LO PERDIDO CON LA MUERTE DEL ABUELO BOLÍVAR
Según el informe sobre pueblos indígenas en Colombia, realizado por la ONIC y el Centro de Memoria Histórica en el año 2019, de los 102 pueblos indígenas que existen actualmente, 70 están en riesgo inminente de ser exterminados: 31 en riesgo por número de población y 39 en riesgo de exterminio físico y cultural. Es decir, casi el 70% de ellos (Portal digital Tiempos de Vida y Muerte https://memoria.onic.org.co/).
El abuelo Antonio Bolívar probablemente fue uno de los primeros infectados por el COVID-19. Vivía a media cuadra de la frontera de Colombia con Brasil. La pandemia creció en silencio y con celeridad en la vecina Tabatinga, una ciudad gemela de Leticia, donde los leticianos solían abastecerse. Las autoridades municipales y departamentales del lado colombiano aún no declaraban la alerta en la capital del Amazonas hasta que fue muy tarde para él.

Lo que se pierde con la muerte del abuelo Antonio Bolívar es mucho más que lo aportado al arte mundial y al cine colombiano por su participación en la película nominada al Oscar “El Abrazo de la Serpiente”. En el año 2016, cuando yo era Cónsul de Colombia en Tabatinga, me di cuenta de que don Antonio vivía a media cuadra de la frontera con esta ciudad. Fui a verlo acompañado por mi ahijada, que era -como él- miembro de la comunidad Okaina. Lo visitamos en la parcialidad del Kilómetro 7.
Queríamos hacerle un homenaje que después se embolató por los muchos compromisos que él tenía, debido a los triunfos de aquella película, y que nos convencieron de que ya no necesitaba reconocimientos. Del Amazonas, ya se había convertido en un símbolo.
Aquel día, hablamos de Anastasia Candre, la investigadora y poeta okaina. Él Recordó la historia trágica de los Okainas, que en conjunto con otras comunidades como las de los Boras, Muinanes, Andoques, Murui-Muina, entre otros, fueron desplazadas hacia el Perú en los tiempos de las caucherías, en particular con dirección a la zona del río Ampiyacu. Allí floreció un complejo cultural de la Gente de Centro, nombre con que se conoce a todo el grupo de importantes culturas en torno de Chorrera y del asentamiento llamado Cordillera.
Me interesaba entrevistarlo porque veía en él al hombre que podía moverse con propiedad en espacios globales y en espacios locales, e igualmente en un plano intercultural. Ese día, además, descubrimos muchas otras de sus facetas y salimos con la sensación de que don Antonio era un sabedor cuyo conocimiento estaba siendo subestimado, excepto por algunos pocos con la agudeza mental para valorarlo. El abuelo era polifacético: un sabedor sencillo que luchaba por el Amazonas, por la naturaleza. Poseía mucho sentido del humor y enseñaba de manera didáctica a los turistas sobre el territorio amazónico. Contaba con una gran capacidad de adaptación y una experiencia amplia para resolver problemas de selva y de ciudad, dado que vivía en un barrio urbano pero, igualmente, en una parcialidad del Resguardo ticuna-huitoto. Contaba con experiencias de su vida en el Putumayo, donde se había criado; en el Brasil, donde había trabajado como “capinador”, es decir como cortador de maleza en las fincas; y en Leticia, una ciudad intercultural.

Pocos repararon en toda la sabiduría que un hombre como este guardaba, , indispensable para las futuras generaciones.
Dos temas recuerdo de aquella tarde:
Sus muchos conocimientos de botánica, de los cuales se iban perdiendo los conjuros y las palabras sagradas con que los indígenas a menudo acompañan la aplicación de los principios activos de las plantas:
-“Yo sé 36 clases de preparación de raíces, – me dijo- , de cortezas, de hojas, de aceites para ciertas enfermedades. A lo que no llego es a la espiritualidad. Lo que yo digo es que un rezandero coge un poco de agua, le echa albahaca y comienza; yo le escucho, pero no le entiendo… porque, ¿qué palabra espiritual está colocando allí…?”-
También hicimos remembranza acerca del destino de su pueblo tanto como del de su lengua. Como se sabe, los Okainas están en peligro de extinción y en Colombia existen menos de 200 miembros, unidos por lazos familiares con otros grupos, o reetnizados. Los abuelos que conocen la lengua en el Perú y en nuestro país no superan los cuarenta, por lo que esta lengua está a punto de desaparecer si no se realiza un esfuerzo institucional e intergeneracional con la participación de los mismos indígenas.
El abuelo señalaba en esa tarde que “ahora no sabemos el nombre de la uva (en lengua okaina). La hoja verde nueva tiene nombre; las hojas de más abajo y maduras tienen nombre; la corteza tiene nombre; el tronco tiene nombre; la cascara tiene nombre; las raíces tienen nombre. Si no lo conocemos todo, ¿cómo se puede renacer? No todo será posible salvarlo, ¿a quién le voy a preguntar si mi abuelo ya murió? [1]”
El abuelo Antonio percibía con angustia el impacto negativo del cambio en las circunstancias, la convivencia multiétnica y el desarraigo, por los cuales los conocimientos propios se van perdiendo.
“¿Con quién voy a hablar Okaina si estoy en medio de ticunas? -Me preguntaba. Ya no tengo con quien hablar, mi lengua se ha ido desvaneciendo. Ya cuando tú me hablas quedo pensando qué será lo que me estás diciendo, no sé qué es ¿Qué quiere decir? Lo escucho pero no lo comprendo, ni lo entiendo; entonces le digo ¡qué lástima usted está acá y yo estoy allá lejos¡ ¿Qué vamos hacer?… Ya nuestra raza se perdió; ya no somos muy originales, tampoco; ya nuestros abuelos y abuelas -que conocían todos los nombres, desde el de una hormiga hasta el de un elefante- ya no están. La medicina de la selva, ¿cómo se usaba?, ¿cómo se preparaba?, ¿cruda, cocinada, en sahumerio o en pomada?… Hoy no lo sabemos…”
El abuelo Antonio se fue diluyendo poco a poco. el 30 de abril su salud no aguantó. Quizás no sabía que su cuerpo se enfrentaba a un demonio desconocido, como el que enfrentaron sus ancestros. Las administraciones del Departamento y el Estado conocen lo que ha acontecido con los dineros públicos perdidos y relacionados con la salud del Amazonas, de la corrupción no escapa ningún departamento. El abuelo ahora ya está muerto, pero pudo haber vivido y enseñado más si el sistema de salud hubiera sido mejorado a tiempo y los cómplices de la malversación histórica no siguieran en la impunidad. Su partida constituye una pérdida para el patrimonio de Colombia y de la humanidad, su pueblo y sus conocimientos dan un paso más en el camino hacia la extinción y muchos políticos de profesión ni siquiera se dieron cuenta de ello. La última vez que lo vi, andaba con un caminador artificial. Había caído de un árbol y se había lesionado la espalda. Nos miramos desde lejos, sin imaginar que el final llegaría tan pronto.
*Germán Grisales es Ministro Plenipotenciario de Carrera Diplomática. Ha sido Cónsul de Colombia en Tabatinga. Sociólogo y Arquitecto. Doctor en Antropología Social (EHESS, París) y en Estudios Amazónicos de la Universidad Nacional de Colombia. Este documento fue realizado con base en apartes de su tesis doctoral sobre Estudios Amazónicos.
[1] Entrevista de febrero de 2016, en compañía de Flor Isabel Candre kañube, próxima psicóloga del mundo okaina.