Una septicemia (bacterias en la sangre), camuflada en síntomas de gripa mal diagnosticada, invadió cada uno de los órganos de Ricardo Martínez Peña, de 42 años, llevándolo a la tumba el 2 de noviembre de 2010. Ricardo vivía en el barrio la Estancia de Fontibón de Bogotá, en compañía de su esposa Joanna Arévalo y…
Una septicemia (bacterias en la sangre), camuflada en síntomas de gripa mal diagnosticada, invadió cada uno de los órganos de Ricardo Martínez Peña, de 42 años, llevándolo a la tumba el 2 de noviembre de 2010.
Ricardo vivía en el barrio la Estancia de Fontibón de Bogotá, en compañía de su esposa Joanna Arévalo y de su hija Valeria de un año y medio. Él se ganaba la vida como asesor comercial de la empresa Alpina y ella repartía publicidad en las calles de Bogotá. Gracias a estos empleos podían vivir dignamente y soñaban con darle un buen futuro a su hija. El mes de octubre de 2010 Bogotá y todo el país fue azotado por un fuerte invierno. Derrumbes, trancones, granizadas, inundaciones, víctimas y zapatos empapados, fue el pan de cada día en los últimos meses de ese año. Estos fueron los antecedentes que desencadenaron al diagnóstico erróneo que se le dio a Ricardo.
Todo inició a mediados del mes de octubre. Ricardo tenía dolor de huesos, dolor de cabeza, náuseas, escalofríos y fiebre. Acudió al servicio de urgencias, donde el diagnóstico fue una simple gripa que debía combatirse con acetaminofén y sales hidratantes. Tanto para él como para su esposa era normal y estuvieron de acuerdo con el análisis. Sin saber que sus dolencias eran los primeros síntomas que su cuerpo afloraba de una dolencia que empeoraría con los días.
El malestar continuó, se intensificaron los padecimientos y un dolor incomodo de estómago acompañado de soltura se sumaron a las afecciones de Ricardo. Su esposa y suegra le preparaban caldos para menguar el tedio, pero parecía que nada le ayudaba a mejorar.
El 27 de octubre Ricardo acudió nuevamente al servicio de urgencias de su EPS, Cruz blanca, en la sede de la avenida 68 con calle 13. Fue en compañía de su esposa esa noche, pues en el día le dificultaba ir por su trabajo. Tuvo que esperar una hora para poder ser atendido. Cuando el médico realizó el chequeo dijo que todo estaba en orden y en realidad sus dolencias no ameritaban un servicio de urgencia, por lo tanto debía pagar $12.500 como ‘castigo’ de una urgencia no válida. Hoy Joanna se llena de ira al recordar este suceso, pues para ella la ‘urgencia no valida’ hubiera podido ser la oportunidad para que su marido no perdiera la vida.
Pasaron dos días y los síntomas seguían, sin importar lo que le había dicho el médico. Ricardo y Joanna regresaron en busca de una explicación o un medicamento que pudiera menguar el malestar. El 29 de noviembre a Ricardo le dieron un diagnóstico de enfermedad general, incapacidad de un día y una dosis de diclofenalco, una ampolla de metroclopramida, acetaminofén y un par de sobres de sales hidratantes. Su cuñada Laura Arévalo recuerda que él llegó cabizbajo de la clínica, pues esperaba la realización de exámenes o algo que lo hiciera sentir mejor.
Ricardo y Joanna parecían no estar conformes con los diagnósticos, pues a pesar que cada uno de los médicos de turno decían que todo estaba bien, ellos insistían acudiendo al servicio. El 1 de noviembre a la 1:00 am cogieron un taxi, decididos a pedir exámenes. Tanto para ellos como para su familia eso no era una simple gripa. Al llegar a Cruz blanca lo atendieron y dijeron que lo mejor era quedarse unas horas en observación, su cuñada afirma con sarcasmo: “quien sabe qué tipo de observación”, pues solo le tomaron un examen de sangre y el diagnóstico de la doctora Jenny Puga fue un A09X (diarrea y gastroenteritis de presunto origen infeccioso) le dio tres días de incapacidad que ni siquiera pudo tomarse en vida y le dio de alta a las 10:00 am.
Llegó a su casa y su suegra le dio un caldo y un jugo, su semblante era decaído, otra vez regresaba de urgencias sin sentir mejoría. Esa mañana su cuñada recuerda que él tomó una siesta y cuando despertó a la 1:00 pm tenía las orejas, el cuello, las mejillas y las manos moradas, además caminaba con dificultad y le era difícil respirar. Al ver los nuevos síntomas él y su esposa tomaron la decisión de ir a la droguería del barrio con la esperanza de encontrar lo que no había obtenido en el servicio de urgencias. Joanna recuerda que la señora de la farmacia se negó a darle medicamentos y les sugirió regresar a la clínica porque esos síntomas no eran normales.
La pareja ya estaba cansada de ir a urgencias y no recibir ayuda. Pero Ricardo decidió ir una vez más, literalmente la última. Se despidió de su hija. Ese beso que le dio fue la despedida que Valeria recibió de su papá, pues jamás lo volvería a ver con vida.
* El desenlace de la historia será publicado el domingo 28 de septiembre.
* Si ha sido víctima de negligencia médica y/o falla médica o conoce algún caso, que quiere que sea publicado pueden escribir a [email protected]
Eliana Samacá
Este espacio es para contar las historias de personas que han sido víctimas del Sistema de salud colombiano. No se pretende hacer juicios de valor, ni, mucho menos, juzgar la labor de los médicos o las personas que laboran en el sector de la salud, por eso todo lo que está publicado cuenta con el respaldo de la historia clínica. El objetivo de este blog es hacer visible la crisis del sistema por medio de sus usuarios, porque es una realidad con la que vivimos a diario y a la que quizá nos estamos acostumbrando.
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