El necesario regreso del anti-imperialismo en América Latina
El antiimperialismo no es un discurso ni una práctica caducos o añejos del siglo pasado. No. Es una necesidad política en la actualidad, dada la injerencia gringa en América Latina donde busca ejercer control geopolítico y apoderarse de recursos estratégicos para la industria estadounidense, cargándose, de paso, nuestras soberanías y el derecho internacional.
“Queremos un mundo en el que otros mundos sean posibles, y este mundo sea imposible”.
Ramón Grosfoguel.
En el año 2022 el sociólogo puertorriqueño Ramón Grosfoguel publicó su libro De la sociología de la descolonización al nuevo antiimperialismo decolonial (Akal)[1]. El libro es, en realidad, ante todo, una compilación de antiguos trabajos, los más relevantes que ha publicado el autor. Ahí podemos encontrar grandes contribuciones. El tema del “nuevo antiimperialismo decolonial” no es exhaustivamente tratado, pero es fácil saber de qué se trata.
El problema (y la realidad) del antimperialismo resulta clave en estos días (diciembre de 2025) cuando Estados Unidos, en el canto de cisne de su vieja hegemonía, lucha por mantener su posición en la actual transición geopolítica. En la actualidad, China ya lo supera en indicadores de bienestar social, en crecimiento económico, en innovación tecnológica, en estabilidad fiscal, y, ante todo, en su política exterior donde no ha sido imperialista ni belicista. Es cierto que China extrae, como todo el Norte, materias y recursos del Sur global, pero no domina militarmente esos países. Estados Unidos, entonces, yendo contra los principios de la globalización neoliberal, se sumerge en una especie de neofascismo para salvar su estatus, acudiendo a un nacionalismo barato, a políticas xenofóbicas inmunitarias contra los latinos, contra los “países de mierda” que llama Trump, repartiendo aranceles a diestra y siniestra, y se aísla del mundo mientras trata de someter más a la vieja y lánguida Europa, la cual, también, se dirige a una crisis sin precedentes.
En medio de esos delirios del imperio en decadencia, América Latina sufre los embates del moribundo autoritario: amenazas de invasión a Venezuela, e ingerencia militar directa en México y Colombia; Trump interviene en elecciones para mantener una derecha a fin en Argentina y en Honduras, a la vez que comete ejecuciones extrajudiciales en el Caribe a presuntos narcotraficantes, los cuales son asesinados y despojados de los derechos básicos al debido proceso y demás garantías judiciales. Son acciones unilaterales violatorias del derecho internacional. Lo curioso es que estas medidas son aplaudidas por la derecha regional, la cual siempre ha sido arrastrada, reptante, y dispuestas a vender las riquezas nacionales y ceder la soberanía que sea necesaria con tal de tener el beneplácito del amo del Norte. Con esas intervenciones en América Latina, pero también en África, los gringos buscan asegurar recursos para su industria y también para mantener lo que el filósofo japonés Kohei Saito llama, de la mano de Ulrich Brand y Markus Wissen, “el modo de vida imperial”, es decir, el modo de vida que les permite su bienestar a costa de traspasar todas las cargas al Sur Global (huella ambiental, huella material, costos ecológicos, pobreza, desigualdad social, etc.).
Estas, entre otras razones, hace actual el libro de Ramón Grosfoguel, un texto donde él también salda cuentas con todos aquellos que llamándose decoloniales son, en realidad, “coloniales”. No solo porque le hacen el juego al imperialismo, sino porque pretenden salvar, a sí sea a medias, la modernidad misma.
***
Ahora, ¿por qué hablar, en pleno siglo XXI, de un “Nuevo antiimperialismo”? Esto no se entiende si se parte de la equivocada idea de que la Red modernidad/colonialidad era un grupo homogéneo. No. Sus miembros eran bastantes diferentes y siempre tuvieron apuestas teóricas y políticas diversas. Al principio se generó la idea de homogeneidad y concordia debido a reuniones e intercambios permanentes y a las publicaciones conjuntas, etc., pero examinadas con más cuidado las obras de los distintos autores, tal como lo ha hecho Santiago Castro-Gómez desde Colombia, fueron claras todas estas diferencias y la heterogeneidad de la Red. Esto se puso de presente con la situación política venezolana y boliviana, especialmente.
