No hay razones para regresar a la almohada y mantener la zona de confort de muchos que supuestamente «están bien». No tiene sentido tapar con las cobijas lo que los ciudadanos reclaman y es inaceptable meterse en sueños como los que distraen al presidente Iván Duque, que no entiende que su impopularidad y el rechazo a su gestión poco tienen qué ver con el “pirómano” de Gustavo Petro.
Nunca antes en la historia reciente de Colombia se había mantenido una movilización ciudadana tan prolongada como la que estamos viviendo por estos días con el paro nacional. Es más, en el país alzar la voz para reclamar derechos estaba asociado con ideas revolucionarias y anarquistas, argumentos que aunque intentaron repetirse previo al 21 de noviembre, no funcionaron, pues los ciudadanos con cacerola en mano salieron a ratificar que hay un descontento social con el Gobierno Duque.
Sin embargo, las reuniones diarias en diversos lugares del país, llenas de creatividad e impulsadas por jóvenes, contrastan con las multitudinarias concentraciones en Chile, donde después de 45 días de manifestaciones y a pesar de la promesa de modificar la constitución de Pinochet, la gente sigue en las calles en la ya mítica Plaza Italia. Aquí, a pesar de la muerte de Dilan Cruz, algo así aún no se ve y por el contrario la Plaza de Bolívar no se llenó esta semana.
“Colombia despertó” insisten algunos optimistas en el paro nacional, pero la apatía de muchos, los cuestionamientos del Gobierno sobre las pérdidas económicas que ha generado el paro -secundados por algunos medios- la exagerada idolatría que generan las Fuerzas Militares y el intento de politizar el movimiento; pueden llevar a que Colombia se quiera volver a dormir.
No hay razones, por supuesto, para regresar a la almohada y mantener la zona de confort de muchos que supuestamente “están bien”, una clase media endeudada que fue la que salió en pijama y con cacerola en mano a protestar en la noche del 21 de noviembre. No tiene sentido tapar con las cobijas lo que los ciudadanos reclaman y es inaceptable meterse en sueños como los que distraen al presidente Iván Duque, que no entiende que su impopularidad y el rechazo a su gestión poco tienen qué ver con el “pirómano” de Gustavo Petro.
Esto es lo que debe tener despierto al país: 580 mil jóvenes no estudian ni trabajan, los tristemente célebres ‘Ninis’ van en ascenso y se convierten en una generación frustrada que como dicen los que salen a marchar en las calles con sus carteles, “No tenemos nada que perder”. De cada 100 bachilleres graduados, solo 48 logran ingresar a la universidad, una cifra que disminuye en el estrato 1, donde apenas tiene educación superior el 10%.
Los colegios en Colombia, privados y públicos, se rajan en pruebas internacionales como la de PISA. Cuando el promedio en este examen es de 493 en lectura, en Colombia es de 425; en matemáticas es de 490 mientras en el país es 100 puntos menos, es decir, 390; y en ciencias, la media se ubica en 493 puntos pero nuestros estudiantes solo alcanzan 416. Por eso resulta inexplicable que el presupuesto para Colciencias esté en 356 mil millones de pesos y el del ESMAD sea de 490 mil millones de pesos.
A los niños y jóvenes sin educación, en las zonas apartadas del país, no les queda otra que reclutarse voluntariamente o lo hacen forzadamente a grupos armados ilegales. Y hasta allá llega el Estado, no para rescatarlos, sino para bombardearlos, como ocurrió con los 8 de Caquetá o con 314 desde 2004, como se denunció desde el Senado.
En Chile salen a protestar masivamente porque se necesitan 6 generaciones para salir de la pobreza. En Colombia, queremos seguir durmiendo aunque un niño pobre deba esperar 11 generaciones, 330 años, para que pueda darse esa movilidad social, por vías legales, sin recurrir a ningún atajo.
