Las trifulcas discursivas en las redes sociales: la vuelta a la erística.
En Filosofía y coyuntura, un espacio de El Espectador, presentamos este texto del profesor Giohanny Olave en torno a su libro “Ciber-combates. Disputas en Facebook, Twitter y Youtube” (Universidad Industrial de Santander, 2024), coescrito con el filósofo Dairon Alfonso Rodríguez Ramírez.
Giohanny Olave Arias es profesor en la Escuela de Idiomas de la Universidad Industrial de Santander (UIS). Su formación académica incluye un Doctorado en Lingüística de la Universidad de Buenos Aires, completado en 2017. Además, posee un Magíster en Educación de la Universidad Nacional de La Plata en 2015, un Magíster en Lingüística de la Universidad Tecnológica de Pereira en 2011 y una Licenciatura en Español y Literatura de la misma universidad en 2007.
El Profesor Olave Arias se especializa en el Análisis del Discurso y la Educación Lingüística, áreas en las que aporta a la enseñanza y la investigación en la Escuela de Idiomas de la UIS. Presentamos aquí su texto sobre la vuelta a la erística.
Erística o el arte de la disputa
Por: Giohanny Olave Arias
Con todo su ruido y espectáculo, las redes sociales nos han ofrecido también dos curiosas maneras de pasar el tiempo: entretenerse leyendo las peleas de los internautas y meterse de vez en cuando a luchar en esas arenas digitales. La llamada web 2.0, desde su aparición en la primera década de este siglo, nos trajo ese foro fascinante en el que nos ejercitamos en un arte muy antiguo: el combate verbal. Para algunos, banales y vergonzosas; para otros, dañinas y reprochables, las discusiones acaloradas en las redes sociales son, en cualquier caso, cotidianas y cautivadoras. ¿De dónde viene ese interés por el combate con palabras?
Se cree que Protágoras, filósofo griego del siglo V a. de C., escribió un tratado sobre la lucha verbal (agôn logôn) que habría utilizado para instruir a las élites de la época, por precios nada módicos. También Aristóteles reconoce la existencia de una tradición de enseñanza, la “erística”, cercana pero distinta a la sofística, que se habría propuesto enseñar a vencer a toda costa en las discusiones, con un inventario amplio de trucos para sacarle ventaja y doblegar al oponente. No se trataba de acciones argumentativas, sino todo lo contrario: de acciones verbales de fuerza. Varios siglos después, en el XIX, el filósofo alemán Arthur Schopenhauer recuperó la denominación aquella y, rabiando contra la tradición platónico-aristotélica, aseguró que toda dialéctica es, en realidad e inevitablemente, erística: lo único que importa en las discusiones es derrotar al otro, por cualquier medio. De todas formas, esa idea nunca fue tomada muy en serio, pese a ser practicada por todos.
Aquel tratado perdido de Protágoras, junto a otros textos dispersos y casi olvidados, prueban que en las discusiones acaloradas no hay solo mentiras, griterío y mala conducta. El asunto es más serio, si es que ponemos entre paréntesis la evaluación moral de esas interacciones y nuestros ideales democráticos de la discusión racional.
¿Hay buenas razones para hacer tal cosa? Sí: la persistencia de las disputas a pesar de contar con teorías del diálogo y con manuales de procedimientos para el intercambio razonado; el agotamiento en la normatividad y la proscripción que han alcanzado los modos de estudiar la agresión verbal en las sociedades actuales; y las funciones políticas que pueden llegar a cumplir estos intercambios, pero que suelen ignorarse o condenarse previamente.
