ESTADO DE COMA

Publicado el Eliana Samacá

Secretaría de Salud sanciona a la clínica CAFAM Calle 51 por la muerte de una menor

Amaranta tenía ocho años. En sus venas corría sangre indígena, pues pertenecía a la comunidad nasa del Cauca y hablaba perfectamente tanto el español, como su Nasa yuwe. Ella sintió el peor dolor de cabeza de su vida el 2 de agosto de 2012. Llegó de la nada y se fue con él hasta la tumba, una semana después, el 9 de agosto. Un inofensivo dolor que los médicos asociaron a una sinusitis o a una meningitis, pero por falta de una Tomografía Axial Computarizada (TAC) no se hizo el diagnóstico correcto: derrame cerebral.

David Curtidor  es el padre de Amaranta, es un hombre incansable que desde el 2012 ha dedicado gran parte de su vida a buscar justicia por el caso de su hija y a pesar de los largos procesos no pierde la esperanza. Por eso el 17 de septiembre de 2014 salió de la Secretaria Distrital de salud elevando la resolución en la que la Secretaría sancionó a la clínica CAFAM Calle 51, como señal de victoria, pues después de 2 años de la muerte de su hija este es el primer rayo de justicia.

1200 salarios mínimos (23’580.000) es lo que la clínica CAFAM Calle 51 deberá pagar por las irregularidades que la Secretaría encontró en el caso, según la sentencia con fecha de 5 de septiembre de 2014 el centro de atención: le negó a la menor la posibilidad de recibir el servicio que requería en el momento lo cual la llevó a la tumba, pues a pesar que había un diagnóstico la niña empeoraba notablemente, por ello se debió de realizar un análisis profundo  que diera claridad y un tratamiento a seguir. Por otro lado la investigación sacó a la luz que a pesar que la clínica contaba con el personal especializado, este no se encontraba disponible en el momento que Amaranta lo requirió. En conclusión la clínica NO dio una atención correspondiente, oportuna e idónea de acuerdo a lo que necesitaba la paciente.

En cuanto a este logro David Curtidor afirma: “ Económicamente la sanción es un chiste. Yo creo que esa clínica debería estar intervenida porque pone en peligro la vida de los seres humanos. Sin embargo, es importante que se sepa que esta es la sanción más alta que puede imponer la Secretaría, porque hubo fallas graves. No es común ver este tipo de sanciones, pero fue por las cosas terribles que se encontraron en la investigación y también porque yo me he movido y he tenido que hacer suplicas, plantones, venir, ir , hablar con una persona con otra, dialogar con los secretarios de salud, moverme de muchas maneras”.

Para el papá de la menor esta sanción no es suficiente, pues también pidió a la Superntendencia de Salud que investigue a la EPS Famisanar, proceso que no ha arrojado ningún resultado, pues según la respuesta de la entidad es que el caso se reasignó y se encuentra en estudio.  Para David  es importante resaltar que en la investigación la Secretaría de salud encontró que la EPS FAMISANAR  ordenó detener la remisión  de su hija agonizante, pero Supersalud es la única que puede sancionar a la EPS.

David es contundente diciendo: “Supersalud ha estado dilatando la investigación por el caso de mi hija y como van esperan dejar el caso en la impunidad”, por ello Curtidor espera llevar el caso de su hija a las últimas instancias, pues su meta es poder acudir a un Tribunal Internacional en el que argumentaría : “Colombia renunció a investigar a unos agentes privados, corruptos que se han apropiado del derecho a la vida y de decidir quién vive y quién  muere”.

¿Qué paso con Amaranta?

Amaranta Curtidor
Amaranta Curtidor

El 2 de agosto, Amaranta tuvo salida de campo en su colegio, la Escuela Pedagógica Experimental. El 3  se levantó como si nada, despertó a Violeta, su hermana de seis años,  fueron al colegio y al llegar sintió un fuerte dolor de cabeza. Llamaron a su papá para que autorizara darle acetaminofén. David creyó que se trataba de algo pasajero, que quizá estaba insolada por la salida del día anterior. Dijo que sí y esperó que todo fuera un percance fugaz. Pero al regresar a casa el dolor persistía.

Todos pensaban que era una gripa con fiebre y malestar. Le dieron gotas de acetaminofén y se durmió. A medianoche se despertó con mucho dolor. Sus padres la llevaron a la clínica de Cafam, de la calle 51 con carrera 16, el día 4 de agosto a las 7:00 a.m. Cincuenta minutos después llegó al servicio de urgencias, donde fue valorada y se concluyó que todo era normal. El dolor de cabeza intenso, la fiebre y las náuseas no alarmaron al médico general de turno, Luis Armando Quecan.

Le aplicaron dipirona y mostró una leve mejoría. A las 9:41 a.m. le dieron salida y le dijeron que volviera si el dolor persistía. Ese día, Amaranta y Fabiola, su mamá, pensaban viajar al Cauca porque la abuela estaba enferma. Pero al ver las dolencias de su hija, llamó a su médico tradicional y este le sugirió que no la llevara porque se trataba de una enfermedad occidental. David y su hija fueron a la terminal de transporte a despedir a Fabiola.