Como dice Juan García Fernández en el Prólogo del libro: “entre 2017 y 2020, tendrían lugar una serie de acontecimientos que fracturarían radicalmente a los autores de la corriente anteriormente llamada Red modernidad/colonialidad. En primer lugar, la batalla de Caracas en relación al golpe de Estado perpetuado por los sectores de la oposición de derechas lideradas por Juan Guaidó, presidente electo de la Asamblea General, y autoenvestido presidente interno de la república, con el apoyo de la CIA y los servicios de inteligencia norteamericanos de la administración Trump”.
En este contexto, Edgardo Lander, Walter Mignolo, Catherine Walsh, Arturo Escobar, y otros académicos como Alberto Acosta o Maristella Svampa,
“se situaban del lado del imperio” en el conflicto venezolano, al apoyar un documento emitido por Aníbal Quijano y otros de la Plataforma Ciudadana en Defensa de la Constitución donde se condenaba la violencia y el autoritarismo y deslegitimación del gobierno y sus instituciones” (p. 17-18).
De los antiguos miembros de la Red fueron Grosfoguel, Dussel y una pensadora cercana al movimiento, Karina Ochoa, quienes salieron en defensa del movimiento venezolano contra el intervencionismo americano que además había financiado grupos paramilitares para asesinar ciudadanos en las calles y acusar a Nicolás Maduro de asesino. Grosfoguel y Dussel siempre han defendido la revolución bolivariana y su empoderamiento del poder popular, y han denunciado los bloqueos impuestos a Venezuela como los causantes de la hiperinflación que ha causado la innegable ola de migrantes venezolanos a distintas regiones de América Latina, de Estados Unidos y de Europa.
Igual ocurrió con el golpe de Estado dado en Bolivia por Jeanine Añéz, junto a grupos evangelistas radicales: En medio de todo esto, de nuevo, un grupo de pensadores críticos como Silvia Rivera, Raúl Zibechi, María Galindo, Luis Tapia, Rita Segato, terminaron atacando al gobierno del MAS (Movimiento Al Socialismo) y a Evo Morales, negando, incluso, que se tratara de un golpe de Estado o acusándolo de reproducir las prácticas coloniales extractivas que decía combatir. De nuevo, Dussel, Grosfoguel, Juan José Bautista y otros apoyaron la Revolución boliviana.
Son estos hechos los que justifican el título del nuevo libro de Ramón Grosfoguel, porque – a su parecer– es claro que no todo pensamiento decolonial es antiimperialista. De hecho, dice el autor, antes se entendía que lo decolonial implicaba desuyo ser antiimperial y antidecolonial, pero esas manifestaciones en contra de Venezuela y Bolivia ponen de presente la desorientación política de muchos miembros de la Red, la cual, en el caso de Aníbal Quijano, se debe también a su anarquismo que desconfía de cualquier proceso estatal. Esto requiere comprender que el viejo antiimperalismo solo
“luchó por la soberanía jurídico-política, dejando de lado muchas dimensiones de las jerarquías de dominación del sistema-mundo, entre ellas las relaciones de dominación y explotación centro-periferia, las relaciones de dominación raciales y patriarcales, las estructuras de conocimiento eurocentradas” (García, 2022, p. 8).
De ahí que el “nuevo antiimperrialismo decolonial” no puede repetir esa estrategia, y debe atender a la colonialidad global, “las migraciones como nueva fase de la larga historia colonial”, la crítica al eurocentrismo, los genocidios epistémicos, la islamofobia, las teorizaciones sobre transmodernidad, el pluriversalismo, las luchas por el derecho al territorio y la soberanía (como en Cataluña), es decir, un antiimperialismo mucho más allá de la mera lucha por la soberanía jurídico-política. En síntesis,
“el nuevo antiimperialismo se define por la articulación de las luchas soberanistas, antirracistas, antixenófobas, antipatriarcales, anticapitalistas por la liberación de los pueblos tanto de naciones sin Estado como de sujetos inferiorizados racialmente y comunidades de migrantes”,
como afirma Javier García en el Prólogo (p. 19).
