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¿Cómo sembrar café y al mismo tiempo evitar que el agua se acabe?

La Federación de Cafeteros invirtió 35 millones de euros para que 11.000 familias que dependen del café entiendan que su supervivencia es inviable si no cuidan el agua que las abastece.

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1.500 técnicos, ingenieros y trabajadores sociales recorrieron las fincas de 11.000 familias par echar a andar el proyecto. / Cortesía “Manos al Agua”

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Por: María Paula Rubiano
Periodista Blog El Río y El Espectador

En 2012, científicos ingleses y etíopes le pusieron fecha a la extinción del café. Para el año 2080, las variaciones extremas de las temperaturas pondrían en peligro entre el 65 y el 100 % de las tierras donde hoy se cultiva. El café arábigo, dijeron, necesita laderas tranquilas, con temperaturas estables y la medida justa de agua: ni mucha, ni muy poca.

Poco antes de que los etíopes e ingleses lanzaran su estudio, los campesinos colombianos sufrían los últimos aguaceros del fenómeno de La Niña de 2010, que se coronó como el peor de la historia del país según el Ideam. La humedad en el ambiente hizo que la roya atacara las matas más viejas, llenando de ronchas sus hojas y haciéndolas improductivas. La producción de café bajó 30 % ese año.

Cuando los cafeteros apenas levantaban la cabeza, el 2015 los recibió con el calor sofocante de El Niño. Según la Unidad Nacional de Gestión de Riesgos, 367 municipios del país se declararon en calamidad pública. En las fincas cafeteras empezaron a surgir conflictos por el agua: una encuesta de Fedecafé señaló que en Nariño, 75% de los campesinos dijeron haber presenciado peleas (desde palabras hasta pleitos legales) por agua. Con las altas temperaturas, el ciclo de vida de la broca se hizo más corto, es decir, se reprodujo más rápidamente. Hubo departamentos en los que se perdió la mitad de la cosecha.

Por eso, Fedecafé se puso a pensar cómo garantizar la supervivencia a futuro de las 563.000 familias que hoy dependen del grano. No sólo empezaron a sustituir aquellas plantas vulnerables a las plagas (en ese entonces, el 70 % de los cultivos), sino que se dieron cuenta del papel central que tiene el agua en su producción. De hecho, la caficultura es uno de los cultivos que más huella hídrica tienen, junto a la caña y la palma de aceite.

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El proyecto se implementó, durante cinco años, en 25 microcuencas en cinco departamentos distintos. / Foto: Cortesía Manos al Agua

A la idea que se les ocurrió le pusieron “Manos al Agua” y en 2013 se ganaron su primer premio Planeta Azul, que otorga el Banco de Occidente a las mejores iniciativas para conservar el agua en el país. Después de eso, consiguieron los aliados que necesitaban para hacerlo realidad: la Agencia Presidencial para la Cooperación Internacional, el Gobierno de Holanda y la empresa privada, representada en Nescafé, Nesspreso y Nestlé. Este año, después de haber invertido €35 millones y de haber recorrido fincas en Cauca, Valle, Nariño, Caldas y Antioquia, se subieron al podio y recibieron el tercero.

Lo primero que hicieron fue definir las 25 microcuencas en cinco departamentos donde el proyecto podría tener mayor impacto, pues allí ya habían adelantado procesos de cadena de valor y sostenibilidad. Además, después de trazar con exactitud los nacimientos en los mapas, eligieron las fincas cuya cercanía con estos cuerpos de agua era crítica: entre 100 y 200 metros de distancia.

Antes de entrar a terreno, la Federación hizo un trabajo con los campesinos para que entendieran por qué, si bien fueron 11.000 las familias involucradas, sólo se intervendrían 2.697 fincas. “Al final la comunidad entendió que así no estuvieran cercanas los beneficiados eran absolutamente todos”, explica Calderón.

Lo primero que hizo el proyecto fue mostrarles a los cafeteros la importancia de que ellos cuiden el agua de las microcuencas. Y es que en el país no hay ningún otro cultivo que ocupe tanta tierra como el café: casi un millón de hectáreas. Precisamente por eso son uno de los gremios agrícolas que más gasta agua en la parte alta de las cordilleras, cuando a las quebradas y riachuelos todavía les falta un largo camino ladera abajo, donde abastece a otros agricultores y de acueductos veredales.

