En realidad Sócrates reproduce la idea -ya presente en Aristófanes- del amor como falta: solo deseamos aquello que no poseemos. Es la concepción del deseo como carencia que pervivirá hasta el psicoanálisis, pero que será rebatida por pensadores como Deleuze, donde el deseo es una potencia, un fin en sí mismo, que articula, compone, descompone y recompone relaciones, configuraciones, donde es posible la creación.

Pero volvamos a El Banquete y adentrémonos en un tópico bastante interesante que tiene que ver con la aparición de la sabia Diotima de Mantinea, la mujer que le enseñó todo a Sócrates sobre el amor, una sabia que pensaba dialécticamente, pues fue ella quien interrogó al ateniense y lo hizo parir (alcanzar dialécticamente) las verdades sobre el amor. Esto nos lleva a la interesante idea de que, tal vez, fue una mujer filósofa la maestra del gran Sócrates, tema harto debatido por los especialistas.

En el diálogo con Diotima, ocurrido mucho tiempo atrás, y que Sócrates narra, se parte de la idea de que Eros “no era ni bello ni bueno”. Eros no tiene esas cualidades (como se sostuvo en los discursos previos, especialmente en la intervención de Agatón), pues de tenerlas, ¿cómo es posible que ame lo que ya tiene? Los dioses no desean ni aman nada, porque en su perfección ya lo tienen todo. De tal manera que, si el amor es falta, carencia, a los dioses no les falta nada. Entonces, si Eros ama la belleza, la justicia, la sabiduría, el bien, etc., quiere decir que ama algo que no tiene, por lo cual no puede ser, en estricto sentido, un dios. Eros es, entonces, un ser intermedio, un ente metafísico que se encuentra entre lo mortal y lo inmortal, lo divino y lo humano, está entre los hombres y los dioses. Eros es un demon, algo demónico, un mediador, entre las cosas humanas y las divinas, las comunica y mantiene unidos los extremos mismos. Gracias a Eros “el todo queda unido consigo mismo como un continuo”.  Esta concepción de eros como mediador será importante, como veremos, para la interpretación de Eros como filósofo, del amor a la sabiduría o del amor por el conocimiento.

Después de establecer la idea de que Eros es un demon, un mediador, Diotima explica el mito de su nacimiento. Ese origen del dios, la manera como fue concebido, la naturaleza de sus padres, sus cualidades opuestas, es relevante para pensar el tópico del amor como amor a la sabiduría, esto es, de la filosofía misma como búsqueda del conocimiento. Veamos.

Según Diotima, cuando nació Afrodita, la diosa de la belleza, los dioses celebraron un banquete. Allí se encontraba Poros quien es rico en recursos y amante de la sabiduría entre otras cualidades. Al terminar la comida, aparece Penia, que personifica la pobreza, la escasez. Penia maquina y aprovecha que Poros se ha embriagado y copula con él. El fruto de esa unión sexual es Eros. Por eso es que Eros es amante (buscador, se entiende) de la belleza y es escudero de la diosa Afrodita.  Lo interesante de esta narración es, entonces, que Eros aparece como un ser dual, poseedor de un conjunto de cualidades contrapuestas, en tensión, heredadas de la naturaleza de sus dos padres, de la abundancia y de la pobreza, de los recursos y las carencias. Por el lado de su madre es indigente, pobre, descalzo; por el lado de su padre Poros es buscador de lo bello, activo, “ávido de sabiduría y rico en recursos, un amante del conocimiento a lo largo de toda su vida”. No es ni mortal ni inmortal, sino que se debilita y luego se fortalece fluctuando así entre la debilidad y pobreza de su madre y el vigor y la abundancia de su padre. A esto hay que agregar que: “Más lo que consigue siempre se le escapa, de suerte que Eros nunca ni está falto de recursos ni es rico, y está, además, en el medio de la sabiduría y la ignorancia”.

 Es justo en este tramo de El Banquete cuando aparece el tema del amor a la sabiduría. Según Diotima, los dioses no aman la sabiduría porque ya la tienen y, básicamente, porque no carecen de nada. Tampoco el que ya es sabio busca la sabiduría, pues ya está en posesión de la misma. Así las cosas, los sabios y los dioses no buscan aquello que ya poseen. Igualmente, y este es un punto interesantísimo en el planteamiento de Diotima, los ignorantes “ni aman la sabiduría ni desean hacerse sabios, pues en esto precisamente es la ignorancia una cosa molesta: en que quien no es bello, ni bueno, ni inteligente se crea así mismo que lo es. Así, pues, quien no crea estar necesitado no desea tampoco lo que no cree necesitar”. Por eso, solo ama la sabiduría alguien que está entre ella y la ignorancia, es decir, alguien que posee algún saber, tan es así que tiene conciencia de lo que no sabe, y por eso mismo lo busca, y alguien que no está en una posesión total del saber, pues de ser ya sabio no se vería impelido a buscar el conocimiento. Esta explicación es interesante porque el que investiga, por ejemplo, o el que busca la sabiduría, tienen ya, de cierta forma, una idea o un pre-saber de aquello que desea saber. Si fuera totalmente ignorante no sabría hacia donde dirigirse. Por eso investigar y pensar es siempre ponerse en camino, en actitud de búsqueda. Investigar presupone una pre-comprensión de aquello que se investiga. En términos modernos, esto equivale al llamado círculo hermenéutico de Gadamer.