Este nuevo antiimperialismo permite entender mejor la guerra en Ucrania (p. 339-348). Para Grosfoguel esta hace parte de una estrategia imperial de Estados Unidos para desestabilizar a Rusia y a China fraguada, incluso, unos años atrás. Específicamente llama la atención sobre la Rand Corporation, un tanque de pensamiento que en un documento “Extending Russia”, habló de las estrategias de esa guerra y de las sanciones que se impondrían a Rusia. En ese plan, Europa termina siendo funcional a Estados Unidos, pues le compra armas, petróleo y gas a sobrecostos, generando internamente una hiperinflación y asumiendo los costos de la guerra, pues ha sido Europa la que ha dado millones de Euros a Ucrania en su lucha contra Rusia y contra ucranianos rusoparlantes del Este. Esto hace dependiente y subordina económicamente a Europa de los Estados Unidos. Por otro lado, los millones que llegan a Ucrania y a parte de un ejército que tiene 30 escuadrones pronazis, financia el renacer del nazismo en Europa y de la creciente derechización. Sin embargo, todo apunta, dice Grosfoguel, a que es una élite económica mundial, ese 1% dueño de la mayor parte de la riqueza del planeta, la que prepara una transición del orden civilizatorio en el periodo 2020-2050, incluso si para hacerlo deben llevarse por delante a los mismos Estados Unidos (que ha perdido hegemonía militar y económica, como lo vaticinó Wallerstein hace más de 30 años) y a la misma Europa.
La segunda razón por la cual es valioso el libro de Grosfoguel es que recoge gran parte de sus primeros ensayos y sus aportes a la Red, pero, a la vez, agrega nuevos materiales que permiten visibilizar las diferencias con otros pensadores de las teorías decoloniales. Enumero solo 4 de esos aspectos.
La especial atención que Grosfoguel ha prestado al colonialismo americano y europeo en lo que él llama “El Gran Caribe”, que no es una denominación geográfica sino geohistórica. El Caribe fue el lugar donde empezó su articulación el sistema-mundo por el Atlántico ya desde el primer viaje de Colón o incluso, desde la presencia de España en las islas Canarias. Esto lo ha llevado a estudiar la situación colonial de Puerto Rico, Haití, Martinica, Guadalupe, Jamaica, las Antillas holandesas, etc., y sus procesos de migración a las viejas metrópolis coloniales y auscultar las herencias coloniales y las relaciones de dominación aún existentes.
El estudio detallado del pensamiento decolonial afrocaribeño, de autores como Franz Fanon, A. Cesaire, o de caribeños en Estados Unidos como Sylvia Winters y Oliver Cox; también de los marxismos negros como el de Cédric J. Robinson quien habló de capitalismo racial antes que Aníbal Quijano; al igual que el estudio de pensadores y pensadoras africanos como Oyèrónké Oyèwùmi. Hay que decir que aquí el trabajo de Nelson Maldonado Torres, otro puertorriqueño, ha sido clave y relevante, al igual que los aportes de Lewis Gordon. Estas fuentes son descuidadas por otros miembros de la Red que se han centrado más en la América Latina continental. Grosfoguel no solo ha estudiado esas fuentes, sino que las ha publicitado en la editorial Akal.
En el libro Grosfoguel toma distancia de Aníbal Quijano y de Walter Mignolo. En el primer caso, acusa el anarquismo del peruano y su ceguera ante el problema de Venezuela, a la vez que lo acusa de “extractivismo epistémico”, un concepto que alude a la apropiación y explotación del conocimiento de otros sin citarlos y mencionarlos (p. 247 ss.). De hecho, la idea de la relación entre raza y capitalismo la tomó Quijano del concepto de capitalismo racial del ya citado Robinson… pero no se lo reconoce. Quijano aparece como un decolonial que, al igual que en la lógica colonial, extrae epistemes y se las apropia. En el segundo caso, el de Mignolo, “él tiende a pensar que, si un sujeto viene de Europa, ya no puede producir pensamiento decolonial y, a la inversa, si alguien viene del continente americano, ya es entonces, por definición, decolonial” (p. 307). Esto se debe a un esencialismo dualista en el pensamiento de Mignolo, ontológico, que asocia lo decolonial a los purismos étnicos y lo acerca a las políticas de la identidad, y que no reconoce que, incluso, hay “decoloniales coloniales” o pro-imperialistas, lo que tiene dañinos y perversos efectos políticos. Para Grosfoguel es claro que al interior de Europa también hay amigos decoloniales, y en el Sur global hay también enemigos a lo decolonial, como las izquierdas eurocentradas. La postura de Mignolo bloquea, entonces, posibles articulaciones decoloniales globales.
