Opinión
El presidente de Ecuador, Rafael Correa. / EFE
Por José Hernández*
Muchos creen que Rafael Correa no oye porque es testarudo. Sí lo es. Pero hay un problema mayor: su movimiento hace parte de los hijos bastardos de las viejas revoluciones. Él no es comunista pero adoptó la lógica de pensamiento, sobre el poder y su ejercicio, que arrastra la izquierda jurásica influenciada por Moscú y La Habana. Eso lo vuelve inconmovible ante las exigencias de rectificación que llegan desde la calle, los medios o las redes sociales. Y rehén de una concepción bélica en la cual no hay espacio para el juego político. El correísmo no piensa con los cánones de la democracia formal: vive en la guerra fría. He aquí un decálogo de evidencias.
1. El correísmo tiene una misión histórica: los partidos comunistas creían que llevarían las sociedades –así fuera a punta de bayoneta– a un paraíso sin clases. El correísmo heredó de ellos, como si tuviera que hacer realidad viejos manuales, una tesis: la historia es lineal, irreversible y progresiva. Según eso, solo bajo su dirección se pueden desarrollar las etapas de un proceso cuyo destino no atina (todavía) a nombrar. Para los marxistas es el comunismo…
Los correístas no han dicho a dónde pretenden ir. Hablan en forma etérea de una segunda independencia. No obstante, su visión es teleológica (en el sentido que le otorgan una dirección de progreso y un fin). Ese discurso les permite –a nombre de esa historia– desempolvar el libreto de guías de una supuesta hazaña épica. Y de dueños de un poder sin el cual Ecuador perdería esta oportunidad histórica. Su gobierno es el bien supremo y está por encima de cualquier formalidad legal o constitucional. Cualquier irregularidad (por escandalosa y cínica que sea) es una nimiedad cuando se compara con ese bien supremo que se llama Revolución Ciudadana.
2. La revolución requiere siempre un enemigo: las viejas revoluciones siempre se pensaron como una guerra con vencedores (ellos) y vencidos (los otros). Las revoluciones, luego de acabar con la oposición y sus compañeros de ruta, devoraron a sus propios hijos. El correísmo se inspira en esa tradición. El Presidente ha sido persistente en la construcción de un enemigo interno: políticos, empresarios, banqueros, periodistas, movimientos sociales, ONGs, líderes sociales e indígenas, ecologistas… Las revoluciones para mantenerse requieren victimizarse. Un enemigo representa siempre la posibilidad de librar una nueva batalla y obtener otra victoria. Y otro escarmiento para la sociedad. Porque la revolución usa el castigo y el amedrentamiento como pedagogía. Producir miedo es uno de sus objetivos.
3. El poder no se devuelve: ningún partido comunista lo hizo. Por supuesto, el Presidente lo dice de otra manera: “no volver al pasado”. “No permitiremos que retornen los mismos de siempre”. “Ecuador ya cambió… pero quedan muchas cosas por hacer”. “No permitiremos que se atente contra esta revolución”. “No regresaremos a la triste y larga noche neoliberal”… En cada lema subyacen dos ideas: este es un proceso que no se va a detener y ellos están dispuestos a sacrificarse para seguir al frente. Es una forma delicada de decir que están atornillados al poder.
La reelección indefinida no es, entonces, una alternativa: es una condición sine qua non de este proyecto político que incluye no devolver el poder. El correísmo dijo que duraría 300 años y muchos creyeron que era un chiste: es una confesión absolutamente sincera de su aspiración más profunda.
4. El partido no se equivoca: la literatura política de la post segunda guerra mundial es abundante sobre este tema. El eurocomunismo, primero, los disidentes enseguida y, en fin, los movimientos inspirados en la primavera de Praga, mostraron hasta qué punto las atrocidades de Stalin, Mao, Enver Hoxha… Castro requerían masas de militantes sumisas y obedientes.
Su ceguera partió siempre de un acto de fe: el partido no se equivoca. Partido y líder supremo son, en este caso, figuras equivalentes. Correa es el interprete, cuando no la encarnación misma, de la razón de la historia. Protagonista, oráculo, demiurgo, él es el líder que explica todo y responde por todo. En su discurso, admite no ser infalible. Pero nunca se ha detenido sobre sus equivocaciones. Se entiende que son bagatelas si se comparan con la transformación histórica que dice estar ejecutando.
5. La revolución no la detiene nadie: los líderes de las viejas revoluciones –todas fracasadas– también lo dijeron. Para ellos, la revolución era una locomotora que atropella la historia en forma desbocada e irreversible. ¿Y las víctimas? Bueno, nadie hace tortillas sin romper los huevos.
Cada paso era un hito. Cada batalla, una hazaña destinada a llenar páginas en los libros de historia. Con esta supuesta revolución pasa lo mismo. No la para nada ni nadie, dice Correa. Lejos de asumir y examinar la crítica como una alerta, él la convierte en evidencia de que “los mismos de siempre” quieren volver. Prueba innegable de que “estamos haciendo bien las cosas”. La revolución no corrige porque no se equivoca. Además aquellos que señalan sus errores y horrores no son considerados interlocutores o contradictores democráticos: son enemigos.