Por otro lado, el ignorante cree saberlo todo o cree que no necesita saber más o investigar nada, tal como ocurre con el dogmatismo a ultranza, con el fanatismo o el radicalismo. En la actualidad, de hecho, muchas de las manifestaciones de la derecha negacionista, los terraplanistas, los que niegan el cambio climático, son de esta especie descrita por Platón hace tantos siglos atrás. El ignorante está convencido de las cosas, es autoritario, no acepta el dialogo, la diferencia, el pluralismo, y se cierra en el círculo mágico y pétreo de sus propias convicciones. Está poseído por la autocomplacencia cómoda y ciega. 

Visto lo anterior, podemos afirmar, entonces, con Diotima de Mantinea, la maestra de Sócrates, que:

“La sabiduría, en efecto, es una de las cosas más bellas y Eros es amor de lo bello, de tal modo que Eros es necesariamente amante de la sabiduría, y por ser amante de la sabiduría, está, por tanto, en medio del sabio y del ignorante. Y la causa de esto es también su nacimiento, ya que es hijo de un padre sabio y rico en recursos y de una madre no sabia e indigente”.  

Estas consideraciones permiten pensar también en el carácter incompleto de la sabiduría. En la sabiduría como falta o aspiración. Dada la naturaleza de Eros y de su avidez por el conocimiento, este se aleja cada vez más, o, cuando encontramos una verdad, las preguntas se multiplican, abriendo nuevos horizontes, nuevas cuestiones para pensar o investigar. No hay, entonces, un saber absoluto. De ahí que la pretensión de Hegel de convertir la filosofía como “amor al saber” en un “saber real”, efectivo, es un exabrupto y es un imposible. Es un exceso de confianza en la razón y en sus capacidades y posibilidades reales.

Ahora, después de esa consideración el diálogo prosigue en una dinámica muy interesante donde se arriba a la conclusión de que lo que los hombres aman “no es otra cosa que el bien”, por eso el amor es el deseo de poseer el Bien, y contra Aristófanes, no se trata de poseer ni la mitad ni el todo, sino algo superior: quien busca poseer el Bien, busca, igualmente, la Felicidad que se deriva de tal posesión. El argumento es importante porque lo bello en Platón se identifica con la idea suprema, la del Bien, la cual fundamenta ontológicamente las demás ideas. Lo bello es armonía, la proporción, la justa medida y el orden. Esas son también las notas del Bien. Entonces, si Eros es amante de la belleza, si la persigue, también está en la búsqueda del Bien. Es por esta razón que Eros como amante de la sabiduría y de la belleza se identifica con el filósofo y su método, tal como sostiene Giovanni Reale en su libro Platón, en búsqueda de la sabiduría secreta (1998). Así, cazando la Forma Belleza el filósofo se encamina hacia el Bien. Dice Reale:

“en la medida en que lo Bello no es sino el Bien que se manifiesta [dado el carácter de fundamento de la Idea del Bien], la subida por la escalera del Eros hacia lo bello absoluto vine a coincidir […] con la ascensión de la dialéctica, que parte de las cosas sensibles para llegar a las formas y a las ideas y, pasando a través de las ciencias matemáticas, llega la visión del Bien, que es Uno, medida suprema de todas las cosas”.  

Por eso, si las cosas bellas de este mundo solo participan de la belleza en sí, en la medida que el filósofo asciende los peldaños de esta, iniciando por la belleza de un cuerpo, luego de dos, de todos, la belleza del alma, de las leyes de la sociedad y sus normas de conducta, de las artes y las ciencias, etc., se acerca a la belleza en sí, al mundo de las ideas. Por esta razón el Eros es un mediador también entre el mundo sensible y el mundo inteligible. Eros ascendiendo dialécticamente los escalones de la belleza realiza la misma labor del filósofo que persigue metódicamente la idea, que va tras la verdad, la idea del Bien, y la felicidad. De esta manera Eros aparece ligado a toda la doctrina filosófica de Platón, la ilustra, y da cuenta así de un ‘corpus’ coherente, interconectado y sistemático de su pensamiento.

