Por: Christian Fajardo, Doctor en Filosofía de la Universidad de los Andes, Profesor del Departamento de Ciencia Política, Universidad Javeriana.

Introducción

En 1867 apareció en las librerías de Europa un libro firmado por un tal Karl Marx. Se trataba de El capital. Crítica de la economía política. Un extraño libro en los que se condensaban casi 20 años de investigación y reflexión atenta sobre una formación social que comenzó a ser llamada capitalismo.

            He escuchado en varias ocasiones que esta crítica es valiosa, pero limitada a su época. Anudado a esta afirmación, también se comenta que el capitalismo que vio Marx no tiene la misma complejidad que las sofisticadas relaciones de producción del mundo contemporáneo —de modo que hoy no es vigente—. Pero hay más: muchas voces renombradas en el mundo académico y filosófico de Occidente que, como la de Hannah Arendt[1], señalan que el pensamiento de Marx falla porque nunca estuvo interesado en pensar la libertad. Según esta lectura la obsesión del autor de El capital fue la de reducir la existencia humana a un materialismo burdo que hacía depender a los seres humanos de las puras necesidades de la labor y el trabajo.

            Mi objetivo, en todo caso, no es enaltecer el pensamiento de Marx. No me interesa decir que su comprensión del mundo tiene un privilegio sobre otras. Simplemente destaco los aportes que hacen que su crítica de la economía política sea vigente para comprender el capitalismo en el que estamos situados hoy. Veamos estos aportes en dos niveles: su método y sus hallazgos.

Su método: comprender

Resulta extraño que diga que uno de los aportes del pensamiento de Marx sea el de comprender. Me objetarán inmediatamente que Marx, en la undécima tesis sobre Feuerbach, haya mencionado que la filosofía debe dar el paso hacia la transformación del mundo y no a su contemplación. Sin embargo, creo que Marx se da cuenta de que una manera radical de comprender la realidad no deja de ser revolucionaria. Su método no busca transformar el mundo, pero sí transformar el método de la filosofía. Él no comienza a filosofar desde cero. Hace que la reflexión filosófica cave en las profundidades de nuestra historia. Usa los conceptos de sus maestros —los idealistas— y los cava en la tierra para hacerla mover. Hay uno de estos conceptos que entierra en las profundidades: el de negatividad —que ya podemos ver no solo en Hegel, sino también en Kant—. ¿Qué es la negatividad y qué tiene que ver con el método del autor de El capital?

            A pesar de sus complejidades y relieves, creo que la negatividad es simplemente la búsqueda del no retorno al sujeto propietario de su cuerpo, de su conciencia, de su percepción. Esto ya lo vemos en Kant: hay que conjurar cualquier idea de sujeto que posee su propia percepción; es preciso, por lo tanto, esforzarse por encontrar, más bien, las condiciones de la percepción y del entendimiento. En otras palabras: a Marx le interesa encontrar, de un modo radical, a ese sujeto: un sujeto que no puede apropiarse de sí mismo. Y va aún más allá: si el sujeto no puede ser propietario de sí, no puede dirigir el curso de las cosas y de los acontecimientos, en suma, el curso de la historia.

            En 1846 Marx publica La miseria de la filosofía. Las intuiciones sobre el lugar de la negatividad en su método aparece de un modo contundente en esta ya famosa afirmación: “la historia avanza en el lado malo (mauvais côté), no en el correcto (bon côté)”[2]. El lado bueno es el de la nostalgia de un sujeto de la historia, es la búsqueda por encontrar un curso necesario de los acontecimientos dirigido por sujetos dueños de sí mismos. En suma, el lado bueno de la historia busca “salvar, contra todos los descentramientos, la soberanía del sujeto, y las figuras gemelas de la antropología y el humanismo” (Foucault, 2023, p. 24). En cambio, el lado malo de la historia, como lo precisa Balibar (2014, p. 160), es el dolor de lo negativo. Es la búsqueda de una historia que no tiene sujetos, ni autores. El tiempo, en este lado, está sumido en una profunda contingencia. Las formaciones sociales son el resultado de esa potencia de lo negativo. El capitalismo y las fuerzas que se resisten a los procesos de valorización siempre han estado en ese lado malo de la historia. La ingenuidad de la economía política y de los humanistas consiste en pensar estos fenómenos en el lado bueno.

