Este año se conmemoran dos décadas del fallecimiento de Rafael Gutiérrez Girardot (1928-2005), uno de los intelectuales colombianos y latinoamericanos más destacados del siglo XX. Igualmente, hace más de un año falleció Enrique Dussel (1934-2023), el pensador latinoamericano más influyente del siglo pasado y de lo que va del presente.

Sus vidas son interesantes: ambos son exiliados a su manera, Dussel de Argentina, Gutiérrez de Colombia; ambos tuvieron una gran formación intelectual y dejaron una obra notable; los dos fueron alumnos de Zubiri en España, y conocían con profundidad la cultura alemana, si bien Gutiérrez conocía también su literatura; los dos fueron políglotas y, para no ahondar en paralelismos, ambos fueron polémicos y se valieron de sus amplios saberes para incitar a la crítica. En este aspecto, Gutiérrez poseía un ingenio mordaz, incisivo, demoledor, el cual iba acompañado de su vasta erudición, de sus “insólitos conocimientos”, como dijo José Emilio Pacheco.

Dussel no conoció a Gutiérrez, pero este sí conocía en parte la apuesta de Dussel, si bien nunca hizo un estudio profundo sobre la misma. En un ensayo titulado Universidad y sociedad publicado por Rubén Jaramillo Vélez en su revista Argumentos en 1986, Gutiérrez llamó a Dussel un “pretensioso y cantinflesco teofilósofo”, a la par que calificaba de “confuso” al colombiano Camilo Torres.  Para Gutiérrez Girardot lo que lograba la teología de la liberación, ese “peculiar movimiento caritativamente demagógico que critica el eurocentrismo -mal entendido- y la ciencia para justificar y encubrir su carencia de rigor y claridad intelectuales”, era perpetuar el odio y el “estatismo de las sociedades hispánicas” que el catolicismo había acuñado desde el descubrimiento, desde 1492. Esta “crítica” o, mejor, esta alusión, no se entiende sin el debido contexto. Veamos.

En el ensayo, al hablar de la influencia negativa de la iglesia católica sobre la universidad hispanoamericana y sobre nuestras sociedades, Gutiérrez afirma que

“el menosprecio de la ciencia y de la cultura, que es una consecuencia inmediata del rechazo de las cosas y del rencor, solo puede ser superado por una reflexión histórica y sine ira sobre un elemento sustancial de las sociedades hispánicas, esto es, la religión católica en su versión española contrarreformista […] Esta institución ha dominado la vida social y cultural de los pueblos hispánicos durante siglos, es decir, porque el estado actual de estas sociedades, así como su historia, es el resultado, en parte considerable, de ese dominio”. 

   

En esta situación, el contrarreformismo jugó un papel relevante porque llevó a los index y a odiar y a rechazar todo lo que no fuera católico, todo aquello que no fuera compatible con el dogma. Creó una actitud arzobispal y violentamente inmunitaria contra otras formas de pensar, entre ellas, contra gran parte del pensamiento filosófico y científico modernos. El catolicismo fue enemigo de la modernidad. De esa manera el rechazo del Otro, lo diferente, etc., acuñó una sociedad dogmática adversa a la crítica y a la investigación de la realidad, del mundo. De ese dogmatismo proviene el rencor, la violencia, el deseo de aniquilar a quien no comparta los propios ideales. Aquí la duda, el libre pensamiento, el escepticismo, no tienen cabida.

Gutiérrez lo dice magistralmente en su ensayo “Sobre la crítica y su carencia en las Españas”:

poner en tela de juicio la religión era tanto como ponerse a sí mismo en tela de juicio y, consiguientemente, era desdecir de las entrañas, de sus vísceras, de la propia existencia.

esa actitud crea formas dogmáticas de pensamiento, que se caracterizan por “la incapacidad de plantear problemas, de discutirlos, en una palabra, de investigar y explorar”. Por eso recomendaba hacer una “sociología y psicosociología de la religión”, pues de esta manera se podía desentrañar esa sustancia de nuestras sociedades, la influencia de la religión en las instituciones, la universidad, la sociedad y, de paso, las actitudes autoritarias y dogmáticas de sus miembros. Esa sociología daría cuenta del estado del saber y de la cultura en Hispanoamérica o, mejor, de sus carencias y debilidades. 

Pues bien, a su parecer la iglesia en América no estaba dispuesta a la autocrítica, y la teología de la liberación, donde Gutiérrez situaba a Dussel, tampoco contribuía a cuestionar ese papel, y no ayudaba a superar ese estatismo. Mas bien, a su parecer, con su odio al eurocentrismo y la modernidad, perpetuaba ese estado de atraso y de estratificación social excluyente, encarnados en nuestras aristocracias mediocres y clasistas. Desde luego, estas afirmaciones de Gutiérrez tienen sentido al interior de su propia concepción de la modernidad, la cual consideró un valor absoluto. En ella veía Gutiérrez la solución para los males de América Latina. Por eso no era admisible un odio contra lo moderno y contra Europa que encarnaba los valores de ese modelo civilizatorio.  Para el colombiano, pensar en una América virgen, en Indoamérica, etc., era deshistorizador porque este continente pertenecía a la cultura occidental. Con España había iniciado su proceso de europeización (como sostuvo José Luis Romero) y, posteriormente, se había vinculado con la cultura europea. Así que España y Europa eran parte de nuestras inevitables tradiciones. Por eso Gutiérrez usaba el término Hispanoamérica. En su libro Hispanoamérica: imágenes y perspectivas de 1989, dice:

La sustancia institucional y cultural latinoamericana es europea. Las poblaciones indígenas y negras, que han sido mantenidas al margen de la sociedad y de la historia, no han podido contribuir en nada a la transformación y diferenciación de esa sustancia”.

