Las palabras son también actos

Wittgenstein, I. F. I, 546 


Presentamos esta nueva entrega de entrevistas filosóficas en este espacio de El Espectador. El profesor Santamaría es bogotano, investigador desde la filosofía analítica y el pragmatismo social. Es Doctor en Filosofía y Letras de la Universidad Pontificia de Salamanca y también Doctor en Filosofía de Universidad Pontificia Bolivariana, con estudios en filosofía y psicología social. Ha sido profesor de la Universidad Javeriana y de la USTA de Bogotá. Es profesor de la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín y Director de la Facultad de Ciencias Políticas de la UPB. Ha ampliado estudios en Freiburg (Alemania), Sydney y Melbourne (Australia). Sus áreas de trabajo son filosofía del lenguaje, filosofía analítica, la argumentación, análisis del discurso y pragmatismo social. Entre sus libros están: Hacer mundosel nombrar y la significatividad. Siglo del Hombre, Bogotá, 2016, Nombres, significados y mundos, UPSA, Salamanca, España. 2007. Es Miembro de la Sociedad Colombiana de Filosofía (SCF) y de la Asociación Latinoamericana de Estudios del Discurso (ALED). Secretario de la Asociación Colombiana de Ciencias Políticas (ACCPOL).

Profesor Santamaría, usted trabaja en el campo de la filosofía analítica, que es una corriente de mucha influencia y desarrollo en el siglo XX. Cuéntenos qué lo decantó por esta forma particular de hacer filosofía, de trabajar filosóficamente, cuéntenos un poco de su formación.

Tu pregunta es muy pertinente pues siempre es bueno volver sobre el tipo de filosofía que uno hace o intenta hacer. En este caso no podemos hablar estrictamente de “una” filosofía analítica sino de una serie de corrientes filosóficas, especialmente en sus inicios anglosajonas, que se pueden reunir bajo ese rótulo de filosofía analítica. Rótulo que surge de la especial centralidad que conceden todas ellas al análisis del lenguaje. A la prioridad de sus investigaciones usando dos poderosas herramientas, la lógica (como método) y la argumentación (como claridad de cada enunciado dado o al cual nos comprometemos. No en vano fue llamada en sus orígenes como una filosofía lingüística, nombre reduccionista, por supuesto, pero que refleja lo que Rorty, como dije antes en los años 60 llamó el “giro lingüístico de la filosofía”.

Ahora bien, yo me inicié en la filosofía analítica desde un problema tradicional y es saber qué son los nombres, si hay verdaderos nombres o en su defecto que herramientas tenemos para llegar a ellos, por ejemplo, a través de las descripciones o el contexto. Allí recalé en las Investigaciones filosóficas de Wittgenstein. Autor que nos ocupa hoy, Wittgenstein el uno de los mandarines de la filosofía contemporánea.

Bueno, un poco de historia personal. Tuve la oportunidad de irme a estudiar a España, en Salamanca, una de las más bellas ciudades estudiantiles de Europa. Allí realicé mi doctorado en filosofía bajo la tutela de uno de los mejores filósofos analíticos de la actualidad, el profesor Modesto Gomez Alonso.  Empecé a trabajar la teoría de los possible worlds desde autores como Kripke, Barcan Marcus, Putnam, Searle, Evans o Goodman. Pero estos iniciales trabajos me llevaron a unos avances y es lo que he venido trabajando los últimos años, bajo la premisa de que “hacemos cosas con palabras” y de que creamos las instituciones desde la construcción de la realidad social, tesis sostenida por Austin y Searle, pensemos en el campo de la filosofía de la acción, esto es, lo social y lo político, por ejemplo. Algo que podríamos llamar nuevos problemas en viejos odres.

