El Cuento

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Libertad de prensa manoseada

‘X’ se indignó y rechazó que los seguidores de Jesús Santrich agredieran e insultaran a los periodistas de Noticias Caracol y RCN Televisión en medio del caos que se vivió por la recaptura. ‘Y’ guardó silencio por estos hechos. Luego, cuando el periodista del New York Times, Nicholas Casey, publicó su artículo denunciando que en este gobierno podrían volver los falsos positivos, ‘Y’ protestó porque algunos mensajes irresponsables e intimidantes en su contra lo obligaron a salir del país y le envió todo su apoyo. Pero esta vez, ‘X’ se quedó callado.

Por: Ricardo González Duque

En Twitter: @RicardoGonDuq

A los políticos les gusta la prensa cuando hace parte de su círculo de aplausos o es el vehículo para amplificar su mensaje, pero cuando en su deber de investigar, cuestionar y hacer preguntas incómodas los afecta a ellos, les deja de agradar el hecho de que los periodistas tengamos un derecho en la Constitución que garantiza la libertad de expresión.

El viernes a las afueras de la cárcel La Picota, un energúmeno seguidor del exguerrillero de las Farc, Jesús Santrich, le intentó arrebatar con fuerza el micrófono a la periodista de Noticias Caracol, Tatiana Gordillo, minutos después de que se confirmara que este hombre acusado de narcotráfico volvería a quedar en manos de la justicia. Era la impotencia de quienes creían que saldría libre, desahogada en agresiones a la prensa. En la noche, el escenario fue la plazoleta del búnker de la Fiscalía, donde insultaron y le lanzaron agua al reportero de RCN, Felipe Quintero. El argumento de los agresores era que el medio para el que trabaja constantemente miente contra el partido Farc y se opone al proceso de paz.

#LaPrensaSeRespeta fue la etiqueta que empezaron a promover colegas de Tatiana y Felipe, principalmente del Grupo RCN -tanto en radio y televisión- para rechazar la cobarde actitud de los fanáticos del exguerrillero que no podían creer lo que había pasado cuando el CTI volvió a capturar a su líder por dos nuevos supuestos delitos relacionados con el narcotráfico. A periodistas como Jefferson Beltrán, Claudia Gurisatti, Luis Carlos Vélez, entre otros, se sumaron congresistas como Ruby Chagüi o Santiago Valencia del Centro Democrático, a quienes les parecía inaceptable que a los comunicadores los intimidaran por estar haciendo su trabajo. La derecha, esta vez de lado de los periodistas, porque les gustaba el mensaje que estaban transmitiendo: que además de terroristas, los de las Farc eran unos censuradores de la libertad de prensa.

Pero como la contradicción en política aparece más rápido de lo que creemos, muy pronto llegó la oportunidad para que estos indignados demostraran algo de su incoherencia. El pertinente y juicioso reportaje de Nicholas Casey para el New York Times que reveló las nuevas órdenes militares que podrían abrirle paso al horror de los falsos positivos, generó no solo una desproporcionada solidaridad con las Fuerzas Militares para que siguieran mostrando resultados -¿como sea?- sino un peligroso matoneo contra el periodista que prefirió salir del país.

La triste paradoja: los que alzaron su voz de protesta completamente válida para defender a los periodistas de los fanáticos de Santrich, no dijeron nada frente a las graves acusaciones de María Fernanda Cabal y Juan David Vélez, parlamentarios uribistas, contra Casey, a quien le dijeron “sicario de la opinión” y sugirieron que había escrito su reportaje pagado por la exguerrilla. Ni la directora de Noticias RCN, ni sus colaboradores fueron capaces de repetir el mensaje cuando el afectado era quien pensaba diferente a ellos o que con su trabajo afectaba a alguien al que apoyan por ideología. Es decir, el gobierno.

Muchos de los que no rechazaron con vehemencia la agresión a la prensa colombiana, sí se indignaron por lo que pasó con Casey, incluso lo usaron para obtener réditos políticos como Gustavo Petro, el más visible líder de la oposición en Colombia, que tampoco dijo una sola palabra por las agresiones a las afueras de La Picota y la Fiscalía.

La señora ‘X’ y el señor ‘Y’ quedaron al descubierto fácilmente con sus ideologías, que sesgan hasta para defender algo tan básico en una democracia como la libertad de expresión y de prensa, que quedaron abusadas, manoseadas, al antojo de los intereses de la izquierda y la derecha.

Por fortuna, en este relativismo hipócritca hubo destellos de sensatez desde lados opuestos: el partido Farc rechazó las agresiones contra Felipe y Tatiana, anunciando además sanciones a militantes que hubieran incurrido en este tipo de hechos. Y la vicepresidenta, Marta Lucía Ramírez -que a pesar de que se descachó calificando el texto de Casey de “columna” y no como un trabajo periodístico que va más allá de la opinión- aseguró que las “opiniones de terceros” como la senadora Cabal, no eran compartidas por ella ni por el presidente Duque.

La objetividad en el periodismo es una mentira que siempre nos han contado, que se cae de su propio peso por razones semánticas: no somos objetos, sino sujetos (subjetivos) y por lo tanto tenemos posiciones frente a la vida y frente a la sociedad. Pero que eso no nos lleve a ser selectivos a la hora de rechazar el maltrato de los extremos contra la prensa.

Un punto de giro: ¿La propaganda de la Alcaldía de Bogotá en la que dice que el metro “es una realidad”, puede aplicar como publicidad engañosa? La SIC que a veces es tan diligente, debería responder la pregunta.

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