El Cuento

Publicado el ricardogonduq

Mi noche de horror con las Farc II: Nunca más

Ahora que los miembros de las Farc están desarmados, que están concentrados en zonas veredales del país y esperando que ojalá no hayan muerto en algún combate; quisiera poder sentarme a hablar con algunos de esos perdidos, folclóricos, quizá inexpertos y hasta románticos guerrilleros que el 23 de julio de 1999 se tomaron Caicedonia, Valle y me pusieron en primera línea del conflicto armado del país. Son tantas preguntas las que tengo por hacerles sobre lo que vivieron, desde el otro lado.

caicedonia2016

Por Ricardo González Duque

En Twitter: @RicardoGonDuq

Continúa de ‘Mi noche de horror con las Farc I’

Pero de momento solo tengo mi versión, lo que sé y me han contado de la historia de horror que desde pasadas las 8 de la noche vivía en la casa de mi tía el 23 de julio de 1999, rogando que mi mamá y mi abuela no murieran por las continuas detonaciones en Bancafé.

Unas cuadras más al norte de donde ellas padecían debajo del comedor la vibración de cada explosión, que ocurría quizá cada minuto, cada cinco, o cada diez, ¿quién puede saberlo con certeza en medio de ese terror?, varios guerrilleros entraban al pueblo por la vereda La Camelia, en la vía que conduce hacia Cali. Probablemente, una avanzada de las Farc les había hecho “inteligencia” a los guerrilleros que esa noche llegaban al pueblo más chismoso e inverosímil que quizá se hubieran tomado y les habían dicho que por esa zona del municipio estaba el comando de Policía, que por supuesto era uno de los primeros enemigos que tenían que enfrentar y vencer.

Consciente de eso, probablemente la guerrillerada había llegado más alerta, paranoica y lista para dispararle a lo primero que se moviera y lo que más se les pareciera al lugar donde un grupo muy reducido de policías estaba atrincherado, con un miedo extremo de salir a responderles a los insurgentes, pues en la memoria de todos estaba fresca la imagen de la cruenta toma de Mitú, ocurrida hacía apenas ocho meses, cuando la fuerza pública fue doblegada por la guerrilla.

Sin embargo, estos guerrilleros que llegaron a Caicedonia no eran ni mucho menos los más preparados, así que cuando entraron por el barrio Obrero, al ver una casa vieja, de bahareque, de una sola planta, una casita de pueblo al fin y al cabo, pero pintada de blanco y verde, pensaron que era el comando de la policía. Eran los colores de la institución, el enemigo estaba identificado. Cuentan los testigos que los guerrilleros gritaron: “cuidado con los aguacates” y descargaron todos sus fusiles.

La fachada de la humilde vivienda quedó convertida en una feria de agujeros por los disparos de unos farianos equivocados, que dos cuadras más arriba terminaron pasando por una construcción de tres plantas, un edificio moderno para la época, que también tenía pintura de los mismos colores. Ah, pero este sí tenía el escudo de la Policía Nacional. Yo no sé qué pensarían estos guerrilleros o qué les habrían podido decir a sus superiores por el infantil error, pero lo cierto es que el comando de la policía de Caicedonia amaneció intacto. Seguramente ya no iban a botar más pólvora en gallinazos.

Apenas unos minutos después, el sonido de las ráfagas y el uso de munición se trasladó al parque principal, donde seguían saqueando la sede de Bancolombia e intentando abrir sin éxito la bóveda de Bancafé, que como ya les contaba nunca abriría a no ser que fuera usando la combinación de las cajas fuertes. No sabían los guerrilleros que su Ali Baba, la mujer que podría decir las palabras mágicas “ábrete sésamo” estaba retenida junto a otros ciudadanos en la entrada del vecino municipio de Buenavista, Quindío donde otros farianos habían instalado un retén para hacer guardia de la toma. La gerente Jaramillo, que seguía en la casa de mi mamá y abuela resguardándose de los guerrilleros, pero con el rastro de las sabanas como su ruta de escape, les había contado a ellas que la funcionaria del banco era la única que sabía cómo abrir esas bóvedas. Que, sin embargo, quedaron cerradas para siempre. Al menos para los guerrilleros.

Los teléfonos no paraban de sonar en la casa de ellas. Eran familiares de todo el país que llamaban para saber cómo estábamos, porque ya en los noticieros de los canales de televisión habían contado que las Farc se había tomado el municipio de Caicedonia, en el norte del Valle. Por cuenta de esas cosas inocentes, quizá tontas o tiernas, que le pasan a uno cuando es niño y más en alguien que quería ser periodista como yo desde los 6 años, me desconecté de la realidad y sentí algo de ¿emoción? al oír mencionar el nombre del pueblo en televisión nacional. Una nueva detonación me quitaría a los pocos segundos la cara de soñador, para aterrizarme de nuevo en la toma guerrillera.

En medio de esos telefonazos que iban y venían, todos le preguntaban a mi mamá que era quien contestaba, que qué podían hacer por ellas, cómo podían ayudarlas. Lo que se le ocurrió responderles era que llamaran al Ejército, que nos enviaran aviones para atender el horror que padecíamos. Mi mamá resultó siento tremenda Ministra de Defensa, porque eso sería lo que acabaría horas después con la toma.