Los privilegiados que logran estudiar -a pesar de las deudas de Icetex que castigan con formas de pago impagables a los estratos 1,2 y 3- se estrellan con la difícil realidad laboral. Bajos salarios (el mínimo de Colombia es la mitad del que pagan en Costa Rica o Uruguay y solo supera a un par de países de Centroamérica y a la caótica Venezuela)además de indignos contratos por prestación de servicios, en los que a pesar de cumplir horarios y estar bajo las órdenes de los jefes, no reciben pagos de salud, pensión o vacaciones, como debería recibir cualquier trabajador. Y una informalidad laboral, que es del 47% y que muestra cómo la cifra de desempleo de un poco más de 10%, resulta engañosa.
Los indignados colombianos, que no son pagados por Maduro ni por el Foro de Sao Paulo –el grueso de la población no sabe que esa organización existe, como es lógico– lo están además porque 3 millones de personas han muerto en el país por culpa de tratamientos médicos que no autorizaron las EPS, en medio del negocio que se convirtió ese derecho desde la ley 100 de 1993.
También salen a las calles por otros muertos, los de la guerra, que volvieron a subir en el último año a pesar del proceso de paz que dejó el Gobierno anterior y que el actual no supo cuidar ni implementar, para evitar que las incipientes disidencias de las Farc se crecieran. Marchan, además, por los 187 excombatientes de las Farc que han sido asesinados, a pesar de haberle apostado a la reinserción y por los 83 indígenas que han matado este año, principalmente en Cauca.
La corrupción es otras de las razones que tienen a los colombianos brincando y arengando contra el Gobierno, porque si no es al presidente, ¿a quién se le protesta? Pero no porque él se haya robado un peso, sino porque por mezquindad política dejó marchitar en el Congreso los proyectos de la consulta anticorrupción que votamos 12 millones de colombianos, en la expresión ciudadana más grande de la historia en las urnas. Esa misma corrupción es la que tiene frenado al país en infraestructura, frente a vecinos como Ecuador, Perú o incluso la muy criticada Bolivia, que tienen carreteras, metros o trenes bala que aquí no vemos por ningún lado.
¿Estos problemas comenzaron el 7 de agosto de 2018 cuando Iván Duque fue posesionado como presidente? Por supuesto que no. Pero muchas razones explican el porqué la olla a presión estalló ahora mismo y la última de ellas es la influencia de las otras protestas continentales.
El desgobierno que ha mostrado el presidente, el ruido que generó con el IVA a la canasta familiar hace un año, la reducción de impuestos a las grandes empresas que sí materializó pero no se tradujo en más empleo, las reformas laboral y pensional que pretendía impulsar y que llevaron a conformar el Comité Nacional del Paro que hoy lidera esta protesta, el desgaste en asuntos ideológicos de su partido como las objeciones a la JEP y por supuesto, la más importante, que la ciudadanía sin la amenaza de las Farc poniendo bombas, pudo quitarse la venda para encontrar decenas de problemas de su cotidianidad, que son las que se están exponiendo en las calles. Ya se entiende por qué se oponían tanto al acuerdo de paz.
Hay evidencias de sobra para que Colombia se mantenga despierta y activa con la cacerola en la mano. Ojalá no vuelva a la cama y siga en las calles.
UN PUNTO DE GIRO: Este artículo está dedicado a los jóvenes Dilan Cruz, asesinado por el ESMAD; Brandon Cely, soldado que se suicidó por la presión que vivió en el Ejército al apoyar el paro nacional y Jean Michael Tafur, estudiante de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, aún desaparecido al momento de escribir estas palabras y dejó mensajes suicidas, al parecer, frustrado porque le negaron un crédito de Icetex.
OTRO PUNTO DE GIRO: Hay que rechazar la estupidez a la que han recurrido algunos opositores del presidente Duque, que intentan deslegitimarlo metiéndose con su vida privada. Es inaceptable el machismo que han mostrado con la jefe de gabinete, María Paula Correa.