Por considerarlo de interés para nuestros lectores, transcribimos el discurso de la Presidente de la Asociación diplomática y Consular, oradora invitada al grado del pasado 1 de octubre en el Colegio mayor de Nuestra Señora del Rosario, de los estudiantes de las facultades de Ciencia Política y Gobierno, Relaciones Internacionales y Gestión y Desarrollo Urbanos:
Fui invitada a esta celebración para dirigirles unas palabras, a ustedes, graduandos de Ciencia Política y Gobierno, Relaciones Internacionales y Gestión y Desarrollo Urbanos, en este día que probablemente recordarán como un acontecimiento especial en sus vidas. Considero un honor esta invitación. He sido docente, he dictado conferencias y charlas, converso y cantaleteo a mis hijas, pero nunca había sido oradora en una ocasión como esta. De manera que voy a tomar estos minutos para hablarles sobre algunas cosas que estimo importantes.
En primer lugar, deseo hablar sobre esta etapa superada. Este es el cierre, si bien aún inacabado, de una gran parte de su vida como estudiantes; cerca de 20 años de esfuerzos desde el preescolar hasta obtener el título que los acredita como profesionales universitarios listos y dispuestos a enfrentarse al mundo.
Además, es menester hablar de los retos que los esperan y de las nuevas agendas que dominan el mundo. Finalmente, espero cerrar con una reflexión sobre nuestro quehacer como profesionales y como personas.

Antes, debo felicitarlos por el buen término de su vida académica. Se están graduando de la universidad más antigua de Colombia, por la cual han pasado entre otros personajes, Francisco José de Caldas, Camilo Torres Tenorio, Rafael Uribe Uribe, para mencionar algunos que dejaron una huella inmensa en la historia de Colombia.
Ustedes forman parte de una selecta élite intelectual y académica, llamada a dirigir los destinos del país. Y es una selecta élite porque decenas de miles de jóvenes, deseosos de aprender al igual que ustedes, no pudieron lograrlo. No olvidemos que en Colombia, de cada 100 estudiantes que salen del colegio tan solo 48 ingresan a la educación superior y de cada 100 jóvenes que ingresan a la universidad, tan solo terminan 55, eso significa que apenas 1 de cada 4 estudiantes que terminaron su bachillerato logran, como ustedes, terminar la universidad.
Ya nos hemos dado cuenta de lo importante que es terminar la universidad, pero terminarla bien. Recientemente, en España, han tenido que dimitir altos funcionarios por irregularidades en sus títulos de maestría y doctorado. Si aplicáramos eso en nuestro país, muy seguramente los falsos títulos o los diplomas obtenidos con irregularidades dejarían cesantes a más de uno.
¿Qué significa entonces tener un verdadero diploma? ¿Ser parte de esa élite? Implica profundas responsabilidades y exige el mayor de los compromisos.
No puede ser posible que, en Colombia, los escándalos asociados a destacados profesionales de las mejores universidades encabecen todos los días los titulares de periódicos y noticias.
Una simple revisión de prensa nos deja perplejos: los miembros de la élite profesional y académica del país se destacan no solo por sus logros, sino por ocupar los pabellones especiales de las cárceles de Colombia; son egresados de las mejores universidades del país y del extranjero: abogados, economistas, congresistas, politólogos, comisionistas de bolsa, magistrados, empresarios.
Esa no es la élite de la cual queremos que ustedes formen parte.
Ustedes tienen enormes responsabilidades con su familia, con sus amigos, con el país, pero ante todo con ustedes mismos. Terminar la Universidad y obtener su título es un gran paso para construir su vida y contribuir a la sociedad. Y no porque ustedes tengan más derechos que los demás, sino porque tienen más obligaciones, porque ahora están dotados de herramientas adicionales para hacer un mejor país.
Es nuestro deber preguntarnos, ¿cuántos hijos de destacados médicos, de magníficos pintores, de respetados académicos, se desviaron en el camino, cometieron irregularidades y delitos, y terminaron presos o huyendo porque en algún momento de sus vidas sus propios padres y la sociedad entera les hicieron creer que todo les estaba permitido? No quiero mencionar nombres o apellidos, pero estoy segura de que cada uno de ustedes tiene un nombre para el olvido en la punta de su lengua.
Pero ni a ustedes, ni a ninguno de nosotros, esas obligaciones, esos deberes de construir una sociedad mejor, nos da el derecho de buscar solo nuestro propio beneficio. El imperativo ético que subyace al profesional colombiano debe guiarlo en su aporte para superar la noche eterna de las guerras inútiles, de las masacres indiscriminadas, de los libros censurados, de la persecución a los que no son como nosotros, del saqueo a los bienes públicos; la noche, en fin, de los intolerantes y corruptos de todos los pelambres que creen que su trabajo es tan solo lucrarse o censurar, y que se aferran a sus privilegios esperando que estos sigan retardando el amanecer de una verdadera democracia para nuestro país.
Este es un país biodiverso y la nuestra una sociedad cada vez más compleja. Respetar esa diversidad y esa complejidad, contribuir al desarrollo de las nuevas ciudadanías, trabajar por una sociedad más incluyente y equitativa, luchar por la protección de nuestros semejantes, del medio ambiente, de los recursos, de los ecosistemas, es parte de la agenda que emerge con fuerza en las actuales circunstancias.
