Un diagnóstico de estrés acompañado de colon irritable y algunas dietas para evitar las molestias fue el diagnóstico de los médicos cuando Luis* acudió varias veces a su EPS. Siempre manifestó que sentía un constante dolor de espalda y molestias estomacales, que luego se vieron reflejadas en una notable inflamación de su abdomen. Estos síntomas se pasaron por alto y el enemigo silencioso del cáncer se apoderó de él.
Luis tenía 41 años, trabajaba en una empresa de mensajería en Bogotá, todos los días manejaba su moto y a esta circunstancia de su quehacer laboral los médicos adjudicaban su dolor de espalda. Siempre fue de muy buen comer, sostiene Ana*, su esposa, quien añadió: “Comía hasta piedras y nada le hacía daño”. Carlos* de 10 años y Sebastián* de tres eran su razón de ser. El primero fue producto de su primer matrimonio. Paradójicamente su primera esposa falleció por una falla médica tras dar a luz a su primer hijo. El segundo fue fruto de su unión con Ana, su última compañera.
Sentada en la silla del comedor de su casa donde su esposo comía todas las noches, cuenta con tristeza su historia. Teme perder su empleo como profesora porque trabaja para la misma caja de compensación a la que estaba afiliado su esposo, y por eso prefiere que sus nombres no sean revelados y que la empresa para la que trabaja se mantenga oculta. Tiene 39 años, es de contextura delgada, su rostro luce pálido y resaltan unas notables ojeras, quizá por el cansancio del día o el dolor que la embarga.
El drama de su esposo inició a mediados de mayo de 2011 por un fuerte dolor de espalda. Cambió el colchón de la cama, optó por una mejor postura para dormir, pero el dolor persistía. Por esa razón acudió a su EPS en varias ocasiones y el diagnóstico siempre fue el mismo: estrés. Pero pronto se sumó un creciente aumento de peso corporal. Era obeso, pero rápidamente notó que subía de peso sin causa. Le recomendaron dietas, 40 minutos de ejercicio diario. Su esposa le preparaba verduras y alimentos bajos en grasa, pero no se veía mejoría. El año terminó pero sus dolencias no.
En marzo del 2012 fue a visitar a uno de sus mejores amigos y en horas de la tarde se tomó un chocolate. Ana asegura que desde ese día sus males se intensificaron, esa fue la alerta de que algo no andaba bien en su cuerpo. Comenzó a sentir cólicos estomacales y tenía dificultad para defecar. Al continuar con las dolencias, decidió sacar una cita en su EPS. “Él evitaba ir a urgencias porque siempre tuvo la idea que si no se estaba muriendo no lo atendían”, refiere su esposa Ana. De nuevo el diagnóstico fue el mismo: colon irritable y la necesidad de dieta rica en fibra.
Los dolores persistieron. Ana insistió que lo mejor era sacarse una radiografía o algo así que le dijera por qué tenía el abdomen tan inflamado si ya no comía de la misma manera. Finalmente, el 25 de abril, a las 7:25 pm, regresó a la EPS por el intenso dolor de abdomen y como en anteriores ocasiones le dieron dieta para colon irritable y una indicación escrita: “Se aplican signos de alarma de dolor abdominal, síntomas urinarios, fiebre y deposición con sangre. Si se repiten consultar por urgencias”. El 28 de abril retornó a la EPS y el diagnóstico fue colitis y gastroenteritis no infecciosa. Le recetaron cinco medicamentos.
Su esposa asegura que el dolor se volvió tan intenso que cualquier posición le molestaba. “Era insoportable, no se aguantaba nada, ya no podía hacer del cuerpo, ningún alimento le entraba. Su único descanso era poniéndose en la cama en cuatro como un perrito y balancearse. Solo así sentía alivio”, añade Ana. El 7 de mayo, en horas de la noche, Luis manifestó que sentía un fuerte dolor en el brazo izquierdo. “Yo le dije, papi, no me asuste porque eso es cáncer. No quiso hablar más, pero yo sentía en mi corazón que le seguía doliendo” relató entre lágrimas su esposa.
