“Mi hijita usted estaba bien pichita por dentro”. Esas fueron las primeras palabras que Rosa Herminda Tovar escuchó de su médico, al despertar de una histerectomía (operación para extraer el útero). Esa frase ha retumbado en su cabeza durante trece años y quizá lo hará por el resto de su vida.
1.55 cm de estatura, piel blanca, una cabellera que le llega a la cintura tejida en dos trenzas y una sonrisa constante que solo se desdibuja al recordar que no puede tener más hijos, así es Rosa Herminda, quien desde la sala de su casa, en Ramiriquí- Boyacá, en compañía de su hija quiere contar su historia, ya no en beneficio propio, pues ha pasado mucho tiempo y es tarde para demandar, pero si con la esperanza que otras personas sepan lo que le pasó y quizá su historia no se repita.
Un año después de su matrimonio, Rosa quedó embarazada. A los 21 años la ilusión de ser madre le sonreía y estaba cumpliendo con su deber de reproducirse dándole la alegría a su esposo y la fuerza que necesitaba para sacar a su familia adelante y comprar un lote para construir su casa, pues quería tener más de dos hijos.
Al enterarse de su estado acudió al hospital San Vicente de Ramiriquí. En los nueve meses de embarazo solo tuvo dos controles prenatales. Rosa tenía miedo de dar a luz a su hija en el hospital del pueblo, pues por esos días los rumores adjudicaban muertes de recién nacidos atendidos por médicos practicantes. Su parto debía ser por cesárea, por ello pidió a su EPS —Comfaboy—ser atendida en el Hospital San Rafael de Tunja, capital de Boyacá, con la seguridad que sería lo mejor para su bebé y para ella.
El 3 de marzo del 2001, a las tres de la tarde, Humberto y Rosa emprendieron viaje a la ciudad de Tunja. A 60 minutos estaba el lugar en donde nacería la razón de sus vidas. A las 10:20 pm Jessica Alejandra Pulido Tovar lloró por primera vez. Entonces su madre se llenó de tranquilidad. Por fin había nacido su hija y, lo más importante de todo, estaba sana. Pesó 3.080 gramos y midió 51 cm.
Todo parecía en orden. Lo único que se le hizo raro a Rosa fue la aparición de morados en su abdomen. Le preguntó el motivo a Wilmar Castillo, médico que había estado en el procedimiento, a lo que éste respondió que era normal. Rosa y su bebé permanecieron tres días hospitalizadas.
El 6 de Marzo regresaron los tres a su pueblo de origen. Ellas se pusieron al cuidado de la mamá de Rosa, Dioselina Suárez, quien las llenó de atenciones y Humberto regresó hacerse cargo de los cultivos.
Los siguientes siete días las cosas parecían transcurrir bien con Rosa. El 13 de marzo se acercó al hospital de Ramiriquí para que le quitaran los puntos de la cesárea, procedimiento que según ella no tardó ni 10 minutos. Después regresó a la casa de su mamá, sin saber lo que estaba por venir.
A las pocas horas de llegar a la casa, Rosa se empezó a sentir mojada. Fue al baño y vio que se debía a un sangrado vaginal, acompañado de coágulos de gran tamaño. Hoy recuerda: “Eso era como abrir una llave”. Al ver la cantidad de sangre llamó a su mamá, quien le dio un baño de agua caliente. Al inicio pensaron que era algo pasajero, pero luego la situación se volvió preocupante. El sangrado no disminuía, por el contrario aumentaba, esperaron a que llegara Humberto para ir al hospital.
A las 6:00 pm fue atendida, la canalizaron y le realizaron un legrado. Pero las cosas no mejoraban. “Medio me movía y eso salía en chorros. Me envolvieron en una ruana y eso quedó empapado, sentía un dolor muy fuerte en el abdomen, parecían cólicos”, cuenta Rosa. A las 9:00 pm fue trasladada de urgencia al Hospital San Rafael de Tunja.
Al llegar fue llevada a la sala de cirugías. Cuenta que lo único que se acuerda fue que el médico Víctor Toro, le dijo: “bueno mi hijita usted se me va a calmar por qué le vamos hacer una cirugía”. Hoy Rosa se cuestiona por no haber ni siquiera preguntado qué procedimiento le realizarían, pues siente que tenía el derecho de saber en qué consistía la intervención que la marcaría para siempre. Después de ese día, su vida como mujer no sería la misma.