Para Gutiérrez Girardot todas las “especulaciones turbias” sobre la identidad latinoamericana (pseudoproblema para cuya solución la filosofía no tiene herramientas, pues se trata de una “realidad histórica”), así como la búsqueda del “ser”, la “originalidad”, no tenían sentido. Pues, por ejemplo, la “originalidad” solo es determinable frente a algo, frente al otro; implica deslindar los aportes propios frente a los de otra cultura, y ello exige dialogar con ella y, en nuestro caso, reconocerse como su heredero.  Eso era lo que habían hecho en América Latina hombres como Andrés Bello, Pedro Henríquez Ureña, su compadre Alfonso Reyes, José Luis Romero o Jorge Luis Borges. América debía tomar su rumbo, se debía luchar por la utopía de la patria grande que soñó Bolívar, pero eso implicaba no partir de cero. Había que situarse en la órbita de la cultura europea, que nos constituye, y alzar el vuelo. Para ello se necesitaba un trabajo serio, asumir la responsabilidad histórica, buscar nuestra expresión con claridad, precisión y fuerza, transformar nuestra mediocre universidad y discutir de tú a tú con la tradición intelectual europea.

En el campo filosófico, eso fue lo que hicieron en Colombia Danilo Cruz Vélez, Rafael Carrillo y, en América Latina, filósofos como Francisco Romero o Carlos Astrada. Por esta razón Gutiérrez rechazaba también la teoría de la dependencia y denominaciones como “neocolonialismo”, pues de esta manera se endilgaban las causas de nuestro atraso o subdesarrollo a fuentes externas, pasando por alto la complicidad propia del latinoamericano y de sus mediocres y rastacueras élites.

Desde el marco desde el cual Gutiérrez Girardot leía a América Latina era inadmisible una actitud antimoderna, así como la crítica a Europa y a lo que esta cultura representaba como parte de nuestra tradición. Es en este punto donde la crítica de Dussel al eurocentrismo y a la modernidad chocaban frontalmente con la lectura del crítico literario colombiano. Gutiérrez calificaba a Dussel como un “enemigo de lo europeo”. Con todo, esa enemistad no era óbice- dice irónicamente Gutiérrez-, para que el argentino-mexicano se adornara con el título de “Pr. Dr.”, pergamino, pues, muy europeo.

En el fondo, esa actitud ante Europa, ese resentimiento contra la modernidad, se explicaba porque:

“Desde Ignacio de Loyola hasta Enrique Dussel- guardadas las proporciones naturalmente- los mensajeros de la anunciación del amor cristiano han enseñado odio, violencia, tergiversación, simulación”,

pues, como dijo Nietzsche en El anticristo (y era algo que a Gutiérrez le simpatizaba): “El que tiene sangre de teólogo en el cuerpo, de antemano adopta una actitud torcida e insincera ante las cosas”. En el caso de Hispanoamérica, pues, fue la violencia de lo sagrado y la “astucia de la teología” los que buscaron “convertir a las almas del mundo hispánico en marionetas de confesionario”. De ahí, de ese odio de la iglesia a lo diferente, a la realidad misma, proviene el odio a lo moderno.

Hay que decir que Gutiérrez reconocía el eurocentrismo como una ideología, en lo cual coincidía básicamente con Dussel, pero apostaba por otras salidas, su perspectiva era distinta. En su libro Provocaciones afirmó:

la colonización europea se justificó a sí misma en cuanto convirtió a la juventud de las naciones colonizadas en permanente inmadurez, y creó y fomentó en ellas la condición de inferioridad.

La salida de esa minoría de edad, de esa inmadurez, por decirlo así, y por la superación de ese complejo de inferioridad o “de hijo de puta” como lo llamo con Fernando González, se lograba con esfuerzo, trabajo serio, crítica de la religión, con la creación de una universidad pública moderna, a la alemana (pues decir ‘universidad privada’ es una “contradictio in adjecto”) que pueda incidir en las soluciones del país y contribuir al desarrollo. La superación de esa minoría, del atraso, exigía, entonces, la asimilación crítica y el enfrentamiento con esa tradición, la cual había que renovar.