El 8 de mayo empezó el viacrucis. A las tres de la mañana Luis dijo que no aguantaba más el dolor y se fue para urgencias. Cuando llegó al servicio entró en observación y le realizaron exámenes. Ana evoca que sus antecedentes alertaron a la médica de turno, quien sin preámbulos dijo: “Los resultados externos no dicen nada, usted aparentemente no tiene nada, pero yo lo veo muy grave. Por eso vamos a bajarlo a observación». La profesional solicitó una cirugía general, pero como no la podían realizar en esa clínica, fue necesario un traslado.
A las siete de la noche Luis fue trasladado a otra clínica. “Entramos y el centro asistencial estaba que no le cabía un tinto. No lo atendían y me tuve que ir a cuidar a los niños. Esa noche no hubo habitación y tuvo que dormir en una silla”. En la madrugada del 9 de mayo le volvieron a practicar los mismos exámenes que ya le habían realizado en la anterior clínica. Sólo 12 horas después los médicos decidieron hacerle una laparotomía, es decir, una cirugía exploratoria.
Los médicos encontraron un líquido café en todo el abdomen. Se alertaron. Parecía que había algo maligno en su cuerpo. Mandaron una muestra para realizar una biopsia y saber de qué se trataba. Según la historia clínica, se encontró carcinomatosis, es decir, un cáncer bastante avanzado. Ana sostiene que los médicos en principio no le dijeron que tenía su esposo. Sólo le informaron que tocaba esperar los resultados de la biopsia. Después del procedimiento le pusieron sonda nasogástrica vesical y drenaje en el abdomen. La orden de los médicos fue administrarle dieta a base de líquidos.
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Del 9 a 16 de mayo, Luis se sintió mejor, el dolor disminuyó, se pudo bañar solo y su esposa empezó a acompañarlo sin falta todas las noches. El 17 de mayo le faltó el aire, tuvo taquicardia, su dolor de abdomen se intensificó y presentó fiebre. El jefe de turno escribió en la historia clínica: paciente en malas condiciones generales. El 18 de mayo se conocieron los resultados de la biopsia y el diagnóstico se comprobó. Luis estaba invadido por el cáncer de colon que ya había hecho metástasis. Los médicos solicitaron una valoración de oncología, clínica del dolor y cuidados paliativos. Las esperanzas se agotaban.
El consuelo de Ana era su amor por Luis, pero el 19 de mayo recibió una noticia devastadora: el estado de su compañero era lamentable. Ana consiguió una autorización para que sus hijos vieran a Luis quizá por última vez. Carlos le dijo que lo amaba y que se podía ir tranquilo. Sebastián nunca entendió qué estaba sucediendo. El 20 de mayo presentó un deterioro general en su estado de conciencia, su pronóstico de vida se hizo cada vez más efímero. Una semana sin comer, la quimioterapia ya no servía de nada. A esas alturas de la crisis, el apego a la fe en Dios era la única salida.
Esperaba un milagro y por eso nunca le dijo a su esposo que tenía cáncer. “Yo sólo le decía que el día que le saliera todo eso se iba a curar”, insiste. Todas las noches lo acompañó en su dolor. A veces se le dificultaba respirar, dejó de ir a su trabajo, los niños quedaron a cargo de un familiar. Los médicos decían que en cualquier momento su estado de salud podía empeorar y explicaron a la familia que una reanimación no era lo más adecuado. Aún así, Ana se retractó y pidió que lo hicieran para tratar de tenerlo con vida un poco más.