¿Y esa suspensión de los juicios morales sobre las disputas significa que promovemos la violencia verbal y abandonamos los ideales de la argumentación en democracia? No: significa que podemos ver las trifulcas discursivas como uno más de los muchos modos de usar el lenguaje o, como quería el filósofo vienés Ludwig Wittgenstein, comprenderlas como “juegos del lenguaje” (sprachspiele). Y esto es clave: no hay juego sin reglas y hay reglas que no preexisten al juego, sino que lo constituyen. Mejor dicho: el tipo de uso que le dan -algunos- internautas a las redes sociales se parece más a un juego de orden competitivo que a uno argumentativo. Así, los foros no son espacios de discusión, sino arenas de combate; los usuarios no son argumentadores, sino gladiadores, púgiles; las palabras no son herramientas para alcanzar acuerdos, sino potentes arsenales para profundizar y mantener los desacuerdos; y su objetivo no es convencer al contendiente ni a nadie, sino exhibir su grado de destreza para la lucha verbal.
Un efecto interesante de esa mirada es que nos permite refinar diferencias entre cosas que usualmente tratamos como iguales. Primero, nos hace pensar que no hay equivalencia entre violencia y agresión verbal. Si lo propio de la violencia es romper todo vínculo y eliminar al otro, no todos los ásperos internautas serían violentos, pues algunos esperan que el vínculo -un vínculo muy agresivo- se mantenga de manera que su contraparte se enganche, que no renuncie a la disputa. Ningún competidor valioso abandona la arena ni elimina al contendiente, pues así simplemente se acabaría la lucha. Es el compromiso con el combate: hay que aguantar. Eso que sucede, pues, en los hilos de discusión, está más cerca de la agresión que de la violencia.
Segundo: algunos usos del lenguaje, efectivamente, serían más violentos que agresivos; aquellos cuyo fin es romper el vínculo, en vez de competir hasta el cansancio. Pensemos en lo que hacen en las redes los odiadores (haters), los abusadores, intimidadores y demás promotores del ciberacoso, próximos o insertos en actividades criminales. Ellos no compiten: liquidan la palabra del otro. La práctica del saboteo o troleo digital (trolling) se mueve en la frontera entre agresión y violencia.
Tercero: aunque toda refutación tiene como punto de partida una réplica, no toda réplica es refutativa. Como lo enseñaba sistemáticamente Aristóteles, algunas refutaciones pueden ser sofísticas (cuando simulan refutar), y otras, erísticas (cuando reclaman la victoria, sin haber refutado). Tal vez lo más importante de esa reflexión es que el hecho de responderle a alguien con quien estamos en desacuerdo puede llegar a simular que discutimos con argumentos opuestos, pero se puede tratar solo de una réplica. Hay que responder. Pero cuidado: la expresión “solo una réplica” la hace parecer carente de profundidad, cuando en realidad la réplica acusa una técnica, demanda la habilidad de no quedarse callado ante lo que percibimos como un ataque, inclusive si no se tiene un argumento con qué contradecir. En fin, requiere aprender a modular a la bestia de las palabras alargándole la cuerda de a poco.
El antiguo juego competitivo de la disputa verbal está atravesado en nuestros tiempos por las cuestiones sociodigitales (herramientas y recursos interactivos, modelos de negocio de las plataformas y formas de vida hiperconectadas, entre otras). Una visión simplista de estos usos del lenguaje conduce fácilmente a la disyuntiva entre pesimistas y optimistas tecnológicos; tanto el ámbito académico como el cotidiano reconocen la potencialidad de las redes sociales para profundizar la participación política, pero también para banalizar las discusiones de fondo o para convertirlas en espacios impunes de violencia. Es la contradicción entre ágoras y cloacas: dos metáforas contrapuestas con las que unos y otros definen a Facebook, X, YouTube, Reddit, etc. ¿Hay una tercera alternativa para comprender las interacciones agresivas en el espacio digital?
Podemos interrogar, en principio, las características que asumen los foros digitales de las redes cuando se convierten en arenas de combate. Eso no resulta obvio, pues conviven en esos espacios juegos de lenguaje muy diversos, argumentativos y no argumentativos, condicionados además por las herramientas de comunicación que ofrece cada plataforma y que los usuarios son capaces de capitalizar hábilmente para disputar entre ellos: las menciones a otros usuarios, los entornos en forma de árbol o de hilo desplegable para interactuar, la posibilidad de usar gráficos, pegatinas, memes, hipervínculos y demás en los comentarios, el registro de peleas diferidas o aplazadas, etc.