Sin embargo, en medio de ese terror que ella sentía, las lágrimas de mi primo, la cara de preocupación de mi tía y mi incertidumbre sin saber qué pasaría cuando amaneciera, si volvería a verlas con vida; mi abuela y su amiga, la gerente del banco, estaban en otro cuento. “Magnoly, todo el pueblo está en la calle. Es increíble, hasta les están aplaudiendo”, le dijo la gerente Jaramillo a mi abuela, quien con una cara como pidiéndole permiso a mi mamá para ir a calmar sus ansias de chisme, se terminó arrastrando por la sala de la casa para ir hacia la ventana y dar crédito a lo que le estaban diciendo. ¡Era cierto!

Caicedonia no es que sea un pueblo de izquierda, revolucionario, insurgente, que entre sus habitantes simpatizara con una forma de lucha como la de las Farc. Es más, siempre ha tenido alcaldes conservadores y padeció la Violencia partidista de mitad del siglo pasado. Sin embargo, esa noche de julio de 1999, la curiosidad no mató al gato y pudo más la novelería que el susto a los guerrilleros, al punto que salieron a “acompañar” la toma en el centro del parque.

Muchos habitantes del pueblo incluso les llegaron a sugerir a los guerrilleros que fueran a buscar a los políticos después de que robaran los bancos. Les indicaron dónde quedaban las casas de Teodolindo y Nacianceno, los dos gamonales del pueblo que se mantenían atornillados en el poder poniendo y quitando mandatarios a su antojo. Teodolindo Avendaño se haría célebre cinco años después por haberse vendido para permitir la reelección de Álvaro Uribe y Nacianceno Orozco terminó siendo víctima de esa guerrilla, pero unos años después, al ser secuestrado junto a 11 de sus compañeros de la Asamblea del Valle en abril de 2002. Murió en cautiverio en junio de 2007.

Todo esto fue antes del Plan Colombia, del uribismo, del país de la Seguridad Democrática y del fin del conflicto. En esa época, Andrés Pastrana empezaba a negociar con la guerrilla y nadie, sobre todo en mi familia extremadamente pastranista, decía “se le está entregando el país al terrorismo”, muy a pesar del desorden y el despeje de un mega territorio como el del Caguán. Lo único que queríamos era que se firmara la paz para que dejara de haber tomas guerrilleras como la que esa noche estábamos viviendo. Seguramente eso mismo era lo que querían muchas víctimas del conflicto, en zonas realmente afectadas, en esta década del proceso de paz exitoso de Juan Manuel Santos.

La noche de ese julio horroroso continuaba, aún oscura, sin una sola estrella. De pronto, se escucharon unos vidrios quebrarse, no era el mismo sonido de la dinamita que toda la noche se había detonado controladamente para abrir las cajas fuertes. Luego, se oyeron unas voces que decían y repetían: “Después dicen que la guerrilla es la ladrona, dejen eso ahí”. Mi abuela y la gerente Jaramillo, que apenas asomaban un ojo por la ventana en medio de los regaños de mi mamá que preocupada les pedía que se alejaran de ese peligro, empezaron a ver cómo la gente del común, estaba saqueando los almacenes que estaban la lado de la casa. De Punto Moda, un almacén de ropa del cual es dueña aún una conocida de mi abuela, se llevaron hasta los maniquíes con la ropa puesta. Era, literalmente, un sálvese quien pueda.

Notas de prensa que publicaron un balance de la toma, dieron cuenta al día siguiente de que la mayoría de los 13 heridos que dejó la toma guerrillera en Caicedonia, fue por los enfrentamientos de los mismos habitantes que no le comieron cuento a la guerrilla y que aprovecharon para hacer su agosto en julio y estrenar ropa, electrodomésticos y hasta comida.

El idealismo de Robin Hood, indirectamente, lo habían logrado los guerrilleros, quienes también terminaron siendo víctimas de los caicedonitas, pues en medio de ese caos y del regaño de quien aparentemente comandaba la toma; terminaron perdiendo una tula llena con las viejas monedas de mil pesos, esas pequeñitas y gorditas que después descontinuaron y que los guerrilleros sí habían logrado sacar de una caja menor de Bancafé.

Mientras eso ocurría en el centro del pueblo, hacia la plaza de mercado, cuatro cuadras al norte, un hombre borracho tentaba la suerte, ponía en juego su vida por “hacerse el chistoso” como muchos de sus amigos terminaron reconociendo días después. Alberto Guevara, de aproximadamente 60 años y quien según cuentan los chismes del pueblo, conoció a Pedro Antonio Marín, alias Manuel Marulanda o ‘Tirofijo’, empezó a enfrentarse a un guerrillero. Marulanda era un campesino de Génova, Quindío, distante a pocos kilómetros de Caicedonia, quien 35 años atrás en Marquetalia había comenzado una historia llamada Farc. Guevara, en medio de su rasca como se dice popularmente en la zona cafetera, empezó a decir, sin detenerse, “abajo el hijueputa de Marulanda”.

