La violación de soldados del Ejército colombiano a menores de edad en varias regiones del país no son simples “distracciones” como trató de minimizarlo el general Zapateiro. Revisar los efectos mentales que tiene el entrenamiento y el reclutamiento de un servicio militar obligatorio y discriminatorio, debe ser la obsesión de los generales si quieren apagar las voces que creen que una de las “distracciones” del Ejército sea violar a menores de edad.

Por: Ricardo González Duque
En Twitter: @RicardoGonDuq
Solo parece haber dos explicaciones para el horror del abuso sexual en el Ejército que ha quedado expuesto por los recientes hechos ocurridos y denunciados contra niñas indígenas en Risaralda, Guaviare y Nariño. Una, la del “Ejército violador”, según la cual hay una doctrina militar que incentiva la violencia sexual en todo lugar donde estos hombres armados hacen presencia; la otra, la de las “manzanas podridas”, la teoría oficialista que nos han vendido en no pocas ocasiones para responder desde los falsos positivos hasta las chuzadas.
El ruido de ambas teorías aumenta por una desobligante respuesta del comandante del Ejército, el general Eduardo Zapateiro, a quien la idea de ser un tropero lo llevó a escribir hace unos días: “Creo que ya de todas las situaciones que han sucedido a todas se le ha dado respuesta. Y ya no quiero distraerme más con más explicaciones!!! Hay cosas que también debo atender y NO dejarme desconcentrar”.
Las situaciones de las que habla el general son las violaciones de cuatro niñas indígenas en tres regiones del país por manadas de soldados que nunca pensaron que ellas o sus familias, históricamente marginados en nuestra sociedad, iban a alzar la voz en estos días de pandemia para contar del ultraje. La respuesta que dice Zapateiro que se ha dado, no es más que comunicados que dicen lo mismo: nada de fondo. Investigaciones, llamados de atención, traslados o destituciones. La raíz del árbol de manzanas podridas sigue igual.
Lo más preocupante de todo es que el comandante del Ejército considere que estos hechos son distracciones y que lo desconcentran. El abuso sexual a menores de edad por parte de hombres armados que son la única autoridad en zonas apartadas del país, que son la única representación del Estado, no puede ser subestimados de esa manera, si es que en realidad quieren que no aumenten las voces que piden una especie de “liquidación” para las Fuerzas Militares y de Policía.
Hace 12 años, por estas fechas, esas mismas Fuerzas Militares llegaron al máximo de la popularidad y del apoyo de los colombianos después de la Operación Jaque: 90% de los encuestados del Poll de Invamer decían tener una imagen favorable de ellas. Hoy ese respaldo se ha venido a pique, por primera vez en la historia la imagen negativa iguala a la positiva en 48%, motivado por escándalos aberrantes que no son nuevos, pero que quizá por el fin de lo más duro del conflicto se han hecho visibles.
La guerra nos han dejado eso, una larga lista de delitos sexuales contra las mujeres, cometidos por todos los actores armados. Sobre la fuerza pública, que tiene un compromiso mayor por estar dentro de la legalidad y ser la representante de todos los colombianos, el informe “La guerra inscrita en el cuerpo” del Centro de Memoria Histórica, concluyó: “El aprovechamiento de una condición de superioridad armada para sacar ventajas sexuales frente a jóvenes y niñas en condiciones de vulnerabilidad, se ha constituido en una práctica invisibilizada por parte del Estado. Muchas organizaciones de mujeres reclaman que dicha invisibilidad enmascara una posible connivencia institucional que permite la impunidad ante los casos de violencia sexual cometidos por miembros de la fuerza pública”.
En el mismo sentido, la campaña ‘No es hora de callar’ presentó un informe sobre los casos de 23 niñas indígenas que fueron violadas entre 2008 y 2017, que quedaron embarazadas por militares que las veían como objetos sexuales. Lo anterior sin contar con el subregistro, los casos que no se denuncian por falta de información o por miedo a la organización armada más grande del país. Estos hechos solo validan la dolorosa frase del defensor del pueblo, Carlos Negret: “siento que hay un menosprecio por la humanidad indígena”.
Algo debe estar pasando desde hace décadas en el entrenamiento militar para llevar a trastonar de esta manera la mente de soldados que están en las filas del Ejército. El cómo se forman a los militares, pero también la manera en que se hacen los reclutamientos en la institución, deben ser los puntos hacia los cuales deban mirar los generales y no hacia el mismo discurso desgastado de las “manzanas podridas”.
Tomarse en serio todos los casos de abuso, no verlos como una orquestada campaña de desprestigio -a pesar de que la haya- y entender por fin que la salud mental es transversal a nuestra condición humana, más aún en las condiciones en que son entrenados nuestros militares, servirá para entender que hay que hacer reformas en esta institucioón, para que no quede la idea de que una de las “distracciones” del Ejército sea violar a menores de edad.
UN PUNTO DE GIRO: Entre el prechavismo del que habla el expresidente Uribe y la predictadura en la que dice que estamos el senador Gustavo Petro, ¿habrá espacio en Colombia para una tercera vía?