“Con el proceso, los campesinos entendieron que la microcuenca es el sistema nervioso de todo el territorio”, cuenta Calderón. Empezaron a cerrar la llave en el proceso de beneficio y a utilizarla racionalmente en sus viviendas. Mientras tanto, Cenicafé, el centro de investigación de la Federación, instaló en las fincas sistemas para ahorrar agua a la hora de lavar el mucílago, una “baba” que separa los granos y la pulpa.

Fue así como las fincas más pequeñas pasaron de gastar 20 litros de agua para lavar un kilo de café, a gastar solo 1,5 litros. Las grandes y medianas, que antes necesitaban 40 litros para limpiar un kilo, ahora gastan medio litro.

Pero no bastaba con ahorrar, pues el agua que sale de ese proceso está contaminada. “Instalamos sistemas de tratamientos de aguas residuales en las fincas para evitar ese impacto”, explica Calderón. Además, le pusieron sistemas sépticos y trampas de grasa a cada casa campesina, para tratar las aguas negras y de la cocina.

Al mismo tiempo, grupos de voluntarios (que ya suman 29 en todo el país) sembraban árboles nativos en los márgenes de los riachuelos. Según la Federación Nacional de Cafeteros, ya han restaurado 232 hectáreas en esas 25 microcuencas. En total, el proyecto ha intervenido 41.641 hectáreas de cultivos cafeteros en todo el país.

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A largo plazo, como modelo replicable, el programa podría beneficiar a las 563.000 familias cafeteras agremiadas en la Federación. / Foto: Cortesía Manos al Agua

No obstante, había lugares, como en Cauca, donde los nacimientos estaban más arriba de las fincas cafeteras, y donde otros cultivos llegaban hasta los bordes de quebradas y ríos. Adriana Soto, directora de la organización ambientalista The Nature Conservancy, y quien visitó algunas fincas en Cauca, cuenta que le sorprendió que “no solamente trabajan la restauración de cuencas en las fincas de café con nacederos, sino que liberan las aguas cuenca arriba de prácticas no sostenibles”.

Los campesinos sembraron especies nativas y cuenta Rodrigo Calderón que hoy son más quienes siembran árboles de forma voluntaria que quienes reciben incentivos por manejo forestal. Además, las mujeres de varias microcuencas han hecho campañas de limpieza, en las que han sacado pañales, colchones y hasta inodoros. Varios grupos ya se constituyeron como juntas de acción comunal. Otros están gestionando recursos en los municipios aledaños.

Algunas de esas gestiones ya dieron sus frutos: en Andes (Antioquia), el alcalde aceptó hacer una alianza con Corantioquia para pagarles a más campesinos por los servicios ambientales que prestan al reforestar las márgenes de los ríos.

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El manejo forestal está acompañado de programas para manejo de paisaje, trazo de linderos y protección de las cuerpos de agua, a través de la restauración de suelos y de los bordes de la cuenca. / Foto: Cortesía Manos al Agua

En el nivel central la respuesta ha sido aún más contundente: el DNP ya lo eligió para ser implementado con los cafeteros del Caquetá, como parte de las estrategias para aplicar en el posconflicto, señaló Rodrigo Calderón. Además, la Misión de Crecimiento Verde del país los invitó a las mesas de discusión para aportar con su experiencia en otros sectores agrícolas.

“Les hemos dicho que lo fundamental es que los agricultores entiendan que este tipo de trabajos impactan en su región y su territorio. Y que si se planean grandes proyectos en las macrocuencas, necesariamente deben venir después de una intervención en las microcuencas, porque si no, no se hace nada”, señala Calderón. Por su parte, TNC quiere aliarse con el proyecto para llevarlo a la Sierra Nevada de Santa Marta, para beneficiar a los municipios de Aracataca y Fundación.

“Ellos ya entendieron el concepto de la microcuenca”, puntualiza Calderón. “Ya saben que la fuente hídrica es su sistema nervioso y que si quieren subsistir, deben cuidarla y aportarle”.

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