            En el epílogo de la segunda edición de El capital[3], este método, que se ubica desde el lado de lo negativo, aparece de un modo contundente. Es la contingencia, no la necesidad, la que funda al capitalismo. Nunca fue un plan de una clase dominante, ni de una astucia de la razón. Es el devenir del tiempo el que hizo que aparecieran personas despojadas de sus medios de producción y poseedores de dinero listo para transformarse en capital. El encuentro entre capital y trabajo, que funda el capitalismo, es un accidente de la historia, es la negatividad del lado malo de la historia. La consecuencia de su método, que él mismo llamó método dialéctico, es la siguiente: si es la contingencia, y no la necesidad, la que funda al capitalismo, no hay razón alguna para resignarnos a su violencia y a sus injusticias.

Los hallazgos de Marx

Bien. Parece simple. Marx nos dice que no hay razón alguna para resignarnos a las reglas del modo capitalista de producción. El capitalismo es un accidente, un encuentro fortuito que está condenado a perecer como cualquier otra formación social, como cualquier vida o institución. Sin embargo, la gran preocupación que aparece en El capital consiste en que el capitalismo no es solo un accidente. Es también la búsqueda de transformar ese accidente en una catástrofe necesaria. En otras palabras: Marx encuentra que el capitalismo es una formación social que tiene como fundamento la negación de su declive, de su propia negatividad. El capitalismo no es solo un modo de producción, es también economía política —saberes que lo defienden—, ideologías —reglas implícitas de nuestra percepción que hacen aparecer sus violencias como catástrofes inevitables—, poder —relaciones que nos hacen dóciles a sus formas de sujeción—.

            En suma: el capitalismo no es solo un modo de producción. Es también una guerra de alta y baja intensidad en contra del lado malo de la historia. Transforma la materialidad del dolor de lo negativo —que asegura el cuidado de nuestra propia finitud—, en mistificaciones positivas. Esta guerra cerca todo lo negativo, lo patologiza y le enseña a la sociedad a odiarlo. El capital de este modo no es una teoría del capitalismo, tampoco es un tratado de filosofía. Es una especie de advertencia, una alerta. Marx nos dice con mucha preocupación que el capitalismo no es cualquier formación social, no es cualquier modo de producción. Su guerra de alta y baja intensidad tiene una fuerza gravitatoria. Los odios que produce, la depredación de la naturaleza, la explotación y la destrucción brutal de los cuerpos se vuelve rentable, produce valor o, como él mismo lo dice, valoriza el capital —transforma el dinero en capital—.

            Su crítica de la economía política es vigente. No solo porque todavía estamos en el capitalismo, sino también porque esta crítica encuentra que no puede existir capitalismo sin la destrucción de las condiciones que lo hicieron posible, es decir, sin la destrucción de su propia finitud. Pero hay más, una última cosa: la bella constelación de los conceptos que compone Marx para comprender el capitalismo es también una manera de comprender que existen fuerzas de ese lado malo de la historia —que subsisten a pesar de la guerra del capital—. Esas fuerzas son las luchas de clases, la política.

La política o, mejor aún, las políticas son las prácticas en las que habita la razón de lo negativo, son los únicos lugares que no pueden ser colonizados por el capital y seguirán intactos incluso cuando el capitalismo se haya vuelto mundo. Allí emergen las estrategias de la contingencia y de los cuidados que nos permitirán comprender cómo la vida se reinventa sin acudir a las violencias extorsivas de la valorización del capital. Esto ocurre en la actualidad, no es una utopía, el método de Marx también nos enseña a ver esas prácticas políticas. No hay razón para no apoyarlas de modo incondicional, nos lo dice Marx en su comentario sobre la Comuna de París[4].

Referencias bibliográficas

Arendt, H. (2018). The human condition. University of Chicago Press.

Balibar, É. (2014). La philosophie de Marx. La découverte.

Foucault, M. (2023). La arqueología del saber. Siglo XXI Editores.

Marx, K. (2017a). El Capital. Siglo XXI Editores.

Marx, K. (2017b). La guerra civil en Francia. En La comuna de París. Akal.


[1] Esta crítica se encuentra en el capítulo 3 de La condición humana. Ver: (Arendt, 2018).

[2] La cita original la tomo de La philosophie de Marx: “c’est toujours le mauvais côté qui finit par l’emporter sur le côté beau. C’est le mauvais côté qui produit le mouvement qui fait l’histoire en constituant la lutte” (2014, p. 159)

[3] En 1873 aparece la segunda edición de El capital (2017a) revisada por el mismo Marx.

[4] Se trata de La guerra civil en Francia (2017b).

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