Según la historia clínica, el 23 de mayo el paciente vomitó sangre y no presentó evolución. La versión de Ana es otra. Ella cuenta que el médico que intervino a su esposo la primera vez le preguntó esa mañana si quería que lo operara de nuevo. “Yo me puse muy contenta. Le conté a mi suegra y ella se puso feliz. Ya me lo imaginaba en la casa”. Según su relato, el médico nunca le explicó el procedimiento y, por lo tanto, ella se ilusionó pensando que la cirugía era para sacarle algo que tenía en el abdomen y ya Luis se iba a sanar lo más pronto posible.
Cuando lo estaban preparando para el procedimiento, llegaron las personas del departamento de Dolor y cuidados paliativos, quienes le explicaron a Ana que lo iba a sedar. Relata que aceptó porque pensó que le iban a dar un medicamento para calmar sus dolencias, pero nunca le dijeron que iba a quedar inconsciente, por lo tanto perdió el control y murió a los pocos minutos.
“¿Ustedes por qué carajos me dijeron que lo iban a operar, si sabían que se iba a morir? ¿Por qué juegan con los sentimientos de uno y los sentimientos de él? ¿No lo vieron feliz? ¿Por qué le dan esa esperanza?” Al escuchar sus reclamos la doctora contestó: “Luego el doctor no le dijo que la cirugía era para destaparle el colon y no para sacarle lo que tenía adentro. Era para que evacuara por el colon y dejara de vomitar”. Igual la cirugía nunca la hicieron. A las 6:40 pm, Luis murió en brazos de Ana, mientras ella le susurraba al oído que lo amaba y que no sabía que sedarlo significaba que se precipitara su muerte. Según la historia clínica, la causa de su deceso fue paro cardiorespiratorio.
Ana no solo perdió a su esposo. “Perdí a mi mejor amigo, él era todo, yo le contaba todo, nosotros nos dormíamos a la 1:00 am arreglando el país o arreglándole la vida a alguien. Éramos un equipo para todo, para nuestros hijos, familia, amigos, éramos uno solo”. Un año estuvo Luis en manos de los médicos, acudiendo a las citas por su dolor de espalda y abdomen. Quizá si los médicos hubieran ido más allá de una simple radiografía y hubieran visto que la inflamación en el estómago no era normal, otra sería la historia. Para Ana lo que sucedió con su esposo fue una falla médica con malos diagnósticos durante un año que fueron evidentes.
Después de la muerte de Luis lo más difícil fue explicarle a Sebastián dónde estaba su papá. Le dijo que se había ido al cielo y cuando él le preguntó por qué, ella contestó: “Porque estaba muy cansado y papito Dios se lo llevó para estar con él. Ahora está muy feliz. La muerte de su papá marcó su vida para siempre. A su corta edad, ahora teme que su mamá se vaya también. Cada vez que se siente solo grita a su mamá desde el cuarto: “Mami, ¿estás ahí? Háblame, te amo”.
Hoy Ana se sigue preguntando dónde quedan las ilusiones, Luego señala un mueble de la sala de su casa y relata que su esposo se sentaba allí e imitaba a un viejito cuando le decía: “¿Te imaginas cuando estemos así?”. Entre lágrimas y con la voz cortada Ana relata “tenía la idea que yo iba a estar con él para siempre”.
Ella conserva en su mano izquierda el anillo de compromiso y en la derecha la argolla de matrimonio. En su cuello mantiene una camándula de su esposo en la cual porta como dije la argolla que le pertenecía y que usó siempre como símbolo de su amor.
Al ser un caso bajo reserva, en el cual la familia no tiene interés en demandar y la esposa del fallecido teme perder su trabajo porque es docente de la misma caja de compensación a la que su esposo estaba afiliado, carece de nombres reales, apoyo visual y testimonios de la contraparte. Pero en contraste está la historia clínica, que es un documento legal y la prueba escrita de lo que sucedió.
* Si ha sido víctima de negligencia médica y/o falla médica o conoce algún caso, que quiere que sea publicado pueden escribir a [email protected]