Ante un nuevo aniversario del deceso de José Joaquín Gori Leiva repito extractos de un escrito hecho cuando cumplió un año. Octubre nos trae tristeza, pues el 15 cumpliría años Ricardo, mi hermano, quién falleció el 22 de julio pasado.
Hasta el último momento mi padre conservó su plena lucidez y mantuvo su inquebrantable fe católica. Dedicó su vida entera a la causa del país, como nación y como democracia. Y fue la vida más fértil y productiva que pueda obtenerse de una persona. Más de 80 años de participación como seminarista, primero; luego como abogado, académico y servidor público, más que nada diplomático profesional. Pues la diplomacia la ejerció como ciencia rigurosa, entrenado como estaba en el estudio de los clásicos, en el conocimiento íntimo de los dogmas de la Iglesia Católica y en el estudio profundo del derecho. Quiso la providencia que contrajera matrimonio con una persona que abundaba en los condimentos que faltaban para que la diplomacia también la pudiera practicar como arte: ella, mi madre, tenía gracia, donaire, espontaneidad, alegría y perspicacia. La recordamos hoy también: Lola Cabrera, chilena.
Al momento de su deceso mi papá era el decano universal de los diplomáticos, y si considera que estaba notablemente lúcido y que no se quejaba de enfermedad alguna creo que la historia algún día deberá hacerle algo de justicia. El país al que sirvió hasta el último día creo que ni se enteró de su fallecimiento; y menos los medios, que crean y destruyen ídolos de barro.
En este nuevo aniversario agrego que inició su carrera en el conflicto de Leticia, y luego participó en la negociación de todos los tratados terrestres de límites, en la creación de la ONU y en la adopción de la Carta de la OEA en Bogotá. Casi pierde la vida en el Bogotazo. Como secretario general Adjunto de la delegación colombiana fue quién ideó y coordinó que la Novena Conferencia Panamericana que adoptó la Carta de la OEA se celebrara en los salones de un colegio, el Gimnasio Moderno, dado que las instalaciones que con extraordinario esmero preparó Colombia habían sido arrasadas. Me comentaba que la conferencia transcurrió tan fluidamente bajo la batuta del canciller Eduardo Zuleta Ángel que cuando llegó el momento de la firma de la Carta de la OEA, el documento no se había logrado imprimir. Acudieron a presentar las hojas con nombres y antefirmas de los delegados, todo en una elegante carpeta de cuero vacía. Se firmó en blanco.
Sobre todos los asuntos internacionales del país dejó escritos para el Alto Gobierno. Nunca los divulgó, pero lo que puede deslizarse es que lo que opinaba sobre las negociaciones con Venezuela, sobre la toma de la embajada dominicana y del Palacio de Justicia, o sobre las reclamaciones de Nicaragua, era el producto de quemarse las pestañas para reunir elementos de juicio y presentar siempre un análisis integral, lleno de consideraciones de largo plazo. El desarrollo de los acontecimientos ha demostrado que le asistía razón en cada cuestión que expuso.
Su obsesión fue el servicio exterior. Concebía el ramo diplomático como el instrumento esencial para la defensa de los intereses nacionales, paralelo a la milicia, cada uno en su órbita y devoción por la causa. Los estatutos que le dieron cuerpo legal a la carrera diplomática estaban diseñados para preparar una elite seleccionada por concurso en el que la primera regla era que el origen, género, orientación sexual, raza o cualquier otra particularidad de los concursantes no influía, pues eran anónimos. Lo que interesaba, en sus palabras textuales, es que tuvieran madera para diplomáticos. No hay blanquitos ni estirpes feudales en el servicio diplomático colombiano. Buenos o malos, los colombianos somos como un refinado “blended” whisky, producto de una sutil mezcla. Y este elixir no produce gastritis.
*José Joaquín Gori Cabrera. Embajador de Carrera (r), doctor en jurisprudencia de la Universidad del Rosario, especializado en Derecho Internacional Público de la misma universidad; egresado del Foreign Service Programme de la Universidad de Oxford y catedrático de derecho de los tratados y derecho internacional.
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