GOL DE COLOMBIA A LA DROGA
De tiempo atrás, el país ha planteado que la famosa guerra contra las drogas, impuesta hace ya medio siglo por Estados Unidos, en tiempos de Richard Nixon, además de hipócrita resultó un completo fracaso. Colocaba toda la culpa en los productores de mariguana y cocaína que envenenaban a los inocentes gringos. Una política del más puro estilo maniqueo, que divide el mundo y sus problemas entre buenos y malos, entre víctimas y victimarios. Y en la famosa guerra nos asignaban, nos asigna aún, el papel de malos, responsables de la producción de cocaína – pareciendo olvidar que las otras drogas, cuyo consumo crece día a día, les llegan de otras partes, incluyendo la creciente producción nacional norteamericana -. La orden era, es tajante, reducir los cultivos de coca, bajo la amenaza de ser descertificados, es decir, de perder los recursos norteamericanos. Y mientras tanto su consumo, sin control, aumenta y aumenta y con él, la rentabilidad del negocio a lo largo de la cadena de producción y distribución, donde las ganancias se multiplican exponencialmente con la cercanía al consumidor final, que controlan las mafias. Ellos, adalides de la economía de mercado, en este caso particular parecen olvidar que la demanda genera su oferta y que en un mercado rentable y en expansión como es el de la droga, siempre habrá quien corra el riesgo de producirla y venderla, ante el atractivo irresistible de altas utilidades.
Se ha reconociendo, especialmente en Europa y entre nosotros, en Uruguay, que el problema de las drogas es de salud pública, no simplemente de represión policial. En Colombia, la despenalización de su consumo avanzó con la controvertida e incompleta ley de Carlos Gaviria; luego, han sido varios los intentos fallidos. El actual ministro de Justicia retomó la iniciativa; veremos cómo le va en el Congreso.
En días pasados, en Viena, en la reunión de la Comisión de Estupefacientes de Naciones Unidas, se dio un avance significativo. Con la valiosa acción y liderazgo de Colombia y de nuestra embajadora Laura Gil y el apoyo de sesenta países, por primera vez, a nivel internacional, se estableció que el problema de las drogas es uno de salud pública que requiere medidas fundamentalmente preventivas. Lograron abordar lo de su consumo de manera objetiva, no emocional o moral, abriéndole a la política y a la acción estatal internacional, un campo de acción hasta ahora ignorado o no suficientemente reconocido, que en lógica llevará a centrar el esfuerzo en el combate a los grandes capos que controlan el multimillonario negocio del narcotráfico y del lavado de activos.
Lo sucedido en Viena tiene un hondo significado y supone un cambio fundamental de enfoque y ojalá de rumbo de la llamada guerra contra las drogas. Cambio que no será fácil, aunque lo apoyan muchos países, porque el gran responsable de esta guerra perdida son los Estados Unidos, que hoy a pesar de ahogarse en el consumo creciente de drogas, insisten en seguir identificando a los malos, a los responsables de su tragedia, hacia el sur del continente, por fuera de sus fronteras. Mientras tanto, se mantendrá creciendo la demanda y las muertes a ella asociada y en nuestros países, produciéndose drogas, no solo cocaína, y violencia.