Según cuentan quienes estaban cerca al hombre y que trataban de hacerlo entrar en razón, un guerrillero le pedía que se calmara, ante lo que él respondía alzando aún más la voz. Otro de los farianos usó un radioteléfono para comunicar algo. Esperó la respuesta. Y disparó. Mataron a don Alberto Guevara, quien terminó siendo la única víctima mortal de una de las tomas guerrilleras más inverosímiles que tuvo que haber vivido las Farc.

De pronto, el cielo se iluminó. Pero era raro, no eran más de las once de la noche, por lo que a pesar de que para nosotros hubiera pasado una eternidad, estaba lejos de amanecer. Cuenta una mujer, de avanzada edad, que desde su casa vio una serie de luces caer del cielo y alumbrar la noche de horror, y pensó que la alineación de los planetas se había juntado con la toma guerrillera. Por esos días, todos nos preparábamos para el eclipse solar del 11 de agosto de 1999 que según los astrólogos marcaba el inicio de una nueva era. Pero la señora, evidentemente estaba equivocada.

La luces que caían eran lanzadas por helicópteros y lo que iluminaba el cielo de este pueblo del norte del Valle era el llamado “avión fantasma”. Por fin había llegado la ayuda aérea que mi mamá le había dicho a todos nuestros familiares que pidieran. Y esa combinación sería fatal para los guerrilleros. “Ahí viene el hijueputa pájaro” le escuché decir a uno de los guerrilleros que parecía arrastrar un fusil mientras corría por la calle 6 donde vivía mi tía, camino hacia la carrera 17 donde comenzaba la zona rural y empezaría la huida los farianos. La toma había terminado, yo estaba cansado de llorar, de estar tan preocupado apenas con nueve años y solo quería poder abrazar a mi mamá y mi abuela.

“Una noche de oscuridad no puede apagar 89 años de luz” leí una semana después en un mural que pintaron con ocasión del cumpleaños del pueblo, donde terminaron canceladas las habituales fiestas aniversarias. Pero el terror no terminó esa noche, pues en otras tres ocasiones, tuvimos que salir corriendo de la casa de mi abuela por nuevas amenazas de supuestas tomas guerrillas inminentes de las Farc, que por fortuna no ocurrieron.

El tiempo pasó y por cuenta del país de la Seguridad Democrática, las Farc terminaron desterradas de la zona, pero fueron reemplazadas por unos asesinos quizá peores, que sí masacraban a campesinos sin mediar palabra. Pero esa guerra, al parecer, también terminó. Al pasar los años, Caicedonia votó con emoción por Álvaro Uribe en las dos siguientes elecciones, después por Juan Manuel Santos cuando era uribista y luego por Óscar Iván Zuluaga en la última elección presidencial. Allá, además, el plebiscito de la paz sufrió una contundente derrota de 6.106 votos del No contra 3.886 del Sí. Y no me imagino nunca que un desmovilizado de las Farc que haga política vaya a resultar electo en el pueblo.

Pero a pesar de la incredulidad de este pueblo que antes deseaba la paz para calmar el terror que nos causó y traumatizó, particularmente, al punto de que por varias noches yo dormía con la sábana tapándome la cara por el miedo de que fuera a haber un guerrillero en la puerta de la habitación apuntándome con un fusil; la entrega de las armas de esa guerrilla a Naciones Unidas es un peso de encima que muchos nos quitamos.

Tengo la certeza ahora de que esas armas que pusieron en riesgo la vida de mi mamá, mi abuela e incluso la mía, nunca más se volverán a usar para la guerra y terminarán fundidas, convertidas en monumentos. No sé si entre las 7.132 que entregaron esté el fusil que yo alcancé a ver, o con los que mis familiares se alcanzaron a atemorizar; pero me satisface que “esa gente”, los de “ese otro país”, que se atrevían a tomarse pueblos, asesinar personas, a robar bancos y a cometer cientos de crímenes atroces, hoy sean bienvenidos al país que todos hemos tenido.

Espero poderles contar a mis hijos que el 27 de junio de 2017, las Farc dejaron de ser las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia para materializar el primer proceso de paz del que con plena consciencia soy testigo en mi país. Y me voy a robar una frase que recordó el Ministro de Salud, Alejandro Gaviria, citando a Borges: “La historia es pudorosa, esconde por un tiempo sus fechas esenciales”. Le agrega Gaviria “Podemos anticiparnos: el fin de las Farc es histórico”. Ya vivimos una de esas fechas esenciales.

Y qué pereza terminar escribiendo de política en esto, pero es que es innegable que aquí hay un origen y un fin en lo político. ¡Qué le vamos a hacer! Hoy puedo decir que a pesar de haber votado “con tapabocas”, por cuenta de esto haber votado por Juan Manuel Santos, valió la pena. Valió le pena el tapabocas, porque cumplió lo único a lo que se comprometió para ser reelecto.

El camino que viene es muy largo, pero por lo menos hoy puedo decir que mi noche de horror con las Farc nunca más se volverá a repetir.

 

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