saberlo en ese entonces era portador de millones de emociones que quedaban plasmadas en las hojas de papel. Transitar por las calles de los barrios, dejarlas en los buzones, tirarlas debajo de la puerta, andar en una bicicleta o camión. Ir y regresar de la Oficina Postal, a eso se traducía su rutina diaria. Pero hoy, esos recorridos y esas entregas, que algunas veces se retardaban, simplemente se hacen desde el envío inmediato del correo electrónico.

Ya no hay que esperar semanas, ni meses o días para contarles a los nuestros o particulares sobre una emergencia o cualquier otra cosas. Simplemente a un clic de distancia y con algunos minutos de retraso llega el mensaje digitalizado. Solo es redactarlo y darle ‘enviar’, así de sencillo. No se necesita de un cartero para eso.

Sin embargo, aunque ni siquiera lo extrañe, reconozco que esa figura es y será una de las más nostálgicas. Así como sentir el papel, redactar una nota, tirarla porque no quedó bien, remendar los errores con corrector, sentarse y tomarse el tiempo para acomodar sentimientos y resumirlos en una página, o muchas.

Hoy todo el sentimentalismo se expresa en emoticons y en algunas ocasiones palabras mutiladas por la rapidez e inmediatez de querer enviar a tiempo un mensaje.

 

Eliana Álvarez Ríos
Directora de contenidos web
Colombia Digital

 

*Imagen tomada de http://www.quia.com/jg/1353470list.html

Comentarios