Humberto recuerda que le tocó pasar la noche en el hospital sin tener noticias de su esposa, pues al preguntar a las enfermeras por la suerte de Rosa, ellas le respondían que era reserva y que por el momento no le podían decir. Actualmente él le echa la culpa a su corta edad —22 años—pues nunca exigió qué le dijeran que tipo de procedimiento le estaban haciendo a su esposa.
Pasaron tres días y Rosa ya se sentía mejor. Ella y su esposo estaban en la habitación cuando llegó el doctor Toro a hacer un chequeo de rutina y, según la pareja, el médico sin inmutarse les soltó una de las noticias más amargas de su vida. A Rosa le habían practicado una histerectomía, eso implicaba que no podía tener más hijos, ni volvería a menstruar; era estéril.
En ese entonces los dos tenía 22 años, llevaban casi dos de casados y apenas estaban iniciando una familia. La noticia no era lo que esperaban en ese momento de su relación, pues el sueño de tener más hijos era imposible de cumplir.
Rosa aún no puede superar la frase del doctor Toro: “Mi hijita usted estaba bien pichita por dentro”. Al contar su historia la repite una y otra vez. Se pregunta qué fue lo que pasó y a su memoria viene el comentario de una enfermera que le dijo que el doctor Castillo era un practicante. Para Rosa es irónico que su parto haya sido atendido por un aprendiz, pues eso fue lo que trató de evitar al no tener a su hija en su pueblo natal.
En la historia clínica se justifica la realización de la histerectomía por una miometritis aguda —infección en la musculatura uterina —y una endocervicitis aguda —inflamación de las glándulas y membrana del cuello uterino— las cuales provocaron el incontrolable sangrado. El doctor Toro hizo lo que tenía que hacer, pues la histerectomía era la única forma de parar el sangrado y salvar la vida de Rosa, quien perdió 3 litros de sangre. Le tuvieron que hacer una transfusión de o+.
Al momento de hacer la cesárea, el médico dejó restos ovulares y residuos post cirugía que causaron la infección. Según la doctora Liliana Salazar, la infección es prevenible, pues el galeno Castillo debió haber formulado un antibiótico fuerte para evitar la infección que dejó estéril a Rosa.
Después del difícil procedimiento Rosa estuvo hospitalizada por 13 días en los que tuvo lejos de su hija recién nacida. El 26 de marzo fue dada de alta. Ella cuenta que cuando salió del hospital parecía una anciana. La piel le forraba los huesos.
Los seis meses posteriores a la cirugía fueron los más duros para la familia Pulido Tovar. Rosa no podía hacer ninguna actividad sola, dependía de su mamá para alimentarse, para ir al baño, además tuvo que soportar el rechazo de su esposo, pues él la culpaba por no poder tener más hijos. Los primeros dos meses no podía ni soportar el peso de su hija, para amamantarla tenía que pedir ayuda de alguien que la sostuviera mientras Jessica se alimentaba. Dioselina — mamá de Rosa— fue fundamental en el proceso de recuperación de su hija, le preparaba caldo de pollo campesino y jugo de mora con hígado licuado para recuperar los glóbulos rojos.
Con el paso de los años Humberto entendió que su esposa no tenía la culpa y no le quedó de otra que resignarse a no tener más hijos pues, como él dice, “ me casé con Rosa y así será hasta que la muerte nos separe”. Pero Rosa padece las secuelas de no tener su útero y no poder menstruar, pues durante estos trece años siente que su fuerza se debilitó, es más propensa a subir de peso, padece constantes desmayos. Al hablar de las secuelas, el rostro de Rosa se transforma y con la voz quebrada por un llano que teme salir, asegura: “Yo me siento mal, porque siento que me falta una parte de mi cuerpo y a veces deseo tener otro hijo y ya no puedo”.
La familia, tanto la de Rosa como la de Humberto los animaban para demandar al hospital, pues consideraban que había sido una falla médica, que algo no había estado bien. Familiares de ella se acercaron a la Secretaría de Salud de Tunja para recibir una asesoría, pero la respuesta que recibieron no fue alentadora, pues la funcionaria les dijo que no perdieran el tiempo, que el hospital tenía buenos abogados para defenderse.
Humberto por su parte dice: “uno es del campo, como no tiene estudio es ignorante y en ese tiempo no teníamos el dinero para pagar un abogado, por eso dejamos las cosas así”. Por su lado Rosa dice con seguridad: “Dios es tan grande que algún día tendré una recompensa”.