La crítica de Rafael Gutiérrez Girardot apunta principalmente al Dussel teólogo. Nada dice Gutiérrez sobre el hecho de que el filósofo Dussel conocía de manera amplia y detallada la filosofía europea y otras tradiciones; nada menciona sobre su enfrentamiento con ella, y sobre la filosofía, la política o la ética de la liberación que el pensador argentino-mexicano construyó durante más de 50 años. Tampoco discutió la crítica fundamentada que Dussel y otros intelectuales hicieron al eurocentrismo (Samir Amin, Aníbal Quijano, Orlando Fals Borda, para mencionar tres); no realizó la crítica planteada a la modernidad europea, balanceando su núcleo de racionalidad  emancipador (el cual es reconocido por Dussel), con su “ambigüedad” (como planteaba Bolívar Echeverría), esto es, con la comprobación de que en sus entrañas mismas hay principios y elementos que sabotean esas promesas emancipatorias; la idea de que la Europa moderna estaba atada inexorable y constitutivamente a la colonialidad, de que no fue posible sin ella: no sólo en términos materiales, de recursos (oro, plata, transferencia de valor), sino de que la subjetividad de Europa como cultura superior (y otras ideas como la del progreso) solo fue posible a contra luz de la periferia.

Gutiérrez no valoró suficientemente los aportes de la teología de la liberación o de la sociología de Fals Borda, al igual que estaba desconectado de debates importantes en América Latina como el de la interculturalidad (mal asumida a veces como multiculturalismo) y sus efectos constitucionales en el reconocimiento de los aportes de las culturas subalternizadas históricamente.

Muchos de estos aspectos son criticables como traté de fundamentar en mi  libro La concepción de Hispanoamérica en Rafael Gutiérrez Girardot (2010), pero no cabe duda que Gutiérrez, el boyacense alumno de Heidegger, fundador del Departamento de Hispanística de la Universidad de Bonn, profesor Emérito de esa Universidad, Premio Alfonso Reyes, trabajó incansablemente por difundir la cultura hispanoamericana en Europa (Borges lo llamó “mi descubridor”), y por acercarnos a la cultura europea, especialmente, a la alemana. Por eso su obra y su vida fueron consecuentes y coherentes: tendió desde los años cincuenta ese puente intercontinental elevando el nivel cultural de esta región y mostrando en Europa que sí existía una tradición intelectual universal y cosmopolita en América Latina que iba más allá del “realismo mágico”,  del boom, y de su promoción de lo exótico para el deleite de los europeos. Eso lo hizo en su obra (más de 30 libros), sus traducciones, su trabajo filosófico (donde se resalta su libro Nietzsche y la filología clásica de 1966, durante mucho tiempo el único texto de un colombiano reconocido como bibliografía autorizada sobre Nietzsche), su crítica literaria, sus aportes a la historia social de la literatura, y su labor cultural, tareas donde siempre lo acompañó la polémica, entendida esta como “guerra intelectual”, es decir, la necesidad de fundamentar y tener razón donde el otro no la tiene. En el colombiano la crítica y la polémica ayudaban a avanzar el pensamiento, a remover la mediocre comodidad de las verdades establecidas, a estrujarlas.  

En fin, como escribió acertadamente su amigo R.H Moreno Durán:

La polémica es casi inherente a la personalidad de Gutiérrez Girardot. Sus juicios lo han entronizado como un crítico temible, sobre todo cuando se analiza con atención la alta identidad de quienes caen bajo su férula. ¿Cómo se atreve este individuo —claman sus enemigos— a criticar a figuras fuera de toda discusión como Ortega y Gasset y Octavio Paz? […] No hay que olvidar, claro está, que este juez es autor de una obra amplia y exigente, próxima a cumplir cuarenta años de pertinaz oficio […] Puede que leerlo nos incomode e incluso nos eche a perder   el día, aunque lo que está claro es que lo que dice nos obliga a revisar con atención lo que ha suscitado su divergencia, su entusiasmo o su apostaría”.  

 Para finalizar, valga decir que la Universidad de Antioquia y el Instituto Caro y Cuervo preparan la publicación de parte de sus obras, labor dirigida por el profesor Juan Guillermo Gómez García, un connotado exalumno de Gutiérrez, y a cuya importante labor  debemos una mayor divulgación del pensamiento del filósofo y crítico colombiano en Hispanoamérica.   

Nota para el lector curioso: dentro de las obras principales de Enrique Dussel puede consultarse Filosofía de la liberación (Fondo de cultura Económica), Ética de la liberación en la edad de la globalización y la exclusión (1998), sus tres tomos de Política de la liberación (2007, 2009, 2022) publicados todos en la editorial Trotta, así como La producción teórica de Marx y 16 tesis de economía política, ambas en Siglo XXI editores. De Rafael Gutiérrez Girardot además de Nietzsche y la filología clásica, Hispanoamérica: imágenes y perspectivas ya citados, son imprescindibles Modernismo: supuestos históricos y culturales, Cuestiones, Entre la ilustración y el expresionismo. Figuras de la literatura alemana, publicados por el Fondo de Cultura Económica; Provocaciones e Insistencias (1997, 1998) publicados por Ariel, y Heterodoxias publicado por la editorial Taurus que él cofundó en 1954.  

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