La postura de Grosfoguel permite también revisar el debate en torno a las relaciones entre modernidad y capitalismo. Aquí sus tesis se diferencian bastante de las del filósofo colombiano Santiago Castro-Gómez. Grosfoguel piensa que el capitalismo es la forma económica de un modelo civilizatorio específico, por lo tanto, no puede ser pensado de manera aislada (p. 316). El capitalismo está imbricado con el racismo, el clasismo, el sexismo, el género, el patriarcado, el cristianismo, etc., opera de manera sinérgica con todas estas lógicas de dominación. No es, entonces, una infraestructura como pensaba el marxismo estándar o su maestro Wallerstein. Por eso se trata de superar el modelo civilizatorio moderno mismo, dando origen a una nueva civilización, la transmodernidad.
Un debate, como puede verse, en el cual Grosfoguel asume la postura de Dussel. Pero para el filósofo colombiano Santiago Castro-Gómez, la política no tiene nada que ver con construir un orden civilizatorio que puede tardar siglos, sino con la construcción de una universalidad política, hegemónica, que articula actores y cuestiona unas reglas de reparto de lo social. Para el colombiano, el proyecto de la transmodernidad tal como lo conciben Dussel y Grosfoguel es, más bien, un proyecto religioso, escatológico, donde se espera una nueva era. Por lo demás, la modernidad contiene elementos emancipatorios que no pueden dejarse de lado, y que deben ser apropiados en las zonas de contacto de frontera (Border thinking, concepto de Mignolo) por los colonizados para impugnar así las lógicas coloniales y abogar por una expansión democrática de los derechos y la construcción de un republicanismo transmoderno como postula en El tonto y los canallas de 2019. En términos epistémicos, Castro-Gómez siempre ha visto como una limitación los análisis macro-sociológicos de Quijano y de Grosfoguel, los cuales deben ser complementados con la genealogía foucaultiana de los micropoderes, para así dar cuenta adecuadamente de las maneras como se producen los procesos de racialización y de imbricación in situ de las otras jerarquías de poder en el mundo colonizado.
Referencias
Grosfoguel, Ramón. (2022). De la sociología de la descolonización al nuevo antiimperialismo decolonial. Akal
Saito, Kohei. (2022). El capital en la era del Antropoceno. Penguin Random House Grupo Editorial.
[1] Una versión de este texto fue publicada en mi libro Pachón, Damián. Superar el complejo de hijo de puta. Para una introducción al pensamiento decolonial: fuentes, categorías y debates. Bogotá: ediciones Desde abajo, 2023.
Damian Pachon Soto
Profesor titular de la Universidad Industrial de Santander y Visitante Asociado del Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de Estudios Extranjeros de Kobe (Japón). Doctor en Filosofía y miembro de la Sociedad Colombiana de Filosofía. Convencido de que la filosofía contribuye a la cualificación de la democracia mediante la crítica y la cualificación de la discusión pública.
Autor de los libros “Herencias coloniales de larga duración y decolonialidad” (Universidad Industrial de Santander, 2025), “La modernidad filosófica española y su influencia en la filosofía latinoamericana” (Kobe City University of Foreign Studies (2024), “Estudios sobre el pensamiento colombiano, volúmenes I y II (Bogotá, ediciones Desde abajo 2011, 2020), “Espacios afectivos. Instituciones, conflicto, emancipación” (en coautoría con Laura Quintana, Barcelona, Herder, 2023), “Política para profanos” (Universidad Industrial de Santander, 2022), “El imperio humano sobre el universo. La filosofía de Francis Bacon” (Bogotá, 2019), entre otros. Colaborador habitual de Le Monde Diplomatique (Colombia) y de Filosofía&Co (España y América Latina)
Los editores de los blogs son los únicos responsables por las opiniones,
contenidos, y en general por todas las entradas de información que deposite en el mismo. Elespectador.com no
se hará responsable de ninguna acción legal producto de un mal uso de los espacios ofrecidos. Si considera
que el editor de un blog está poniendo un contenido que represente un abuso, contáctenos.