El Cuento

Publicado el ricardogonduq

La cuarentena se volvió insoportable, ¿qué hacemos?

Nadie se aguanta dos semanas más de cuarentena. En nuestro entorno hay diferentes poblaciones que piden a gritos y con razón flexibilizar esta medida, sobre la que aún existe un debate científico y académico sobre su utilidad para frenar los contagios y muertes por coronavirus. ¿Es un mal innecesarios? Si nos toca seguir la medida por tiempo indefinido, ¿cómo evitar las tragedias paralelas que pueda causar la pandemia?

Por: Ricardo González Duque

En Twitter: @RicardoGonDuq

Los niños ya no se aguantan más tiempo encerrados y juegan a la pelota por la casa, con el riesgo de romper una y otra cosa. Los papás no soportan la improvisación de ser profesores sin saber. A los estudiantes se les está agotando la paciencia con las clases virtuales montadas a medias. El empleado tiene la incertidumbre de que le bajen el salario, le quiten las primas y hasta lo despidan. El “independiente” ahora se aferra a su contrato de prestación de servicios por más indigno que sea. Los dueños de pequeñas fábricas y comercios necesitan vender para no descolgar el aviso de sus negocios y los adultos mayores quieren una escapadita para tomar tinto con sus amigos, jugar cartas o reírse en un parque.

Todos necesitamos una fiesta, salir al campo o a un centro comercial, erradicar fantasmas de ansiedad y depresión con un helado en la calle. La cuarentena se ha vuelto insoportable y está sumando enemigos; para unos pocos, el aislamiento obligatorio no es más que un “experimento socialista”, otros creen que es una estrategia para instaurar regímenes autoritarios en el mundo.

Las conspiraciones se roban la atención de los ciudadanos y la cuarentena tiene secuestrado al Gobierno, que tuvo que tragarse el sapo del cierre total aunque no lo convenciera, muy a pesar de que su círculo cercano, su electorado y los principales socios políticos en el mundo desestimaban esta salida para frenar el COVID-19. Pero ahora el mismo Gobierno no tiene cómo dejar de extenderla durante más semanas, de nuevo no por gusto, sino porque en la Casa de Nariño saben que aún no ha llegado el famoso “pico” y temen que responsabilicen al presidente Duque de una lluvia de contagios y muertes por flexibilizar las medidas.

Cuando en las calles y plazas de ciudades de Colombia ya se está haciendo evidente la fatiga del comportamiento –de la que hablaban en Reino Unido para evitar un temprano aislamiento– surge un argumento de la Asociación Colombiana de Infectología (ACIN) para que no se relajen más las restricciones para los ciudadanos.

Según la ACIN, después de la orden de aislamiento aumentaron los días en que los casos se duplican en Colombia. Para ese momento, el 24 de marzo, tardábamos apenas cuatro días en multiplicar por dos el número de casos positivos, ahora tardamos en promedio catorce días. Una razón suficiente aparentemente suficiente para certificar el éxito de la cuarentena, a pesar de que en los últimos diez días estemos estancados en esos mismos catorce días de duplicación.

De otro lado, algunos modelos epidemiológicos y casos exitosos de países en los que no han sido necesarias las cuarentenas están listos para rebatir esta posición. Los enemigos del aislamiento temen que solo estamos alargando el tiempo para que ocurra lo inevitable: que todos nos contagiemos del coronavirus. Insisten en que se está aplanando la curva, un punto sobre el que tienen algo de razón: en las últimas tres semanas, el porcentaje de muertos sobre casos confirmados no supera el 5% (en realidad tiene un promedio del 4.4%) y el porcentaje de contagiados sobre pruebas hechas es en promedio del 6.2%.

Entonces, ¿es la cuarentena un mal innecesario? ¿No se justifica el daño social, mental, económico y político que todos estamos padeciendo por el encierro y la parálisis? La respuesta no es clara, no solo porque es inmoral sacar ahora a la calle a millones de ciudadanos a que se contagien sin que estemos realmente preparados -como pretendían hacer con los trabajadores de manufactura y construcción- sino porque nunca podremos demostrar cuántos muertos y contagiados tendríamos si no nos hubiéramos aislado.

Cada día surgen razones nuevas para decirle “basta ya” a la cuarentena, todas absolutamente válidas: que va a afectar tanto la economía que generara más pobreza y desempleo, fue la primera. Que este aislamiento es profundamente elitista y solo lo pueden pasar bien quienes tienen la nevera llena, buen internet y Netflix en su televisor, fue otra, premisa que desestima la salud mental.

Y sigue: que hay que confiar en los individuos porque otras sociedades sí han podido con disciplina y cultura aplicar el distanciamiento social, usar elementos de protección y tener una buena higiene; idea que se estrella con esa odiosa frase de que en Colombia viven colombianos y por razones culturales pero también económicas se hace muy difícil cumplir. O que con esta medida estricta y antipática el Estado se está volviendo un “Gran Hermano” que nos dice qué hacer y qué no hacer.

Las peticiones desesperadas para terminar la cuarentena no solo están motivadas en quienes estamos mamados –no cabe otra palabra– del encierro en cuatro paredes, también esconde la fijación de quienes creen que el Estado debe dejar de entrometerse en la vida de los ciudadanos para bien y para mal. No hacer nada, por ejemplo, si nos queremos drogar, como tampoco hacerlo si nos contagiamos por no cuidarnos como debíamos.

A pesar de la diatriba que aumenta contra la cuarentena, la medida sigue siendo un mal –una desgracia, una maldición, si queremos ponerla en esas palabras– que es absolutamente necesario para salvar vidas. Parte del principio de precaución, sobre el que siempre hay dudas, para evitar el colapso de nuestro sistema de salud y posteriormente las muertes por un virus para el que no hay una respuesta farmacológica y del que aún no terminamos por saber qué efectos reales tiene.

Paradójicamente y para desgracia de muchos, como ya lo escribí anteriormente, solo el Estado es capaz de evitar las otras catástrofes paralelas de la cuarentena: pobreza, quiebras, desempleo, problemas mentales, violencia intrafamiliar.

La aprobación pronta de una renta básica –no limosna– para millones de familias, el subsidio para las empresas más afectadas por falta de ingresos, la garantía de derechos mínimos para los ciudadanos como libertad de locomoción, de interacción, de diversión y hasta de protesta, y una adecuada atención de sanidad al hogar, que incluya la salud mental, son las medidas más efectivas para evitar que estas medidas radicales se vuelvan una tragedia.

La cuarentena no tiene la culpa de esta sociedad desigual, ni de los malos manejos empresariales de algunos ejecutivos, ni de nuestros malos hábitos personales, pero si no hay un Gobierno que sin tacañería le meta la mano a los mencionados problemas que van surgiendo, pronto vamos a estar consumidos por una docena de “pandemias”.

Cuando nos agobie el desespero de los niños, los papás, los estudiantes, los empleados, los empresarios o los viejos, no olvidemos que la alternativa al encierro es la enfermedad o la muerte de nuestros seres queridos. Y eso es a lo único que en esta sociedad no se le puede hacer “Control Z”.

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