Ese extraño oficio llamado Diplomacia

Publicado el Asociación Diplomática y Consular de Colombia

NUEVAS AGUAS INTERNACIONALES*

El presidente electo ha sido parco al abordar temas internacionales. No dejó duda alguna de que la acción internacional del Estado será consonante con el cumplimiento y la implementación de los acuerdos de paz. El nombramiento del abogado Álvaro Leyva, a quien nadie le puede negar su vocación por los procesos de paz, es una prueba elocuente. Parece la persona indicada en el momento indicado. La comunidad internacional miraba con muy malos ojos el incumplimiento de los compromisos del Estado y el asesinato sistemático de campesinos, desmovilizados y líderes sociales o activistas de derechos humanos.

Señaló también un rumbo y un curso prioritario de acción internacional: el cambio climático. Colombia intentará liderar todos los esfuerzos en la arena internacional para que esta amenaza contra la existencia misma del planeta sea enfrentada en toda su dimensión; no con meras palabras y promesas. Podemos aspirar a que no se impondrán la fumigación ni el fracking y que se perseguirán en lo interno y en lo internacional los delitos ambientales como la tala indiscriminada, el vertimiento de residuos tóxicos, el tráfico de especies. La idea de designar como embajador en Washington al ingeniero y exministro de Ambiente Luis Gilberto Murillo es excelente. Manda la mejor señal.

El gobierno tendrá oportunidad de considerar si el reclamo del Tesoro Quimbaya a España tiene razón de ser. Fue un regalo hecho por Carlos Holguín Mallarino, quien había sido plenipotenciario en España ante la corte de la reina regente María Cristina de Habsburgo – Lorena. El laudo arbitral sobre límites entre Colombia y Venezuela fue emitido por la misma reina regente en 1891. En 1892 Holguín Mallarino ejercía la presidencia y en nombre del gobierno de Colombia obsequió a la Corona de España las piezas que habían sido enviadas a Madrid para ser exhibidas con ocasión de la celebración de los 400 años de la llegada de Colón al Continente. Nadie nos las arrebató; fue un gesto voluntario. Seis décadas más tarde otro Holguín, Juan Uribe Holguín, le envió una nota diplomática al embajador venezolano para declarar que Colombia “no objetaba” la soberanía venezolana sobre los islotes de los Monjes… que eran una anexidad de la Guajira. Nunca hemos reclamado esa posesión.

Con el reino de España también se tendría que lograr un rápido acuerdo para proceder de inmediato a la extracción del galeón San José. Si existe tan fantástico tesoro bajo el mar, como han proclamado varios gobiernos, no tiene lógica alguna que desaparezca en el lecho marino. Si hay que otorgarle un porcentaje a una empresa de rescate, es algo justo; y si hay que reconocerle al reino de España el derecho a que ciertos elementos de un buque de Estado le sean devueltos, pues tampoco hay que negárselos. Todo cabe dentro de una negociación. Si los expertos se oponen entonces acudamos a un arbitraje internacional. Lo único que no podemos hacer es dejar que pase más tiempo sin actuar.

Como pilares de la diplomacia futura el próximo incumbente agregó la integración latinoamericana y todo el proceso de desarrollo progresivo de normas y principios internacionales sobre derechos humanos, solidaridad internacional, inmigración, conservación del medio ambiente, equilibrio de género… en fin, la moderna concepción del mundo. El anuncio de un exmagistrado progresista y de celebrada trayectoria profesional como jefe de la Misión Permanente ante la OEA es indicio muy promisorio de que retornaremos a respetar los sagrados principios y propósitos del sistema interamericano.

La integración latinoamericana fue el sueño de Bolívar y la obsesión de estadistas como Alberto Lleras Camargo y Carlos Lleras Restrepo. Tras un despegue ruidoso, jalonado por esa locomotora que era Lleras Restrepo, todo se diluyó. Los organismos creados para impulsar la meta fueron detonados, y de sus cenizas no queda sino una burocracia voraz e inservible. Un relanzamiento de la integración latinoamericana es la meta más seria y racional para una nueva orientación de nuestra diplomacia. Soñábamos con la integración y la fuerza del bloque regional; pero nos despertamos ahogándonos en los mares de la globalización, la mundialización y el libre comercio. En buena hora volvemos a transitar por el sendero que nunca debió abandonarse. Esa soñada integración regional debe englobarse en otra unión fraternal, la unidad hispanoamericana, realizada sobre el ideario de una nacionalidad común y reglas de solidaridad continental en todos los órdenes. Los problemas son complejos; las soluciones, simples.

Algunas posiciones pueden revaluarse. A la República Árabe Saharaui Democrática habría que reiterarle el reconocimiento y mantener la posición de que son los saharauis los que deben definir su destino en un referendo. Nunca se ha debatido en el Congreso por qué no ratificamos la Convención del Mar de 1982. Estamos en mora de ratificar cuanto antes el Convenio de Escazú; y hay que cumplir la promesa de presentar una nueva declaración de aceptación de la jurisdicción automática de la Corte Internacional de Justicia, bajo condiciones de reciprocidad.