Waismann en su texto la “Mi visión de la filosofía” afirmaba que la tarea de la Filosofía es tener visión. La visión me la dio a mí la filosofía analítica, especialmente a partir de la obra de dos autores, muy disímiles como son Ludwig Wittgenstein y Nelson Goodman. El primero me introdujo en una manera de hacer filosofía, entenderla como una actividad, como arquitectura sobre uno mismo y el otro a abordar el problema de que a mi en particular me interesa, que son las maneras de hacer mundos. Así titule mi libro guía de trabajo, Hacer mundos, el nombrar y la significatividad, Siglo del Hombre (2016)


Se suele asimilar la filosofía analítica como una filosofía del lenguaje. ¿Es correcta esa equivalencia? ¿Es una lectura simplificada? ¿Qué podemos entender, cuéntenos sucintamente, por filosofía analítica? 

Es verdad que muchos filósofos antiguos como modernos han tocado, han abordado en muchas de sus reflexiones el problema del lenguaje y su relación con el conocimiento, para entender por ejemplo la existencia o su componente social. Pero propiamente, es la filosofía analítica, en donde se le da prioridad al lenguaje como objeto de estudio, se le da centralidad y el verdadero problema de la filosofía. Pero para ello hay que tener una concepción del lenguaje mucho más amplia que de entenderlo como mera comunicación. Somos lenguaje, esto es, “los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo”, como lo resalta Wittgenstein en su Tractatus.

La tradición analítica no “disfruto de una metodología unitaria, ni muchos menos de un cuerpo de doctrina común. En particular, si se entiende, como lo acabamos de recordar, como un movimiento filosófico más amplio o general que la “filosofía del lenguaje”. La filosofía del lenguaje la han realizado propiamente muchos clásicos e importantes autores, de la talla de Platón en el Crátilo, en donde Platón se hace la pregunta por el problema de los nombres o en San Agustín en el De magistro, Hobbes en De Corpore, hasta el mismo Heidegger, el otro mandarín de la filosofía contemporánea, tienen textos donde aborda el lenguaje, por ejemplo, desde su cercanía con la poesía. Pero propiamente no podemos decir que el abordar el lenguaje en unas páginas o si se quiere en un libro basta para poder decir que tal o cual autor hace propiamente filosofía analítica. Un caso de lo expuesto, es el del filósofo colombiano Danilo Cruz Velez quien escribe un libro sobre el misterio del lenguaje, a la luz de la obra de Husserl y Heidegger, pero nadie se atrevería a decir que sus consideraciones son de un filósofo analítico.  

En el 2021 se cumplieron los 100 de la primera publicación del Tractatus.  ¿Díganos por qué y cuál es la importancia en la filosofía contemporánea de dicha obra y su contraste con las Investigaciones filosóficas?

En el 2021 conmemoramos los 100 años de la publicación de Tractatus Logico-philosophicus, el único libro que propiamente escribió en vida Wittgenstein. Un libro pequeño, escrito con cortas proposiciones, siete en total, cada una de ellas poderosas, escritas meticulosamente, con ingeniería -profesión del autor vienes- de positivista lógico. En el Tractatus aparece tal vez una de las ideas más citadas y a la vez incomprendidas, la proposición 7, en ella invita a guardar silencio, a cerrar la boca por aquello de lo que no podemos hablar. No porque no pudiéramos decir algo más, sino porque lo que digamos es posible que sea una redundancia o algo sinsentido, como puede ser en el caso de los problemas éticos y místicos.

En 1953, dos años después de su muerte, vio la luz su segunda obra Las Investigaciones filosóficas, en donde su idea de juegos del lenguaje, seguimiento de reglas y eso “más vital, ese terreno áspero que es la vida misma” fue lo que permitió abordar problemas que antes no se habían tocado en ese llamado primer Wittgenstein. Este año conmemoramos 70 años de Las investigaciones filosóficas en donde la ética, la antropología, los parecidos de familia, la vida con los otros en comunidad -la vida social, y por extensión la difícil vida política cobra relevancia desde la centralidad que dio Wittgenstein al lenguaje, lo que se conoce y que difundió muy bien Rorty como el giro lingüístico de la filosofía, paso obligado de las filosofías actuales.

Usted es, tal vez, uno de los mejores conocedores de la filosofía de Wittgenstein en nuestro medio. ¿Se puede hablar de una ética en Wittgenstein, en qué consiste, como la concibe? O ¿en este caso es, también, mejor callar?