Sin imaginar que sería la última vez que se verían, se fundieron en un abrazo, y Amaranta le dijo: “Ve tranquila que yo voy con Diosito, dile a mi abuelita que se recupere”. Doce horas después, Amaranta regresó a urgencias. El dolor de cabeza empeoró y tuvo vómito. David llevó a su hija a la misma clínica con la esperanza de que le dieran una solución, pero Dercy Moreno, médica de turno, apenas escribió en la historia clínica que era una simple cefalea y que no había daño neurológico aparente.

Esa noche, Amaranta no paró de quejarse. El domingo, a las 9:47 a.m., el médico general Alexánder González se aventuró a dar un diagnóstico. Según él, Amaranta tenía sinusitis aguda y dolor de cabeza por efecto secundario. Esa mañana, la niña amaneció desganada, pero su papá estaba confiado en que por fin sabría a qué se debía el dolor de su hija. “Confiaba en que eran especialistas, que conocían su oficio, no tenía por qué desconfiar de su criterio profesional”, afirma.

A las 4:17 p.m., el dolor de cabeza no cedía, y la hospitalizaron. Una hora más tarde le hicieron un examen general y González mantuvo el mismo diagnóstico, pero por primera vez pensaron que lo mejor era tomarle una tomografía cerebral o TAC. Según David, su hija, desesperada por el dolor, “gritaba, se botaba al piso, se revolcaba de desespero, no soportaba nada. El propio doctor González la recogió del piso y le habló para que se calmara”.

David permanecía tranquilo porque estaba en la clínica y su lógica le decía que todo iba a salir bien. A la 1:00 a.m. del 6 de agosto, Amaranta se orinó y las enfermeras se preocuparon más por la limpieza que por el signo de alarma. La niña había perdido su control de esfínteres. David recuerda que fue grosera con las enfermeras y él le pidió que se disculpara. Ese recuerdo lo taladra: con un sentimiento de nobleza y resignación extrema Amaranta pidió perdón.

A las 3:45 a.m. la niña convulsionó. David recuerda que torció sus manos hacia adentro, el cuerpo se puso rígido, los párpados adoptaron una extraña posición, sus labios se llenaron de espuma. Al ver la escena, su papá se alarmó, informó a las enfermeras, pero esa crisis tampoco significó para los médicos un síntoma de alerta. En el registro quedó escrito que Amaranta sufrió movimientos tónicos por unos segundos, es decir, que convulsionó y que además tuvo relajación de esfínter.

Desde ese momento el inofensivo dolor de cabeza empezó a hacer estragos. A las 8:21 a.m., Amaranta, con fiebre, ya no respondía a ningún estímulo. Se le diagnosticó meningitis. Por orden del médico pediatra, Darío Abadía, la entubaron. Debía ser trasladada de urgencia a una unidad de cuidados intensivos, pero solo hasta las 11:30 a.m. hubo cupo en la Clínica Infantil Colsubsidio de la calle 67. David cuenta con indignación que la ambulancia tenía problemas con sus equipos.

Solo hasta la 1:00 p.m. le tomaron una TAC, pero ya era demasiado tarde. El dolor de cabeza de seis días cumplió su cometido. Amaranta había sufrido un accidente cerebrovascular y solo la salvaría un milagro. El miércoles 8 de agosto a la madrugada, Fabiola llegó a ver a su hija y la encontró inconsciente. Nunca quiso dejar solos a sus hijos y se sentía mal por haber dejado a Amaranta. David agrega que a él le preocupaba, más que su dolor, el de Fabiola, porque ella había dejado a la niña bajo su cuidado y pensaba: “Ahora con qué le salgo a Fabiola”.

Esa mañana los resultados de la TAC fueron revelados a sus padres. El examen dejó ver graves daños en el cerebro de su hija. A las 8:00 p.m., el médico les informó que no había nada que hacer. El deterioro de los signos vitales causó daños irreversibles, pues el oxígeno dejó de llegar a su cerebro. El médico recomendó apagar el ventilador mecánico que la mantenía con vida. Sus padres estuvieron de acuerdo. A las 12:20 a.m. del 9 de agosto, Amaranta se despidió de la vida, de sus sueños, en especial el de ser presidenta de Colombia.

Amaranta significó una dura pérdida para sus padres y para su comunidad. Aunque siempre muestra fortaleza, a David se le quiebra la voz en ocasiones y se lleva las manos a la cara recordando que su hija era una líder en potencia: a su corta edad, era una niña liberada y la había criado así, sin temor a nada ni a nadie, porque sentía orgullo diciendo que su hija no era un ser obediente. La comparaba con Amaranta de Cien Años de Soledad, pues así quería que fuera en el futuro.

David se mantiene en pie de lucha para probar el error médico que la llevó a la tumba, aunque por sus creencias, también sabe que Amaranta vive, que no ha muerto, que trascendió a una nueva vida, no de la manera que todos habrían querido, pero que tiene la certeza de que su muerte no quedará impune.

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Fotos: David Curtidor, quien autorizó su publicación.

* Si ha sido víctima de negligencia médica y/o  falla médica o conoce algún caso, que quiere que sea publicado pueden escribir a [email protected]  @ElianaSamaca

 

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