
Anoche vi dos espectáculos. Antes de salir de la casa, una tormenta eléctrica iluminaba el cielo detrás de los cerros orientales de Bogotá. Un espectáculo que subraya lo diminuto del ser humano frente a la naturaleza (y con un arreglo de luces mucho más allá de los sueños de cualquier diseñador de iluminación). Una hora después, me encontraba en el auditorio León de Greiff, viendo como una compañía de danza teatro de Bélgica resaltaba lo incontenible de la imaginación humana. La obra “32 Calle Vandenbranden” se tornaba intrigante, bella, poética, amenazante y hasta grotesca, pero no podía quitar mis ojos de la tarima por un segundo. Tienen solo hasta el domingo para verla.

Esta mañana fui a la primera reunión del taller de “Producción y Management” de la Escuela del Festival, hoy dirigida por el productor mexicano de la obra “Incendios,” Sebastián Sánchez. La obra se está presentando en el auditorio Julio Mario Santo Domingo hasta el primero de abril. Sebastián lleva más de una década trabajando en el area de producción en México, y empezó el taller con una reseña de la historia del teatro en su país de los últimos años. Este sector experimentó un decaimiento durante los ochenta, pero desde los noventa ha vivido un renacimiento, con una fuerte recuperación incluso de patrimonio físico en el centro histórico de Ciudad de México.
La llegada de obras norteamericanas de Broadway ha obligado el sector teatral de México a volverse más profesional, y esto ha ocasionado la separación de trabajos dentro del equipo de producción. Dentro de los asistentes al taller había muchas personas de Bogotá con amplias trayectorías de hacer obras casi de la nada, quienes terminan haciendo casi todo el trabajo ellos mismos, o sea, el típico “director-productor-actor-escritor-músico” multi-usos. Sebastián quería compartir la experiencia reciente de México para mejorar la capacidad nacional de producir obras en Colombia, y eso, afirmó, implica repartir las responsabilidades dentro de un equipo, por pequeño que sea. Aunque también aseguró que el mejor aprendizaje viene de la experiencia propia.
Para el papel de productor, la regla numero uno es simple: no tener miedo. Hay que aprender de nuestros propios errores, y cada vez lanzarse de nuevo a mejorar la calidad del trabajo que presentamos. Partiendo de ahí, pasamos a los detalles de como empezar a producir una obra, con énfasis en obras de teatro. La preparación es todo, y si preparamos bien antes, el proceso de realización nos saldrá mucho más fácil.
Hay aspectos que son imprescindibles para la preparación de la producción de una obra de teatro. El primero es el presupuesto. A partir del momento en que un director entusiasmado te llega con un guion en la mano diciendo “hagamos esto”, hay que saber cuánto va a costar, y de dónde vendrá el dinero. El trabajo de un buen productor es identificar todos los gastos (desde la escenografía hasta el costo del taxi para llevar la utilería a los ensayos), y asegurar en lo posible que nada lo tome por sorpresa. Se hace una minuciosa lectura del texto, identificando sus requerimientos de lugares, vestuarios, utilería, audio, sonido, y efectos especiales (la lista puede ser tan larga como la obra misma). Asumiendo que el dinero está disponible para montar la obra, se pasa al segundo aspecto, la preparación del tiempo. Empezando con el día del estreno, se trabaja hacia atrás, calculando el tiempo necesario para los ensayos en la tarima, la instalación técnica, la fabricación y después la realización de la escenografía, y la logística de llevar todo al teatro. Ya con un calendario definido, se puede pasar al tercer aspecto, la planeación del flujo de dinero. Hay que saber cada semana de donde viene la plata para pagarles los sueldos a los actores – a quienes no les hará gracia enterarse que el productor la gastó toda comprando un candelabro de cristal que al escenógrafo le pareció di-vi-no.
Después de preparar todo eso, viene la parte difícil – planear la tabla de recuperación. Si no hay becas ni subvenciones de antemano para la producción, entonces hay que recuperar el dinero gastado de alguna forma. Y la forma más obvia es vender entradas para la obra misma. Ahí fue cuando la conversación derivó en el misterioso mundo del marketing, porque ¿como comprometernos a montar una obra sin saber con certeza si alguien va a asistir a las funciones? ¿Cómo se vende una obra? ¿Cómo garantizamos el éxito taquillero de una producción? Si algún lector de El Espectador sabe las respuestas a estas preguntas, por favor comunicarse con nosotros y juntos armaremos la compañía de teatro más exitosa de la historia, aunque sea una que difícilmente le hará rival al espectáculo de una tormenta eléctrica.
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