Por otro lado, el amor, su persecución, implica pensar en la actividad que se ejerce para alcanzarlo, poseerlo. Entonces, esta actividad no es otra que la procreación. Esa procreación es poiesis, crea el ser del no-ser, y engendra en la belleza, tanto de los cuerpos como de las almas. Aquí, como en los discursos anteriores, el amor aparece ligado a la reproducción, pero va más allá, pues esa procreación, al permitir que la especie se prolongue en el tiempo, nos permite participar de la inmortalidad. Esta no se predica de las cosas finitas…sólo se podría predicar de la especie. El amor se vincula, así, con la generación, el sexo, la reproducción y la inmortalidad de la especie humana.

Los anteriores tópicos se encuentran también en Arthur Schopenhauer. En El Banquete se sintetiza así: “La unión del hombre y la mujer es, efectivamente, procreación y es una obra divina, pues la fecundidad y la reproducción es lo que de inmortal existe en el ser vivo, que es mortal”. El amor es “también amor de la inmortalidad”, de ahí que el amor a los hijos, a la prole, es también el deseo de que lo mortal que hay en nosotros participe de lo inmortal. Esto es lo que ocurre y se deriva del amor que implica el cuerpo, pero como la procreación también se da en la belleza del alma, es este tipo de amor el que se inmortaliza en las artes, la poesía, las ciencias, los filósofos. Aquí, de nuevo, se sobrepone el amor del alma sobre el amor del cuerpo, repitiendo los tópicos del amor ya esbozados en los discursos de los participantes anteriores.

Conclusión

El Banquete es considerado por los especialistas como la obra maestra de Platón. No solo por la diversidad de los participantes, la transmisión del contenido del dialogo en épocas tan distintas, donde este llega a Platón a partir de muchas mediaciones, la presencia del humor, la ejemplificación de la dialéctica, la versión de la doctrina completa de Platón a través de la búsqueda de la Belleza por Eros y su ascenso por los peldaños de lo bello, la aparición de la enigmática Diotima como mujer que hacía uso de la dialéctica y una maestra de Sócrates, entre otros aspectos.

Pero lo es, de acuerdo con lo que hemos mostrado en este escrito, por contener gran parte de las representaciones sobre el amor. Imaginarios que han pervivido y se han modificado en la historia de Occidente. En este diálogo encontramos ideas madre, arquetipos, modelos, que han marcado la comprensión del fenómeno amoroso por siglos.  En El Banquete, en suma, en Platón que nos dejó ese diálogo, encontramos la forma mentis del amor. Esas representaciones son, como vimos, las ideas a) del amor como el bien supremo al que se debe aspirar; b) la virtud y la valentía que hay en morir o matar por amor; c) el amor como sacrificio, incluso, de la vida misma; d) el carácter desigualitario entre el amante y el amado; e) la existencia de variadas formas de amor, entre ellas, el homoerótico; f) la idea de que debemos amar la belleza interior, del alma y del carácter, por sobre la belleza del cuerpo, lo bello sobre lo feo y lo inteligente sobre lo ignorante o bruto.

Igualmente, encontramos en el diálogo esa noción g) del amor universal, cósmico, que lo gobierna y lo armoniza todo, pero, sin duda, y es la herencia más marcada del diálogo, encontramos la imagen del andrógino, de donde se deriva h) el amor como falta, como carencia, padre del amor idealizado como completitud e integridad, en fin, del amor romántico, armónico, no conflictivo vertido coloquialmente en la expresión “media naranja”. En este caso, el amor es fusión, unión y reencuentro con la parte perdida, separada. Este es, también, el imaginario aún extendido del amor monogámico y en pareja, heteronormativo y patriarcal. En Platón encontramos, igualmente, i) el tópico del amor vinculado a la reproducción, a la procreación de los hijos y a la búsqueda de la inmortalidad en la prole. Y, finalmente, la famosa idea contenida en la expresión filo-sofía donde esta es amor a la sabiduría, lo que en Platón es, también, búsqueda de la Verdad, la Belleza, el Bien, y la Felicidad.  

De ahí que una filosofía del amor no pueda prescindir de este diálogo fundador, un diálogo que dibuja las coordenadas generales como Occidente lo ha comprendido; un diálogo que ejemplifica cómo ciertas arquitecturas conceptuales permanecen subterráneamente en la tradición filosófica, haciendo parte del archivo, del sedimento intelectual que heredamos del pasado y de sus grandes representantes del espíritu, condicionando, de paso, la comprensión que tenemos de la vida, de los vínculos y de los ideales puestos en esos lazos afectivos.    

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