“Somos extranjeros en este mundo.
Venimos del reino de las sombras”.
Joseph Roth, Fuga sin fin (1927)
En 1986 Manfred Max Neef, economista, escritor y político chileno, quien fue merecedor del Premio Nobel Alternativo por su propuesta de un desarrollo a nivel humano, estuvo en Colombia en la primera temporada de actividades del Colegio Verde de Villa de Leyva. En su intervención ante los asistentes a uno de los paneles, dijo que como economista siempre había querido saber cómo sería realmente describir, desde la literatura, una situación social de empobrecimiento y quiebra económica de una región. La respuesta: la impecable semblanza que hizo el Maestro Gabo, en Cien Años de Soledad, sobre la crisis que acabó con la bonanza vivida en la Zona Bananera, a finales de los años veinte.
Tomando el ejemplo de Max Neef, esa pregunta se podría extrapolar a las Relaciones Internacionales para poder identificar, a través de la pluma de un gran cronista, un momento significativo de la historia del mundo. El escritor se llamó Joseph Roth y el momento, la desintegración del Imperio Austro-húngaro al finalizar la Primera Guerra Mundial.
Moses Joseph Roth había nacido en 1894 en Brody, ciudad de la región conocida entonces como Galitzia, ubicada justo en la línea fronteriza del Imperio de los Habsburgo con Rusia. Proveniente de familia judía de clase media baja, terminó estudiando la carrera en Viena, la capital imperial, donde se dedicó al periodismo y la literatura. Fue considerado uno de los periodistas más influyentes y leídos de la época en la Europa Central y un consagrado escritor. Dicen sus críticos que tanto en sus crónicas para distintos periódicos, así como en sus libros, hay una mezcla de poesía en prosa, así como también mucho de humor negro y, en diversos pasajes, gran desesperanza. Son textos con descripciones esenciales para comprender la realidad de ese momento de inicios del Siglo XX, del vacío que vivió una generación que, como la del autor, se quedó de un día para otro sin el mundo vivido hasta entonces.
“Karl Kraus y Robert Musil, Hermann Brosch y Joseph Roth encarnan la preocupación por entender el impulso, a un tiempo constructivo y destructor, de la cultura austro-húngara; quieren entender por qué fue un acorde crepuscular del fin de un mundo”. Esto escribe José María Pérez Gay en su libro El imperio perdido, en el cual recoge la visión de cuatro importantes escritores centro europeos, que vivieron y recrearon en sus obras dicho momento. De ellos, es tal vez Roth a quien este hecho marcó con tinta indeleble en su vida personal y profesional. En los años previos a su muerte, lleno de deudas, completamente alcoholizado y habiendo vaticinado desde 1932 lo que se abatiría sobre Europa con el ascenso de Hitler al poder, se había convertido en un ferviente defensor del retorno de los Habsburgo al trono en Austria. Como escribiría Soma Morgenstern, amigo desde la infancia y quien en el libro Huida y fin de Joseph Roth, dejó un testimonio de primera mano, al decir que “su monarquismo estaba basado solo en la veneración que sentía desde su infancia por el Emperador Francisco José”. Esa veneración, sin lugar a dudas, permea buena parte de su obra.
Con la atomización del Imperio, Joseph Roth se quedó, literalmente, sin pertenencia. Brody, su ciudad natal que había hecho parte de Polonia, con la recomposición geopolítica al terminar la Primera Guerra, pasó a pertenecer a Ucrania. El escritor y periodista quiso entonces asumir la ciudadanía austriaca, y tuvo que esperar nueve largos años a que se la concedieran. De allí que iniciara un exilio del cual nunca quiso regresar, menos aun después de que los nazis se anexaran Austria.
Uno de sus libros más conocidos, La marcha Radetzky (1932), relata la historia de tres generaciones vinculadas de una u otra manera no sólo al Imperio, sino a su último Emperador, Francisco José. Es un pasaje el autor dice, a través de uno de sus personajes, que “este imperio está llamado a desaparecer. En cuanto nuestro Emperador cierre los ojos, se quebrará en mil pedazos. Los Balcanes serán más poderosos que nosotros mismos. Cada pueblo erigirá sus pestilentes y pequeños estados, incluso los judíos proclamarán un rey en Palestina. En Viena ya apesta al sudor de los demócratas (…) los obreros enarbolan banderas rojas y no quieren trabajar más.”
En el cuento breve El busto del emperador (1935), se describe la angustiosa historia del conde Franz Xaver Morstin, quien era “… uno de los nobles más y puros tipos del austríaco sin más, es decir: un hombre por encima de las nacionalidades y, por consiguiente, un auténtico noble”. El conde, acorde con su título y sus responsabilidades fue como Oficial a la Gran Guerra, y cuando regresa derrotado a su casa, o a lo que esta fue, se siente como un completo extraño. En un pasaje claramente autobiográfico, Roth se describe a sí mismo, tras su propio retorno de la conflagración bélica, en la cual participó, al decir: “ahora todo el mundo, en todas partes, habla de la nueva patria. A sus ojos soy lo que llamarían un apátrida. Siempre lo he sido”. Obligado a abandonar sus tierras y las posesiones que le quedan, el Conde decide irse con sus pocas pertenencias y su bien más preciado, un busto del Emperador Francisco José, cruel metáfora de su peregrinar por diversos lugares, llevando consigo el testimonio de un pasado glorioso. “Era la sociedad que, en todas las capitales del –en general, vencido- mundo europeo, irreversiblemente decidida a vivir de la carroña, criticaba el pasado, saqueaba el presente, y proclamaba un glorioso futuro con boca saciada y, sin embargo, insaciable. Esos eran los dueños del mundo después de la guerra”. Al final, Morstin se verá obligado a enterrar, con honores, el busto y va a terminar sus días en la Riviera francesa. Su espíritu, sin embargo, yacía enterrado junto al busto del emperador.
Otra de sus novelas esenciales es La cripta de los Capuchinos (1938), publicada un año antes de su muerte. Es un texto que refleja, como pocos, toda la tristeza, frustración, nostalgia y rabia por lo que pudo seguir siendo y no fue nunca más. Como se describe en la contraportada de la edición de Acantilado de 2002 “es tanto la novela del declive a Austria como estado soberano –la finis austriae– como la desaparición del talento narrativo de Roth y su capacidad y precisión de observador han convertido esta novela en una obra de referencia inexcusable”. Así es. La Cripta de los Capuchinos es el lugar en Viena en el cual está sepultado el Emperador Francisco José, así como la Emperatriz Sissi, asesinada en Ginebra, y el Archiduque Rodolfo, quien aparentemente se suicidó por amor en Mayerling.
Podrían seguirse incluyendo citas y reseñas de su gran cantidad de artículos y novelas que demuestran hasta dónde su obra es un testamento indispensable para comprender ese momento de la Europa de la primera mitad del Siglo XX. Sea esta una invitación a quienes quieran sumergirse en las aguas de la deliciosa escritura de un periodista y novelista que dejó un testimonio invaluable para la propia historia de la historia, a través de su no bien valorada prosa.
*José Luis Ramírez León. Abogado egresado de la Universidad Autónoma de Bucaramanga. Especialista en Desarrollo y Relaciones Internacionales. Ha ocupado cargos diplomáticos y ejercido como periodista, profesor e investigador. Actualmente al frente del departamento de Recursos Humanos en la Organización de Estados Americanos-OEA-