Es cierto que existen grandes nubarrones en el horizonte: la xenofobia, el racismo, el rechazo a los extranjeros, la persecución a los migrantes, la intolerancia religiosa, la violencia contra las mujeres, contra los homosexuales, contra los diferentes, contra los reinsertados, contra las minorías étnicas, contra los niños y niñas.
La agenda mundial pasa por la lucha entre la globalización o el unilateralismo; la cooperación o la confrontación; la explotación irracional de las riquezas o la protección del medio ambiente y el desarrollo sostenible; la distribución de los beneficios del progreso o la acumulación enfermiza y la terrible desigualdad; la democracia o los autoritarismos de todos los estilos; el egoísmo o la solidaridad.

Ustedes son parte de esa agenda y al comenzar su vida profesional tendrán que tomar decisiones: o se la juegan por la vía del progreso con base en la solidaridad, el respeto a la diferencia, la tolerancia y la ética, o se sumergen en el abismo sin fondo de sus propios privilegios y pasiones.
Mi reflexión final:
Cuando me pregunto qué tipo de profesional quisiera encontrar, incluso en mis propias hijas cuando se gradúen de la universidad, si es que deciden seguir la ruta de una educación superior formal, empiezo a buscar las palabras que mejor definan el tipo de profesionales que la sociedad necesita. Dice la mayoría que la sociedad necesita grandes empresarios, destacados funcionarios públicos, científicos, investigadores especializados, abnegados maestros, exitosos profesionales. Sin embargo, cuando reviso en lo que se ha convertido parte de nuestra élite profesional y académica, solo encuentro una palabra que definiría el tipo de profesional que Colombia requiere: Colombia necesita de profesionales ÉTICOS.
¿Acaso importa ser el más destacado empresario, el mejor funcionario, un renombrado juez, o el cotizado asesor, si no hay unos criterios éticos que guíen nuestro actuar?
Recuerdo que algún empresario delincuente condenado a prisión dijo en una entrevista que la corrupción era una condición natural del hombre, pues no lo creo; no lo es.
Yo les pregunto a ustedes: ¿La decencia y la ética son cosa de un pasado ideal e inexistente? ¿Es mejor ser buen profesional aunque se cometan algunos delitos para lograrlo? ¿Está permitido saquear los recursos públicos porque es una práctica común? ¿Podemos mentir en nuestras hojas de vida o inventar títulos que no tenemos para obtener un mejor sueldo? ¿Podemos plagiar nuestra tesis con tal de obtener el grado? ¿Debemos sobornar a un empleado público para obtener el contrato que queremos? ¿Podemos, en fin, hacer lo que sea necesario para beneficiarnos de cualquier forma, traicionando nuestros principios, a nuestros amigos y colegas, a quienes debemos nuestro servicio y a nosotros mismos?
Se ha hecho común practicar el refrán de que el fin justifica los medios, de que si no es ilegal, aunque sea antitético, no hay porqué sonrojarse. Esta actitud y su aceptación social nos condenan a una vida sin ética, sin principios y sin decencia.
La ética es una construcción diaria, es el respeto por las normas aunque no nos gusten, el respeto por el diferente aunque yo no sea como él; empieza por no colarse en las filas y termina por no intentar sobornar a nadie o pedir tajada por lo que debo o no debo hacer. Esa construcción diaria nos debe llevar a decir como hacen los alcohólicos cada día: “hoy seré una mujer decente, hoy seré un hombre decente, apegado a mis principios y a mi ética”.
La ÉTICA es una palabra femenina pero de género universal: Hay que regarla a diario como las plantas, hay que protegerla como al agua, hay que cuidarla como a los bebés. No admite medias tintas pero sobre todo hay que practicarla y hacerla visible en cada acto.
Imagino que todos ustedes habrán leído “El Retrato de Dorian Grey”, la magnífica obra del poeta Oscar Wilde sobre la vida de un hombre descompuesto, cuyos vicios y corrupción afectaban al cuadro que le habían pintado, más no a él, por lo cual debía esconderlo de las miradas ajenas. Yo en cambio espero que, cuando ustedes y yo misma lleguemos a nuestros días finales, podamos mirar con orgullo nuestros retratos de juventud, y que las arrugas en nuestros rostros sean el resultado de una vida plena y decente, una vida en la que tengamos poco que esconder, y si algo escondiéramos, que llegue a ser por pudor, no por vergüenza.
Finalmente, queridos jóvenes, hoy en su grado, les deseo suerte, y por favor, no dejen de lado la decencia, no traicionen sus principios, y vivan con ÉTICA. Felicitaciones y muchas gracias por su atención.
- Margarita E. Manjarrez. Abogada egresada de la Universidad de los Andes en Bogotá., con maestría en Análisis de Problemas Políticos, Económicos e Internacionales Contemporáneos de la Universidad Externado de Colombia. Embajadora de Carrera. Ha ocupado diversos cargos en la Cancillería y se ha desempeñado como Cónsul de Colombia en Nueva York, Estados Unidos, Consejera en la Misión de Colombia ante la OEA, Washington DC, y Cónsul de Colombia en Berlín, Alemania.