Aclaro antes de empezar: para verle el sentido a este blog tienes que ponerte en los zapatos del habitante de los pueblos del Magdalena; De esos pueblos abandonados donde lo que hay son hospitales del nivel más básico y donde -casi siempre- una ambulancia que te lleve a un hospital de mayor complejidad es lo único que te puede separar la vida de la muerte.
Ahora que estás en esos zapatos, en donde casi la mitad de la población es pobre –como es el Magdalena, que ocupa el quinto lugar de los más pobres del país– sí puedo empezar por contarte…
Esta historia comienza en Pijiño del Carmen, uno de esos pueblos del sur del Magdalena, donde algunos de sus 15 mil habitantes que se enfermen se ven obligados a ir a este hospital que, hasta diciembre de 2015, estaba gerenciado por un político llamado Miguel Aguilar Sequea. Político ahogado, pero político.
Cuando le faltaba poco para salir de su cargo, al hospital se le dañó la única ambulancia con que contaban los habitantes no solo de Pijiño, sino de un puñado de corregimientos de los alrededores. Una Toyota Land Cruiser capaz de ingresar por las vías destapadas y salvar vidas. ¡Su arreglo era necesario!
Y así lo hizo este gerente, que el 8 de septiembre de 2015 dio inicio a un contrato para pagarle 8 millones de pesos al mecánico beneficiado, quien debía cambiar algunas autopartes (inyectores, las suspensiones) y ponerlo a funcionar nuevamente.
Hasta ahí los 3 gatos que me leen dirían: ¡Ah pero bueno, el gerente se puso las pilas y arregló la ambulancia! Y ahí es donde yo les respondo. ¡Qué bueno fuera!, si no es porque hoy, ¡tres años después del supuesto arreglo pagado casi en su totalidad!, dicha ambulancia, de placas OJG 324, permanece abandonada, con repuestos que no aparecen, en un parqueadero de Santana, Magdalena. (Si no me crees, mira esta foto, esta otra y una más).
Mientras que esa ambulancia se pudre en su propio óxido, el dueño del parqueadero dice que no devuelve el vehículo hasta que le paguen 3 millones de pesos por el parqueo indefinido del vehículo en su predio.
¿Cómo termina una ambulancia que solo tuvo un daño mecánico abandonada a su propia suerte en un municipio vecino? ¿Dónde están los repuestos por los que supuestamente pagó el Hospital de Pijiño? ¿Y dónde está la plata si no aparecen los repuestos?
Esto está como para que la Gobernadora Rosa Cotes siente en una misma mesa al entonces gerente Miguel Aguilar Sequea, al contratista beneficiado y –de paso– que inviten a los entes de control para que pregunten qué ha pasado con esta ambulancia.
Yo les cuento que con el tiempo han pasado dos gerentes más: a una, Ivis Hernández Benavides, le tocó solucionar el problema que dejó el ‘daña-ambulancias’ alquilando otra y gastándose una fortuna con tal de prestar un servicio inmediato: ¡Más de 55 millones solo en alquiler de ambulancia! (ver uno de esos contratos)
Y al otro gerente, el que está ahora, Jaison Eljaude, se le ocurrió otra idea más drástica pero con resultados: apretar el ajustado presupuesto del hospital unos meses –que factura unos 120 millones mensuales para asumir todos los gastos-, mientras sacaba los recursos para comprar una ambulancia de segunda y acondicionarla. Esta ya está funcionando.
Mientras tanto, en el lote de Santana, Magdalena, sigue la ambulancia propia del hospital esperando volver a la vida, y de paso, salvar algunas vidas.
P.D. A los 4 gatos que me leen: hace un año empecé la consolidación de Seguimiento.co, el primer medio de comunicación digital de Santa Marta y el Magdalena y que hoy, nos satisface decir, es el más leído de la capital y del departamento en internet. La larga ausencia ha valido la pena.
PD 2. Los últimos 3 párrafos de la columna de Felipe Zuleta le hicieron voltear su opinión como la arepa. Así que aunque quede en rima, viejo Felipe Zuleta, lo único que tengo que decirte es: ¡Busca un burro…!