El presidente electo ha esbozado que con los Estados Unidos iniciará diálogos amistosos para revisar, si así conviene, el tratado de libre comercio (TLC), y para precisar los mecanismos de la extradición. El TLC en realidad se denomina Acuerdo de Promoción Comercial, y fue aprobado en lo interno por una ley hueca, que no incluye el texto del mamotreto, pero si unas “cartas y entendimientos”, que no son más que notificaciones unilaterales de la contraparte (Ley 1143 de 2007). Para saber qué compromisos concretos adquirimos hay que acudir al Departamento de Estado de los EE. UU., que tiene su propia versión del Plan Colombia y en donde consideran plenamente vigentes tanto el tratado de extradición de 1979 como el acuerdo de bases militares firmado en 2009, que a los diez años se prorrogaba por igual término.

Como todo acuerdo comercial, el TLC es de naturaleza temporal y es revisable. En cuanto a la extradición, las cosas son claras, aunque nadie las quiera ver en el país: hay un tratado vigente, y todo tratado es la expresión de una identidad de pareceres. Ambos países tienen que definir si lo rescinden o reforman. La aplicación unilateral que opera actualmente es una aberración absoluta. Consiste en que los derechos y garantías que la Carta otorga a  los nacionales se esfuman ante la presentación de un “indictment”. Así no más.

Entre expertos y peritos hubo coincidencia en cuanto a que es necesario buscar una apertura con Venezuela, y que el ramo diplomático debe ser manejado con profesionales que representen a la Nación toda y no a un interés político o un gobierno de turno. Los embajadores que se anticiparon a renunciar en público actúan como si no representaran al país sino a sus propios intereses. Sólo cuando hay una ruptura del orden constitucional o un desvío dramático en el manejo del Estado es cuando los embajadores presentan renuncia pública. Un diplomático de escuela entiende que su misión es servir con lealtad a su país; no a un gobierno de turno.

El futuro canciller es curtido en lides, persona de dilatada trayectoria, un obstinado y activo defensor de los procesos de paz, siempre consecuente con sus ideas. Heredará dos asuntos ásperos, ambos marítimos, con Nicaragua y Venezuela. Antes de aventurar opiniones hay que darle al nuevo responsable de la diplomacia tiempo para que se imponga de todos los antecedentes y se provea de los máximos elementos de juicio. Ya sabemos que existe disposición para respetar los fallos de la Corte Internacional de Justicia; y eso es bueno para todos.

Tras la jornada electoral florecieron como en una vibrante primavera expertos en todo lo internacional. Llueven las propuestas y caen como granizo los nombres de candidatos para cada tarea. Es loable que exista inquietud por los rumbos de nuestra diplomacia; pero, sin embargo, hay que recordar que el tacto, la prudencia, el sentido de oportunidad, virtudes cardinales del diplomático de escuela, aconsejan que al nuevo canciller no se lo deslumbre con exposiciones que podrían tomarse como intento de marcarle pautas y normas.

Las tres formas de terminar en los infiernos, según sabios de la época del ruido, eran los caballos lentos, las mujeres rápidas y creer en los expertos, siendo la única inexorable:  creer en los expertos.

Los seres agrupados en cualquier arte, oficio o actividad tienden a hacerse fastidiosos. A los artistas y poetas les acomodó Horacio la etiqueta de “linaje irritable” (genus irritable vatum). Notables escritores reniegan con frecuencia de las academias y rezan al Señor para que nos libre de ellas. Cicerón toleraba a los Senadores, pero trató al Senado de bestia feroz: “¡Senatoris boni viri, Senatus autem mala bestia!”. Sir Henry Wotton, embajador inglés en Venecia, quiso dejarle a un amigo un proverbio ingenioso, escrito en un libro de autógrafos (1604): “Legatus est vir bonus peregre missus ad mentiendem rei publicæ causæ”, traducido “diplomático es un buen hombre enviado a mentir por la República”. Su desafortunada ironía fue utilizada con malicia para hacerlo caer en desgracia y de paso cuestionar la diplomacia.

La transmisión de mando será seguida con interés en el mundo entero, y por ello mal hacen los medios con sus especulaciones sobre el reconocimiento de las fuerzas armadas al nuevo presidente. La Carta subordina los cuerpos armados al jefe del Estado; no al contrario. El presidente Petro no tiene por qué marchar al son que le toquen los militares; ellos marchan al son que toque el gobierno civil. Coca Cola mata tinto, decimos los del vulgo… y, consecuencialmente, Ferragamo mataba Zapateiro.  Mi general, en lugar de pedir la baja, si quería retirarse, se adelantó a renunciar a los gritos, sin siquiera un ¡AJÚA! de despedida.

*José Joaquín Gori Cabrera. Embajador de Carrera (r), doctor en jurisprudencia de la Universidad del Rosario, especializado en Derecho Internacional Público de la misma universidad; egresado del Foreign Sevice Programme de la Universidad de Oxford y catedrático de derecho de los tratados y derecho internacional.

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