6. La realidad está en las cifras oficiales: ningún gobierno comunista fue (oficialmente) impopular. Un ejemplo: en las elecciones en Cuba, (país democrático dice el correísmo) la nomenclatura bordea siempre el 100% de votos. En ese milagro intervienen la maquinaria del Estado, el Consejo Nacional Electoral, el aparato de propaganda…
El Presidente Correa amaba los plebiscitos hasta que se dio cuenta de que los resultados ya no le serían favorables, a pesar de los buenos oficios del CNE. Pero sigue la tradición: ahora evoca supuestos sondeos oficiales en los cuales su popularidad supera, según dice, 65%. Eso explica a sus colaboradores para justificar por qué prefiere el verbo enfrentar al deber democrático de procesar pacífica y políticamente las exigencias de rectificación. El correísmo, como ocurría con los planes quinquenales en la URSS, tiene cifras para justificar la realidad que se ha inventado.
7. Tengo el poder, luego todo me está permitido: los partidos comunistas hacían lo que querían pero amaban hacer creer que solo eran instrumentos de la voluntad popular. El correísmo hace lo mismo. El Presidente cree que por haber sido elegido, puede hacer lo que le plazca. De hecho articuló un discurso para cortocircuitar críticas y pedidos de rectificación: recoja las firmas para revocar mi mandato. Para los correístas, este discurso prueba la actitud democrática del régimen. Pero ninguno de ellos se hace cargo de lo que sigue: un Consejo Nacional Electoral que niega formularios, anula firmas a su antojo, no aclara las reglas, las cambia… O enreda el juego con una Corte Constitucional, empleada sumisa del poder Ejecutivo.
Reúna las firmas para revocar el mandato presidencial es la coartada perfecta para que el correísmo gobierne sin dar cuentas a nadie. La concentración de poderes es otro rasgo que copió de la lógica de las viejas revoluciones.
8. Todo es lícito para nosotros; nada para ustedes: los viejos partidos comunistas violentaron leyes para llegar al poder. Pero una vez instalados en él, sometieron a los ciudadanos con leyes votadas por ellos. Hay que oír a los correístas, incluso al Presidente, justificar los golpes de Estado en que participaron contra los gobiernos del pasado. Aquellas fueron “estrategias necesarias en esos momentos”. Esos gobiernos –dicen– eran impopulares, pro imperialistas… Ellos son todo lo contrario. Y se otorgan más atributos: son de manos limpias y corazones ardientes. ¿Quiénes lo dicen? Ellos. ¿Ante quiénes lo prueban? Ante ellos. La autorreferencia de los correístas también recuerda la era de los camaradas.
9. Hacer oposición ahora es casi un delito: la historia, con H, la escribían los vencedores. Haber sido opositores no solo era reivindicado: era el sello de génesis política que daba particular relieve a sus hazañas épicas. Basta pensar en la revolución cubana.
Aquí, con menos grandilocuencia, se insiste, por ejemplo, en las jornadas callejeras contra programas de ajuste del FMI, Abdalá Bucaram, Lucio Gutiérrez… Pero ahora, en el poder desde hace 8 años, no encuentran motivos que justifiquen descontento o protesta. El estatus de oposición era legítimo para ellos; no en su contra pues ellos representan al pueblo y son los ungidos por la historia. Ellos dictaminan lo que es legal, constitucional y legítimo. Ellos resignifican palabras, contextos, causas, consecuencias… Antes de ellos, la oposición era un deber. Después de ellos, es casi un delito.
10. Alternancia es desestabilización: la historia es lineal y solo puede tener la dirección y el sentido que ellos le den. Cualquier alternativa es un acto desestabilizador. Un atentado. Un golpe. Este punto señala el carácter profundamente antidemocrático del pensamiento correísta. Y su dependencia conceptual y política con viejas revoluciones cuyos sueños terminaron en experiencias mortíferas. Este punto también subraya la dificultad que expresa el régimen para procesar el momento político que requiere visión democrática y no nuevas coartadas para camuflar un libreto autoritario que la historia enterró bajo los escombros del Muro de Berlín.
* Periodista. Se formó en Francia. Ha publicado en diarios y revistas de Italia, España, Suiza, Francia… Ha renovado diarios. Entre otros, El Tiempo de Bogotá, El Comercio de Quito, La Razón de La Paz y el Nuevo Día de Santa Cruz. Fue fundador y director de la revista Vanguardia en Ecuador. Ha sido coautor de libros de ensayo político en Ecuador y autor de libros de arte en Colombia. Paradiso Editores publicó su primera novela, De seis a seis.
*Este artículo fue originalmente publicado en el blog Sentido Común, en el portal de FUNDAMEDIOS, Ecuador.