Luego, podrían rastrearse las acciones verbales de fuerza recurrentes; aquellas formas de sacar o conservar la ventaja sobre los demás contendientes, que aparecen regularmente en los hilos de discusión, revelan patrones o esquemas de la réplica y exceden el carácter mismo de falacia o de argumento desviado. Con ello, las acciones de fuerza en las arenas de combate sociodigital mostrarían un conjunto de técnicas en funcionamiento: un arte de la erística. Toda acción de fuerza tendrá que ejecutarse, además, a través de un inventario amplio de recursos o herramientas discursivas de combate identificables en cada despliegue. El análisis de su funcionamiento mostraría, entonces, el tipo de instrumento significante, las tácticas combinatorias y las modalidades (icónicas, verbales, hipertextuales) que los usuarios desarrollan para derrotar al adversario digital.
Finalmente, el estudio de las disputas sociodigitales también abordaría una pregunta muy común entre los espectadores de cualquier certamen: ¿Quién ganó la discusión? Si los modelos argumentativos ofrecen sus propias maneras de responder esa cuestión en torno a la evaluación del mejor argumento, un modelo no argumentativo tendría que responder acudiendo al cálculo de la destreza agonística, esto es, la habilidad para mantenerse en la arena, el nivel de compromiso con la réplica y la firme decisión de no darle la razón al otro.
El efecto de esa habilidad agonística desborda el simple orgullo o capricho individual de los internautas y el placer inherente a la lucha. Se trata de un modo particular de profundizar los desacuerdos en el espacio público, aplazando constantemente el alcance de consensos y la resolución de diferencias de opinión. Es en ese sentido que las disputas en los foros digitales intervienen en las democracias y en las ideas que nos hemos formado acerca del disenso y de la participación política.
Junto al esfuerzo justificado por promover las interacciones propias del diálogo razonado, existen al mismo tiempo las prácticas comunicativas que constituyen su reverso y, tal vez, su complemento: los combates verbales, que nos dedicamos a estudiar como juegos de lenguaje competitivos. Esta columna es una invitación a dialogar con expertos y legos acerca de esta práctica cotidiana, a través de algunos textos recientes que la interrogan con curiosidad: “Cibercombates. Disputas en Facebook, Twitter y YouTube” (2024), “Análisis del discurso político: combates verbales de Gustavo Petro” (2022), “Análisis del discurso en disputas públicas: retorno a la Erística” (2019). No son difíciles de conseguir.
El avance hacia el fortalecimiento del pluralismo en los sistemas democráticos, en general, y la construcción de una cultura de la oposición política en Colombia, en particular, necesita explorar otros modos de abordar las disputas públicas; fenómenos que persisten aun contra la regulación de los espacios de expresión y a pesar de los proyectos para la educación de ciudadanías deliberantes. Entender mejor la erística es una tarea urgente.
Damian Pachon Soto
Profesor titular de la Universidad Industrial de Santander y Visitante Asociado del Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de Estudios Extranjeros de Kobe (Japón). Doctor en Filosofía y miembro de la Sociedad Colombiana de Filosofía. Comprometido con el uso público de la razón para pensar los problemas nacionales y mundiales. Convencido de que la filosofía contribuye a la cualificación de la democracia.
Autor de los libros “Estudios sobre el pensamiento colombiano, volúmenes I y II (Bogotá, ediciones Desde abajo 2011, 2020), “Espacios afectivos. Instituciones, conflicto, emancipación” (en coautoría con Laura Quintana, Barcelona, Herder, 2023), “Política para profanos” (Universidad Industrial de Santander, 2022), “El imperio humano sobre el universo. La filosofía de Francis Bacon” (Bogotá, 2019), entre otros.
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