Con la filosofía analítica sucede una especie de “parecidos de familia”. En Wittgenstein hay una cierta concepción similar de “parecidos de familia” con dos fuertes tradiciones, tradición kantiana, por un lado, que aboga por el deber y otra como lo es el utilitarismo o el pragmatismo de Williams James que enfatiza en la acción moral.

Digamos primero que propiamente no se puede hablar de una filosofía ética en Wittgenstein, o que se pueda hablar propiamente de una teoría sistematizada del bien o similar, como podría encontrase en autores como en Spinoza o Kant, lo que hay en Wittgenstein es un interés por los problemas éticos o la vida ética, en sus dos etapas de pensamiento.  La pregunta por el cómo vivir bien o mejor está vida, acompañan muchas de sus discusiones lógicas, sobre mundo y las llamadas formas de vida, pues para Wittgenstein finalmente lo que importa es cómo tener una vida integra o por decirlo en términos kantianos, una vida virtuosa. Para él esto es lo genuinamente importante del que hacer filosófico, esto es, lograr tener una vida ejemplar.

En el Tractatus vemos a un Wittgenstein místico, en donde camina por el cumplimiento anegado del deber, una vida contemplativa y a la vez ejemplar. Esta concepción inicial la sigue en su Conferencia sobre ética de los años 30, en donde Wittgenstein considera que lo ético no es decible, es el silencio. Wittgenstein, en una carta a Ficker, a propósito del sentido del Tractatus (1919), aseveraba que su obra es ética.  “y que de dos partes: de la que aquí aparece, Y precisamente una segunda que es la más importante […]. Mi libro, en efecto, delimita por dentro lo ético, por así decirlo; y estoy convencido de que, estrictamente, solo puede delimitarse así. Creo, en una palabra, que todo aquello sobre lo que muchos hoy parlotean lo he puesto yo en evidencia en mi libro guardando silencio sobre ello”.

El lenguaje no es capaz de expresar lo trascendental, finalmente lo ético sino de mostrar. Esta concepción nos abre al segundo Wittgenstein, allí podemos ver que religión y ética están unidas. Pues como decía a Drury, uno de sus discípulos en Cambridge, “Ser un hombre religioso es ser un hombre ético, un hombre ético es y debe ser un hombre feliz”. La vida feliz es la preocupación central de su propuesta ética. Esto demuestra, siguiendo su Conferencia de ética, una tendencia humana, que tanto Wittgenstein y seguro nosotros no desearíamos ridiculizar de ninguna manera.

¿La propuesta ética de Wittgenstein es una propuesta de filosofía de la vida, una terapéutica como Pierre Hadot o los estoicos proponen? ¿Qué nos propone Wittgenstein para estos tiempos?

La vida ética que propone Wittgenstein no es ajena de la actitud del filósofo frente a su labor o tarea filosófica. La filosofía es una herramienta, como advierte Wittgenstein, que sólo es útil “contra los filósofos y contra el filósofo que llevamos dentro” (Wittgenstein –Kenny). Si pretendemos que la filosofía “sirva para algo”, debemos primero, curarnos a nosotros mismos con una “dieta” gramatical, es decir, concebir la filosofía como una actividad terapéutica debe de estar ligada a la importancia del lenguaje, pues la cura filosófica supone una nueva actitud frente a los problemas filosóficos como lo enseño Wittgenstein. Allí está la importancia del cómo aborda la filosofía analítica los problemas éticos. Por eso, siguiendo a mismo Wittgenstein, trabajar en filosofía es como trabajar sobre uno mismo, pues cuando el pensamiento fracasa sólo hay un culpable: ese de nuevo, es uno mismo. Es trabajar personalmente en la propia comprensión, es decir: “En la manera de ver las cosas. Y en lo que uno exige de ellas” . Wittgenstein nos deja la pregunta radical ¿qué es lo mejor que podemos hacer con nuestras vidas? Pues la vida ética, es tener “una vida maravillosa”, esto significa un asunto de radicalidad virtuosa del cómo uno vive finalmente. 

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